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Media hora y dos martinis después, a Elizabeth vuelve a enredársele la lengua, y camina sobre sus tacones, con inquietantes temblequeos de tobillos. No cesa de morderse la punta de una trencita y hace todavía más difícil entender lo que dice.

Victor está entonado, alegre, pero no tan borracho. Y al verla empinarse media copa de martini, se la quita con suavidad de la mano.

– Ya está bueno, Elizabeth, has bebido demasiado…

Ella, evidentemente borracha, se pone de pie y lo mira desafiante:

– ¿Tú crees que si estuviera borracha podría hacer esto?

Comienza a girar sobre sí misma con los brazos abiertos, pero de pronto tropieza, se tambalea, y se va de lado sobre Víctor, que la sostiene por la cintura.

– Vamos a acostarnos, Elizabeth. Estás muy borracha.

– Túuuu, eres el borracho, my dear… Mira, a ver si puedes hacer esto…

Elizabeth intenta ahora hacer el cuatro, es decir, quedar en equilibrio en una sola pierna, con la otra cruzada sobre la rodilla y los brazos abiertos, pero se va de lado…

Víctor lanza una carcajada y se para de un salto para hacerlo él, pero Elizabeth lo empuja sobre el sofá y se le echa encima. Se finge furiosa y simula pegarle, pero termina también, riéndose a carcajadas, mordiéndolo, besándolo hasta que caen enredados sobre el piso. Allí se demoran unos instantes hasta que cesan las risas.

Elizabeth se sienta en el piso, en postura de loto, coge una aceituna del estante inferior del carrito y dice a Víctor.

– Ahora tú, mírame a mí…, a ver quién es el borracho.

Con una aceituna entre dos dedos, cierra un ojo, toma puntería e intenta acertar en un jarrón vacío, de boca estrecha, que dista unos cinco metros. Para su propia sorpresa, emboca de lleno.

Se para de un brinco y comienza a aplaudirse y a correr tambaleante entre gritos y silbidos. Luego coge el platillo con aceitunas y se lo ofrece a Víctor:

– Dale tú, borrachito, a ver si eres capaz…

Víctor coge una aceituna y falla el intento. La aceituna rueda por el suelo.

Elizabeth rompe a reír.

Víctor prueba una segunda y una tercera vez sin acertar.

Elizabeth se desternilla y exagera sus burlas. Le silba, le hace cuernos con diez dedos y le tira trompetillas.

Para lanzar su cuarta aceituna Víctor reproduce, con grotesca precisión, los movimientos de un jugador de baloncesto. Coge la aceituna con ambas manos, la apoya contra el pecho y levanta la cabeza. Respira, busca concentración y, apoyando el codo en la palma de la mano, catapulta la aceituna con un elegante quiebre de muñeca.

Falla otra vez y Elizabeth vuelve a formar escándalo. Silba, brinca, saca la lengua y corre desde una pared a la opuesta, alzando las rodillas para burlarse, como los fans, cuando el adversario falla un tiro libre.

En uno de estos brincos, con los tacones, Elizabeth resbala sobre una aceituna y se va hacia atr ás. Al caer de espaldas sobre un rincón de la sala, se incrusta en la nuca una de las puntas lanceoladas de hierro, que forman el cerco de un cantero sembrado de malangas. La punta le penetra hasta el bulbo raquídeo.

Muerte instantánea.

Elizabeth queda tendida boca arriba. La cabeza le forma un ángulo casi recto sobre el pecho. Con la peluca de trencitas algo ladeada y el intenso maquillaje, parece un manequí olvidado. Pero su piel muy morena, a la sombra de la gorda planta que le cae sobre la frente, va cobrando ya el dramático verdor de un cadáver.

El hueso de la aceituna fatal, ha trazado una recta impecable sobre el parquet lustroso.

1996 GUIÓN Y UTILERÍA PARA PELÍCULA

DE FINAL FELIZ

24

Alicia duerme. El teléfono suena varias veces pero ella no se despierta. Deja de sonar. Una luz que se enciende en el techo la obliga a fruncir el entrecejo.

Margarita entra y se acerca a la cama. Le da unos golpecitos en el hombro. Alicia farfulla algo y mira hacia adelante, adormilada.

