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No, nadie puede verlos.

– Y por si nos observan desde un satélite ruso -había bromeado Víctor al discutir el traslado-, lo llevaremos bien tapado.

En realidad, le repele ver el cadáver de Rieks con sus pintarrajos de mulata. No es culpable de su muerte; pero desde que ha comenzado a manipularlo como un mero bulto, se siente sucio. Se repite que no es culpable, que ya no puede flaquear, ni dar marcha atrás, y que no es un miserable carroñero; se persuade de que simplemente, está tomando lo que el destino ha puesto en sus manos.

Le sorprenden el aplomo y serenidad de Alicia.

Antes de introducir el cadáver en la otra casa, Víctor se detiene junto a la barbecue y descuelga una lona que sirve de quitasol. Huele a humo, pero está limpia. Luego entra a la caseta anexa, agarra un saco de carbón y una botella con alcohol. Ella reúne con el rastrillo un poco de hojarasca. Víctor derrama casi medio saco de carbón y vacía todo el alcohol encima. Cuando logran una llama fuerte, de casi un metro, se alejan con el cadáver hacia la casa.

Entran la carretilla a la sala. Alicia quita los toallones y los tiende sobre el piso. Víctor alza los brazos de la carretilla y ella coge al cadáver por los tobillos. Lo deslizan hacia el piso con un cuidado culpable.

De la parte superior del freezer, quitan primero cinco recipientes con cubitos de hielo. Siguen varias cajas de Camembert, media docena de pollos, dos grandes bolsas de nylon con camarones, una pierna de jamón, embutidos de diverso tamaño, bandejas de carne, sesos, colas de langosta, cajas de almejas, de osteones, mariscos varios. Pegados al fondo, hay dos pargos grandes y algunas ruedas de aguja.

– El reloj -dice Víctor, y sale de la cocina.

Cuando Alicia intenta cerrar la tapa del freezer, no lo consigue. Reorganiza la disposición de las vituallas y por fin cierra. El congelador está lleno hasta el tope.

Sobre la mesa quedan algunos quesos, cajones de langostinos y botellas que no caben.

Víctor entra descalzo y en calzoncillos, con el pelo húmedo y desgreñado. Le está dando cuerda a un reloj despertador.

– Te llevas todo eso a tu casa, hoy mismo.

Víctor hace girar las manecillas para poner el reloj en hora.

– ¿Qué haces?

Mientras manipula el reloj a la altura del ombligo:

– Hay que acordarse de avisar a la sirvienta que debe tomar sus vacaciones mañana mismo.

De repente una mano blanca con sortija de esmeralda le aprisiona vidamente la entrepierna.

Alicia de perfil, suspira y le mordisquea el torso.

– ¡Qué extraño! Me excita saber que te gustan los hombres.

– No siempre. Sólo a veces…

Él también comienza a jadear y a lamerle el cuello. Ella se quita el sujetador. Él le besa los senos. Luego la coge por la cintura y la alza.

– ¡Ven!

Alicia se abalanza, lo derrumba sobre el piso, lo besa, lo mordisquea por todo el cuerpo, y por fin lo monta.

– ¡Cuentero! ¡Bugarrón! -Se le sacude encima con violencia-. ¿Por qué me tienen que gustar los hijueputas, eh? ¿Por qué coño no me enamoro de un tipo decente?

Tras la pausa, despojan al cadáver de su vestido y de la peluca de trenzas. Desnudo se le siente mucho el perfume. Y pesa más de lo que se imaginaban. Fracasan en dos intentos de levantarlo. Se les resbala. Y ambos tienen reparos en abrazarlo con fuerza. Por fin, Víctor propone variar la técnica.

– Búscame un pedazo de soga.

Alicia trae del patiecito techado, contiguo al garaje, una soga de nylon donde la sirvienta tiende trapos de cocina. Víctor se la amarra al cadáver, con doble vuelta por la cintura. Luego Alicia le sostiene los tobillos juntos mientras Víctor, con las piernas abiertas y algo flexionadas a ambos lados de la cintura del cadáver, se agacha, lo coge de la soga y, al enderezarse, lo levanta con un fuerte tirón hacia arriba. Mientras lo sostiene en peso, se le tensan mucho los bíceps. Los pies de Groote quedan hacia arriba y la cabeza casi apoyada en el piso.

Cuando por fin consiguen engancharle las corvas en el borde del freezer, Alicia baja la tapa hasta apoyársela sobre las rodillas y enseguida se encarama encima para trabarlo. Ahora, a Víctor le resulta fácil levantarlo por las axilas hasta que queda como si estuviera sentado al borde del freezer. Cuando Alicia se apea y alza la tapa, Víctor lo empuja un poco hacia adentro y el cadáver se desliza sin dificultad. Luego, le quitan la soga de la cintura, el anillo de matrimonio, y entre los dos, lo ubican de lado, con las piernas recogidas hacia atrás y la cabeza presionada hacia adelante. Lo cubren con la lona. Le enciman el hielo y todo lo demás. El freezer queda repleto hasta los bordes.

A las 12:25 borran con esmero las huellas de la carretilla en ambas salas, queman en la hoguera de la barbecue la p gina donde habían impreso lo ya hecho, el vestido, la peluca, y la soga que le amarraran.

Víctor se queda con el anillo. Dentro de la casa busca en su guardarropas unos jeans negros y muy anchos. Alicia recorta una pierna entre la cadera y la rodilla. Guarda el trozo cortado y echa el resto al fuego. Saca su libreta y hace una marca.

Y a las 14:20 vuelven a sentarse para repensar las necesidades de los próximos pasos.

A las 15:55 se levantan. Han revisado la totalidad del plan, punto por punto. Han calculado todos los detalles, el tiempo e itinerarios.

– ¿Qué viene ahora? -pregunta Víctor.

Ella lee en su libreta.

– Fabricar la herida en la frente -y se muerde los labios compungida.

El sale con paso decidido hacia el garage y regresa con un leño que le pasa a Alicia.

– Dame con esto, mira, aquí, un golpe seco -y se señala un costado de la frente-. Toma puntería, no me vas a dar en la nariz…

Para golpearlo, ella cierra los ojos pero le da donde él le ha pedido. De inmediato, la piel se le amorata y comienza a hincharse.

Víctor se pone a pelar un trozo de cable eléctrico. Cuando termina, Alicia le recoge un poco los guantes y, con el fino alambre de cobre, le hace un amarre en ocho en torno a ambas muñecas. Se lo retuerce bien, primero con sus manos y al final con una pinza, hasta que Víctor ya no soporta el dolor. Esperan unos cinco minutos y cuando Alicia lo libera, las muñecas exhiben un notorio morado al que se suma un poco de sangre en la piel de la parte interior.

– Ya estamos casi terminando -dice él, mientras observa la lista, y hace un par de marcas…

– Estoy muerta de hambre -gime Alicia-. Voy a freírme unos huevos con jamón. ¿Quieres?

– No, gracias, me voy a vestir.

Víctor regresa poco después en jeans negros, mocasines sin medias y una camisa verde de mezclilla. Trae en la mano su libreta y la estudia atentamente.

Ella se acerca a observarle las muñecas. El hematoma ha progresado y también la hinchazón en la frente.

– ¿Duele mucho?

– Sí, pero no me importa. Olvídate. -Y sigue leyendo su lista de tareas-. Ahora viene…, verificar que todo se ha quemado y dispersar cenizas.

Ella también examina su lista, abre su bolso y guarda el trozo de jean cortado.

Víctor va hasta la barbecue y comprueba que todo se ha quemado debidamente. Rastrilla y organiza un poco las cenizas. Encima coloca varios leños que luego rocía con abundante alcohol. Cuando ve elevarse la alta llama azul, guarda en el cobertizo todos los implementos y regresa a la vivienda.

De la colección de pelucas, Alicia escoge una rubia, de cabello muy lacio y largo. Viste un ropón de hilo amarillento, cuadrado, anchote, sin cinto, con flecos que le llegan a los tobillos. Se pone unos lentes oscuros.