– ¿Y entonces, tu mujer… Elizabeth?
– Elizabeth nunca existió.
Ella se vuelve a encararlo. Sus ojos expresan pasmo, miedo, desconfianza.
Pero las sorpresas no han terminado.
– Es Hendrik Groote.
Alicia se traga ¡aaaaajjj! una gemida bocanada de aire.
– ¿Tu p…patrón?
Víctor ni siquiera asiente. Camina de nuevo a la deriva por la sala y se mesa suavemente los cabellos.
¡Por Dios, tantas situaciones inesperadas!
Por primera vez Alicia examina a Víctor como a un extraño. ¿Quién es realmente ese tipo? ¿Y qué hace ella metida allí, junto a él? "Dime con quién andas…"
El ominoso proverbio fulgura en su conciencia como un reproche.
Se deja caer sobre una bergère y cierra los ojos.
– ¿Y no has pedido ayuda?
– Para eso te llamé.
– ¿Por qué a mí? -y por segunda vez se reprocha andar en compañía de un hombre así.
– Cuando inicien la investigación, es muy posible que descubran la pantalla entre las dos casas. El escándalo puede ser grande y tú vas a estar involucrada. Cuando me interroguen…
"¿Involucrada yo? ¿Pensar denunciarme, chantajearme…? Calma, calma, deja ver primero con qué me sale ahora…"
Se muerde los labios y no se da por aludida. Piensa con desesperada rapidez. Y el miedo crece. Pero su instinto le dice que no debe mostrarse asustada.
Inspira, se obliga a agacharse para ver más de cerca el cadáver y dar a entender que no está tan impresionada.
– ¿Y tú crees que te van a echar la culpa?
La voz de Alicia no delata su ansiedad.
– En absoluto; los técnicos van a comprobar que todo lo que digo es cierto. Fue un resbalón, yo no tengo nada que ver.
– ¿Has tenido relaciones con muchos hombres?
– Con algunos… Imagínate: estuve cinco años preso en una cárcel mexicana…
Cada nueva frase de Víctor la sorprende con algo impensable. Así que el bugarrón de su jefe, ex presidiario… Vaya, carajo…
Y mientras Alicia inspira boquiabierta para seguir asimilando aquella cascada de imprevistos, Víctor se sienta en otra butaca, y cruza los pies sobre una mesa baja.
– Te he llamado, porque esta muerte nos concierne a ambos.
Ella lo mira con cara de poker. Siente que se ha recuperado un poco y se dispone a oírlo; y a enfrentar lo que venga, ¡qué carajo!
Como amantes, Rieks y él llevaban casi tres años, pero en secreto. Rieks tenía esposa e hijos, su madre, tres hermanos, todos millonarios… Hasta ese momento, Víctor había trabajado a sueldo, pero en un par de meses la empresa firmaría con él un contrato por el que iba a ganar un millón y medio de dólares anuales. Pero ahora, muerto Rieks, lo más probable era que anularan su proyecto de los galeones, y hasta que lo despidieran de la empresa. Se quedaría sin nada. Con las manos vacías.
– ¿Y eso por qué?
– Por oposición de la familia: una historia larga que no es el momento de contarte…
Víctor vuelve a pararse y camina lentamente por la sala. Alicia lo observa. Ha decidido tener paciencia. Por la actitud preparatoria y el tono de recuento con que Víctor le ha hablado, ella intuye que todavía no acabaron sus sorpresas.
Por fin, tras una larga pausa, Víctor se agacha para volver a tapar el cadáver, y hace un comentario escalofriante:
– Y sin embargo, a este cadáver se le pueden sacar fácilmente tres millones de dólares.
Alicia lo mira escéptica. Pero los tres millones se adhieren a su oídos, tintinean, resuenan límpidos como un cristal de Baccarat; siguen tañendo, como esas campanas que para acallarlas tienes que ponerles una mano encima. Y entre tan halagüeños ecos, la propia Alicia advierte que su temor inicial cede paso en su nimo, a un vigoroso interés.
Sonríe; pero su sonrisa expresa que no quiere ser objeto de burlas. Malhumorada, encara a Víctor. Se le para a dos centímetros. La frente de ella queda a la altura de sus labios. Lo mira a los ojos desafiante y respira su aliento de nicotina y alcohoclass="underline"
– Chico… ¿habré oído bien? ¿Tú… 'tás hablando de tres millones de fulas…?
– Su familia pagará lo que les pidamos. Si tú cooperas, claro…
– ¿Tres millones por un cadáver?
– Es un plan bien sencillo, sin riesgo… O sea, sin más riesgo del que uno asume todos los días al salir a la calle… Yo voy a estar adentro, enterado de todo lo que suceda. Pero necesito un partner que actúe desde afuera, y sólo tú podrías serlo.
– ¿Y por qué yo?
– Porque no tengo a nadie más: eres la única que conoce lo que ocurría en estas dos casas…
Ella permanece unos instante absorta. Digiere con calma el razonamiento de Víctor y asiente involuntariamente con la cabeza ladeada. Se detiene en medio de la sala y lo mira con frialdad.
– ¿Y qué me ofreces?
– Lo justo, partes iguales: un millón y medio para cada uno. Con eso podríamos comprarnos la libertad definitiva.
Ella sigue mirándolo, pero ya no lo enfoca fijo. Sus ojos se mueven inquietos. Piensa.
– De lo contrario, te toca volver a pedalear y a menear el culo por la calle. Y te despides del carro, y de los tres mil dólares mensuales. Sin una orden de Rieks, yo no podría disponer de él… La empresa me lo va a retirar…
Alicia suspira entrecortado, como los niños después del llanto. Ya vislumbra los alcances del desastre, y algo que le dice que tiene que contrarrestarlo, tomar medidas. Sí, tal vez…, pero…, no sabe qué pensar de Víctor.
Su percepción, su sentido común, una lógica de los hechos más recientes, le indican que no puede ser un asesino. Sería insensato suponer que ha matado a Groote para sacarle dinero a un cadáver. En todo caso, lo mataría después de cobrar el dinero. Y en ese caso, no la buscaría a ella como cómplice, después del crimen. No no, imposible. Víctor puede ser un bandido, un cínico, un inmoral; pero no es un asesino ni el psicópata que acometiese un plan tan estúpido.
– ¿Y si no acepto tu propuesta?
– Sin tu ayuda, yo no puedo hacer nada. No podría cobrar el rescate…
– ¿Y qué harías, entonces?
– Llamar hoy mismo a la policía; enfrentar durante algunos días las sospechas, interrogatorios, etc., hasta que todo se aclare. Lo del cadáver no me preocupa; no tengo nada que temer. Lo malo es que cuando inspeccionen la casa van a descubrir lo que ocurría aquí.
– ¿Qué cosa?
Alicia vuelve a mirar la espesa cortina roja que cubre la pared divisoria de un extremo al otro y del piso al techo…
Como si adivinara su pensamiento, y sin dejar de hablar, Víctor descorre las cortinas, coge una llave de una gaveta y abre de par en par las puertas del armario.
– Todo esto -señala con un amplio ademán-: la pantalla entre las dos casas…
Ella contempla boquiabierta la sala del estanque. El fauno sigue sonriendo, tumbado boca arriba…
– …y cuando me interroguen, inevitablemente, saldrás a relucir tú. Por eso te llamé, para que me ayudes a pensar.
– En eso estamos… ¿Y cuál es tu otra alternativa?
– Acelerar el coche a doscientos y reventarme contra un pinche rbol.
Ella lo escruta pensativa.
– ¿Sentías algo por Rieks?
– Sí, gratitud, simpatía… Como amigo, fue excelente. Él se enamoró de mí…
– Tiene buen gusto… ¿Y en la empresa lo sabían?
– Hasta ahora, no. Pero si no desaparezco el cadáver, lo van a saber mañana mismo.