– Despiérta, niña, te llama Víctor.

– ¿Qué quiere? ¿Qué hora es?

Margarita cubre con la mano el auricular:

– Son las cuatro y media. Dale, cógelo, dice que es muy urgente.

Alicia coge el tubo como un autómata:

– ¿Dime?

(-…)

– ¿A estas horas? ¡Chico, por tu vida, estoy dormida!

Alicia se acoda en la cama y alza las cejas. Parece haberse despertado de golpe. Se ve muy intrigada.

– ¿Tu mujer?

(-…)

– Estábien. Me visto y voy.

Cuelga el teléfono y sólo en ese momento se da cuenta de que Margarita, sentada al borde de la cama, se retuerce las manos a la espera de algún comentario.

Alicia se queda mir ndola, malhumorada y pensativa.

– ¿Algún problema, Ali?

– Parece que la mujer de Víctor ha tenido un accidente…

– ¿Qué le pasó…?

– No me lo dijo…

– ¿Y tú…?

– Figúrate… Si me pide ayuda… -y con una mueca de desgano se desentiende del interrogatorio.

Alicia salta de la cama. Margarita la ve caminar desnuda, con pasitos cortos y tiesos, hacia el baño.

25

Cenicero lleno de colillas. Cuerpo de Groote cubierto con una sábana. Un carillón dorado marca las 05:12

Víctor oye el ruido de la verja automática, atraviesa la sala, atisba entre los listones de las persianas, y ve el carro blanco de Alicia que ingresa al jardín y se dirige hacia el garaje.

Víctor le abre desde adentro. Ya ha desplazado su carro hacia el césped interior para hacerle sitio al de Alicia.

Cuando pasan del garaje a la cocina, Víctor la prepara.

– Ha sucedido algo terrible.

Víctor habla en voz muy baja.

– ¿Elizabeth? -susurra ella y lo mira asustada.

– Más o menos -le responde él.

"Extraña respuesta…"

Alicia nunca ha estado en esa casa.

Pasan a un salón casi tan grande como el de la casa contigua.

Lo primero que Alicia busca con la mirada, es la pantalla. Donde debería estar, sólo se ve un gran cortinado rojo. No ha notado aún la presencia del cuerpo, que yace en un rincón, del otro lado del sof.

Alicia se da vuelta para mirar a Víctor:

– Bueno, por fin ¿qué pasa?

Víctor la coge de la mano, la acerca a un extremo del sof y le señala el bulto cubierto por la sábana.

Alicia se detiene y deja escapar un gritito con la mano sobre la boca.

Víctor se acerca un poco más y destapa el cadáver. Ensartado por la nuca en una punta de lanza, sus largas trenzas se abren en abanico sobre la tierra.

– ¿Una mulata? ¿Y está muerta?

Víctor asiente.

Alicia siente que la piel de las sienes se le estira.

Víctor le muestra, entre las piernas abiertas del cadáver, la huella del resbalón que le costó la vida; y a dos metros, en medio de la sala, una aceituna aplastada y otras más, dispersas por el parquet.

– ¿Resbaló sobre esa aceituna?

Víctor asiente.

Ella vuelve a mirar el cadáver y hace una mueca: "¿Elizabeth, una mulata?"

Víctor enciende dos cigarros. Le entrega uno. Ella demora en cogerlo, y cuando se lo lleva a los labios, inhala con avidez. Él se aleja unos pasos hacia la ventana, para darle tiempo a recobrarse. Luego, acodado sobre el alto espaldar de una butaca, como parapetado, y a distancia, le suelta la noticia más dura:

– Es un hombre -dice, sin mirarla.

– ¡¡¡¿Queeeeeé?!!!

– A veces, yo… me dejaba querer…

Elizabeth muerta, Elizabeth mulata, la mulata un hombre, Víctor amante de un hombre… Ante aquel rosario de inesperadas revelaciones, Alicia alza las cejas, esboza una sonrisa triste y vuelve a mirarlo. Abocina los labios y levanta un dedo para decir algo, pero no atina. Se lleva ambas manos a las sienes, como si quisiera ajustarse las ideas con los dedos. Por fin, le da la espalda y permanece con la mirada fija en el cadáver: