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– Cien, doscientos…

Con mano firme y a toda velocidad, como si se tratase de un mazo de naipes, cuenta el dinero. Luego, deja caer lentamente cinco billetes de cien en la mesa y le dirige una sonrisa amable:

– Te devuelvo los quinientos de las clases. Eres un alumno tan dotado, y he disfrutado tanto, que no sería decente cobrarte.

Guarda el resto del dinero en su bolsito y se levanta.

– Voy a pedir un taxi.

Halagado, Víctor sacude la cabeza y ríe de buena gana.

– Debo reconocer que tienes clase. Y que eres muy inteligente. Coge tus quinientos y siéntate -y le tiende una mano, para que se acomode a su lado.

– ¿Me invitas a un trago?

– Claro. ¿Qué deseas?

– Un coñac.

– ¿A esta hora?

– Sí, necesito algo fuerte.

Él se dirige al bar y elige dos copas panzonas. Coge una botella negra, opaca, inclinada sobre una cureña napoleónica y sirve dos Courvoisier XO.

Alicia apura casi todo el contenido de un solo trago, y sin brindar.

– Supongamos -dice Víctor, que apura su café amargo y saborea luego un primer sorbo de coñac – que yo te diera llave de esta casa en calidad de amante mía, con una asignación de tres mil dólares mensuales, y que te deje un carro bueno con la gasolina gratis… ¿Te interesaría trabajar para mí?

La cara de Alicia se convierte en el estereotipo del asombro, como si dijera: "¡Mira con la que se me apea este, ahora!"

Se para de un brinco, da unos pasos. Respira lentamente, lo escruta, sonríe escéptica, duda. Sus ojos se mueven muy de prisa, busca una respuesta en el techo, en una pared. Vuelve a sonreír y hasta deja escapar una risita. Se tapa la boca con un gesto tímido mientras con la punta del tacón, recorre coqueta las volutas del embaldosado. Se muerde los labios. Vuelve a sentarse. Lo necesita. La propuesta de Víctor le ha movido el piso. Intuye que el game de cinco días que ha estado jugando con él, ha dado de pronto un salto cualitativo. Grandes Ligas, Monza, Le Mans, Wimbledon… Por la cabeza sólo le pasan tonterías. No atina a encontrar algo ingenioso que responder; algo en consonancia con lo inesperado de la nueva proposición.

Por fin se queda, entre varias posibles respuestas, con la obligada y más sencilla:

– ¿Y cuál sería mi trabajo?

– El mismo que con que te has ganado estos dólares.

– ¿Acostarme contigo?

– No precisamente conmigo.

– ¡Ah! Eso es algo muy diferente.

– Pero siempre te acostarías con tipos bien parecidos. ¿Acaso no es tu especialidad?

– ¿Y podré escogerlos?

– A veces, sí -toma otro sorbo-; otras, seré yo quien te pida que atraigas a alguien…

– ¿Que atraiga…?

Con tu figura y tu savoir faire, bien vestida, al timón de un buen carro, tú bien sabes que puedes seducir al que se te antoje.

– Honor que me haces.

Pese a la sonrisa con que ha recibido la galantería, su expresión sigue denotando mucha perplejidad. Le urge conocer más detalles.

– Por ejemplo, recibirías una foto, o la descripción de alguien, y tu trabajo consistiría en traerlo aquí, hacer el amor con él, exhibir todo tu virtuosismo…

– ¡Ya veo! Y tú, mientras tanto, me filmas. ¡Eso sí que no! ¿Películas porno por tres mil al mes? No, Víctor, esta vez eres tú quien se ha engañado conmigo. Eso te costaría mucho más.

– Nada de eso…

Víctor sacude la cabeza, ríe y toma tranquilamente otro sorbito de coñac. Alicia se sirve otro trago y coge un cigarro. Él le acerca su Ronson encendido. A ambos les tiemblan un poco las manos.

– Tu espectáculo sería para uso exclusivo y privado de dos personas.

Hace una pausa y la observa golpeteando con el dedo el borde de la copa.

– ¿Quiénes?

– Elizabeth y yo.

– ¿Elizabeth se llama tu mujer?

– Anjá.

Alicia se queda pensando, sin saber qué decir.

– Le tenemos pavor al sida y hemos sucumbido a la monogamia. Justamente, la única travesura que nos permitimos, es estimularnos la imaginación mirando lo que hacen otros.

– ¿Y no les basta con mirar películas porno?

– A decir la verdad, Elizabeth tiene unos años más que yo, y se da perfecta cuenta de que a veces no me resulta fácil limitarme a las relaciones con ella.

– ¿Y entonces?

– Entonces, tiene el buen gusto de fingir que se excita identificándose con la chica de la pantalla, cuando en realidad lo hace para estimularme a mí.

– ¿Qué pantalla?

Con ambos índices, Víctor señala el gran espejo corrido que cubre casi toda la pared, a sus espaldas.

– ¿Y se ve desde el otro lado?

– Perfectamente.

Alicia se levanta y da unos pasos por detrás de Víctor. Pone la mano en el gran espejo, apura nuevamente su copa y se acerca a él, muy resuelta.

– Okey, acepto. ¿Cuándo empezamos?

– Cuanto ántes. ¿Sabes conducir?

– Sí.

– ¿Tienes licencia de conducción?

– Sí. Hasta el año pasado, conducía el carro de papi.

– Perfecto. El martes próximo pondré a tu disposición un vehículo de la compañía. Espérame en casa de tu mamá a las cuatro de la tarde. Ponte muy guapa.

1996 MARTINIS Y ACEITUNAS

14

A los cuatro meses de haber descubierto a Alicia, Víctor se felicitaba por haberla contratado. El secreto acuerdo entre ambos, no sólo satisfizo con creces su lujuria inmediata: Alicia le sirvió también como descanso y distracción eficaz de las veinte horas diarias de trabajo que se impusiera en esos días, para tratar de consolidar su viejo proyecto del turismo arqueológico.

A principios de setiembre, el Ministerio del Turismo aceptó su plan de crear una firma mixta para la prospección de galeones hundidos en aguas cubanas; y unos días después, su jefe Rieks Groote venció en un primer y muy encarnizado enfrentamiento, a su hermano Vincent, gran enemigo del proyecto.

Vincent había hecho una tenaz labor de zapa entre el resto de la familia Groote, para rechazar el "proyectyo King". Por su falta de visión, por repulsa a toda fantasía, o quizá por frustrar un nuevo éxito de su hermano menor, Vincent Groote bombardeó desde el principio la "loca idea" de asociar el turismo de su empresa con los galeones del Caribe. Lo calificó de aventura trasnochada, delirios de un improvisado y le auguró un sonado fracaso.

Pero desde hacía cinco años, en el seno de la familia Groote, los vientos soplaban a favor de Rieks. Contra la opinión del difunto padre y de su hermano Vincent, Rieks había logrado un rotundo éxito con su ramal de la firma que abriera en el Caribe. Y al favor de esos vientos, Rieks volvió a derrotar a Vincent en el primer round del Proyecto King; pero a poco de ello, entre Rieks y Víctor, surgió una inesperada crisis.

El 15 de setiembre, Víctor hizo llegar a la presidencia de la GROOTE INTERNATIONAL INC., un memorándum donde solicitaba comisiones del 3% sobre las utilidades netas derivadas del Proyecto King.

Rieks puso el grito en el cielo, dijo que su familia jamás aceptaría eso, que a Víctor se le había ido la mano, que se le había subido la ambición a la cabeza, que aquellas eran ínfulas desmedidas…

– Lo toman o lo dejan -le había respondido Víctor, tajante.

– ¡No seas ridículo, Vic…!

Hubo unos días de tozudez y ánimos caldeados, en que la totalidad del proyecto estuvo a punto de naufragar. Finalmente, Jan van Dongen, eminencia gris de la empresa, pidó a su jefe que le dejara organizar el estudio económico del proyecto. A él le parecía que las "ínfulas" de Víctor, no eran tan desmedidas.