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– No me parece, Jan -dice Víctor-. ¿Después de tantos días, cómo podrían…?

– Eso digo yo -lo apoya Bos.

– No me pregunten cómo. Lo cierto es que esta foto me genera todavía más inquietud…

– ¿Lo habr n drogado? -se pregunta Víctor.

– Quizá le hayan golpeado la cara… -aventura Bos.

– Y más simple aún: quizá lo hayan matado.

Víctor hace un gesto de rechazo. Mira sombrío a Van Dongen. Da a entender que desestima las exageraciones de aquel paranoico.

Una mucama uniformada llena tres tazas de café, las pone en una bandeja y sale hacia la recepción. En eso oye la risa estentórea de Bos y comienza a sonreír. Oye una segunda y una tercera carcajadas atronadoras y al ver que la recepcionista también se ríe, intercambia con ella un guiño de complicidad.

Cuando Bos ríe de buena gana, todo el mundo se entera. Su hilaridad atraviesa puertas, tabiques, maderas, cemento, se prende de las paredes, recorre los pasillos. Y cuando el jefe está contento, todo el mundo ríe, porque Karl Bos, aquel cincuentón pelirrojo y mofletudo, tiene una risa infantil, resonante, contagiosa. Imposible oírla y quedarse serio.

Cuando la mucama abre la puerta del despacho, se oye también la risa de Víctor, mucho más moderada. Al entrar con la bandejita del café, se encuentra a Van Dongen, de pie ante los otros dos, que lo oyen arrellanados en el sof.

– ¿Arenques con salsa de mangos? ¡No jodas, Jan, eso no puede ser!

– ¿Y cómo dices que se llama la tía?

– Cornelia. -Van Dongen es el único que no ríe-. Es la hermana mayor del padre de Rieks. Completamente loca. Tortura a sus invitados con su culinaria.

– Y el Tropical Baltic ¿lo inventó ella?

– Sí; y siempre cuenta a sus invitados, que una vez se lo hizo probar al chef del Waldorf Astoria, y el tipo quedó tan maravillado, que le pidió la receta para incluirla en su repertorio.

– ¡Jaaa, ja, ja! ¿Y eso es verdad?

– ¡Qué va! Puro delirio mitómano de la vieja…

– ¡Jaaaa, ja, ja…! ¡Ayyy!

El pelirrojo coge aire para seguir riéndose.

La mucama, con su bandeja vacía, se retira con obsequiosa discreción. La recepcionista, muerta de curiosidad, le implora con los ojos una explicación.

– Figúrate, en inglés no entiendo nada…

En el despacho Víctor pregunta a Van Dongen:

– ¿Y tú crees que Rieks recuerde el nombre del plato?

– Claro, Vic -asegura Van Dongen-. Tú sabes que a Rieks le encantan las bromas pesadas. Y cuando tiene la vena s dica, lleva invitados a casa de la tía Cornelia, a comer el Tropical Baltic.

Las risotadas de Bos vuelven a atronar en el despacho. La hilaridad le colorea el cutis. Al sacudir la cabeza, se le despega sobre la frente un mechón rebelde.

– ¿Y qué propones, entonces? -pregunta, sin dejar de reír, mientras se seca las gafas empañadas.

– Muy simple, Karclass="underline" cuando los secuestradores llamen mañana, les pedimos que averigüen con Rieks el nombre de la tía, del plato, y de los ingredientes. Para ellos no representa ninguna dificultad pregunt rselo y decírnoslo…

Víctor asiente con reiterados y enf ticos cabezazos.

– Absolutamente de acuerdo -aprueba Víctor-. Si nos contestan bien, mañana sabremos con toda certeza que Rieks está vivo.

– Una idea genial -apoya Bos. Y suelta otra carcajada.

Anochecido ya, cuando iba entrando al garaje de su casa, Jan se dio cuenta de que había cometido un error. El plato de la tía Cornelia no se llamaba Tropical Baltic, sino Tropical Boreas.

Recordó entonces que la tía había inventado también una sopa de bacalao con chile de la puta madre, ron y aguacate. Y por cierto, aquella sopa no era tan mala como para que Rieks le gastara bromas a alguien. Jan la había probado una vez, y se podía tomar, sobre todo en invierno. Y a esa sopa, Cornelia la había bautizado Caribbean Baltic. Después de veinte años en Curazao, donde enterrara al sueco que fue su devoto marido, ella se dedicaba a evocar los años más felices de su vida, con aquellas contrastantes fantasías culinarias.

Evidentemente, la confusión entre Baltic y Boreas, por la analogía de los términos, era explicable. Jan pensó en llamar por teléfono a Bos y a Víctor, para rectificar, pero se dijo que no valía la pena.

Ya él les explicaría, al día siguiente.

36

El bigotudo se asegura de que nadie lo vea, coge el pomo de la puerta con un pañuelo y penetra en la habitación nø 306 del hotel Tritón. Ya adentro, saca unos guantes de cirujano y se los pone. Se quita una chaqueta ligera y la cuelga de un armario.

Ante un espejo adosado a la pared, encima de una mesita donde hay una carpeta, papeles, bolígrafos y vasos, se quita el bigote, la peluca y los pone dentro del cajón de la mesa de luz.

Coge el celular que lleva enganchado a la cintura y llama.

– Ya estoy aquí. Puedes subir.

Entra al baño, se mira al espejo y se lava la cara.

Regresa a la habitación, mira en derredor y vuelve a descorrer la puerta del armario. Del minibar que encuentra adentro, coge una ración de whisky, una botella de agua mineral y una bandejita de hielo. Libera un vaso de su envoltura antiséptica, se prepara un trago bien aguado y toma un sorbo largo.

Enciende un cigarro y se acerca a una ventana. Ladea apenas la cortina y mira en varias direcciones. Luego descorre la cortina, abre la ventana y contempla el mar, que ya comienza a mostrar sus crestas tornasoladas, al caer el día.

Es el 16 de noviembre, víspera del cobro del rescate.

Está nervioso, pero se controla bien.

Desde la mañana ha hecho tres tandas respiratorias de autocontrol, según una técnica que le enseñara un presidiario chino en México.

Cuando apura su segundo trago, oye tres golpes juntos y un cuarto demorado.

Alicia le hace una mueca en el umbral de la puerta.

Adentro, sentada al borde de una cama, se pone guantes de cirujano y luego se quita la peluca.

En media hora repasan, punto por punto, las últimas acciones de ese día y el siguiente.

Mientras Víctor vuelve a disfrazarse de bigotudo y se pone la chaqueta, ella le repite de memoria sus tareas, por última vez.

Satisfecho, Víctor sonríe, se acerca, le soba las nalgas. Ella se aferra a sus labios.

– Dejémoslo para mañana, que es el gran día.

– No me has dicho lo que vas hacer conmigo cuando seamos millonarios.

– Tengo grandes planes para tí.

– ¿Para… nosotros?

Víctor se pone gafas de sol.

– Grandes planes para ambos…

Un minuto después, también Alicia se ríe de la tía Cornelia y de su culinaria.

Víctor vuelve a mirar su reloj.

– En un cuarto de hora llego a la oficina. Tú, espera un poco más. Quiero estar allí cuando entre tu llamado.

– El plato de la tía Cornelia es arenque con salsa de mangos. Lo llama Tropical Baltic. Preparen todo para mañana por la mañana. Llamaremos entre las 10 y las 11.

Alicia cuelga.

Bos también cuelga y alza los brazos en triunfo.

– Cornelia, arenque con mangos, Tropical Baltic, todo perfecto.

Víctor silba y aplaude.

– ¡Estávivo!

– Gracias a Dios -dice Bos y aprieta el interfono-.Llamemos a Jan, para que acabe de tranquilizarse

En eso entra Van Dongen. Al enterarse de la noticia, no sonríe. Se queda pensativo.

– ¿Est s seguro, Karl, de que dijo exactamente eso?

– Absolutamente: Cornelia, arenque con mangos, Tropical Baltic.

– ¿Satisfecho, Jan? -lo palmea Víctor.

– OK, ahora sí, puedo quedarme tranquilo -admite Jan, con un gesto enigm tico, evitando mirarlo. Perdón -añade de pronto y sale de prisa como si hubiera olvidado algo.