[12:50]
Un aguacero tropical se desploma sobre la ciudad. Alicia espera en la puerta de su casa. Tiene listo un paraguas y la maleta a su lado, sobre la loza del zaguán.
Mientras el Chevrolet de Víctor se estaciona, ella abre el paraguas. Víctor baja de prisa, coge la maleta y la introduce en el asiento de atrás. Cuando se sienta al volante, Alicia ya está instalada a su lado.
Ruedan en silencio unos segundos, y al doblar hacia la Avenida Primera, Víctor estaciona el carro, sonríe orgulloso y le ofrece sus dos palmas en alto. Ella las golpea con las suyas y suelta una carcajada. El lanza un silbido triunfal y la abraza. Ella lo besa en la boca y se le acurruca en el pecho. l la estrecha unos instantes y enseguida se desprende:
– ¡Jujuuy! -y Víctor sacude ahora los puños-. Ganamos, puta madre… Con los pinches millones ya nadie nos va a chingar la vida…
Ella le sigue la corriente y se burla de sus mejicanadas:
– Es la mera verdá, cuate…-y lo besa con ardor, y lo abraza, ávida de acción inmediata…
Él la aparta delicadamente.
– Ahora no, Alicia… Primero tenemos que platicar un poco y ver cómo vamos a deshacernos del… del…
– Sí, chico, del bulto -dice Alicia, que ya ha renunciado al desahogo en el carro, y se reacomoda el pelo y sus ropas-. Bien ¿cuál es el plan, ahora?
– Deshacernos de él, antes de que denuncien su desaparición y la policía intervenga… Y lo mejor es hacerlo hoy mismo…
– ¿Hoy mismo?
– Sí, apenas anochezca…
[13:15]
Llegados a Siboney, Víctor descarga la maleta y la deposita en medio de la sala. La abre y los ojos le brillan de codicia. Pero como hiciera Alicia, sonríe al ver la flor, la coge y la huele.
– Pensé que la habrías guardado en tu casa.
Alicia, coge la flor y se queda mir ndola desilusionada.
– Hubiera preferido que me la enviases tú…
Víctor cierra la maleta, condescendiente:
– Este no es el momento de ponerte rom ntica, Alicia. Tenemos mucho que hacer.
l repone la maleta en un armario, y ella se coloca la flor en una oreja. l la coge por una mano y la lleva al escritorio donde tiene su computadora, que enciende. Teclea brevemente y se pone a leer.
– Lo más urgente es deshacerse del cadáver. Lo segundo, esconder el dinero en un lugar donde nadie pueda encontrarlo, hasta que surjan condiciones para usarlo o sacarlo del país.
– Para deshacernos del cadáver yo creo que el mejor lugar es el patio de mi casa. Ya hablé con mam…
– ¿Pero tú est s loca o te has vuelto idiota? -Víctor se levanta, manotea y la mira alarmado-. ¿Has sido capaz de contarle a tu mama…?
– ¡No seas tonto, coño! Claro que se lo conté. Por un lado, necesito protegerme…
Víctor lanza un puñetazo contra una pared al tiempo que le grita:
– ¿Pero protegerte de qué!
– ¡De tí, coño, de tí! Y ahora c lmate y no me alces la voz… Y ve sabiendo que para guardar secretos, a mi madre le tengo más confianza que a mí misma.
La discusión se prolongó casi media hora. Por fin, amainó la furia de Víctor. Siguió acus ndola de haber cometido un disparate,
pero se convenció de que nada ganaría con seguir discutiendo.
– Bueno ¿qué otro remedio? -se dio por vencido-. A lo hecho, pecho. Pero, de todos modos, mejor que el patio de tu mam, me parece el otro lugar que me mostraste, cerca del zoológico.
Hacía unos cuatro años, antes de empezar a pedalear, Alicia había tenido una aventurilla con un dirigente de alto nivel, hombre casado, que mucho se cuidaba de no ser visto en sus travesuras. Habían sido varios encuentros, siempre en un carro de matrícula particular, que el hombre estacionaba en el mismo lugar: calle 38 del Nuevo Vedado, una paralela a la avenida que une el Zoológico con el Bosque de la Habana. Junto a la enorme fosa que hace allí el terreno, Alicia había visto una unidad militar con instalaciones soterradas. Pero al pasar casualmente por allí a principios de año, se encontró con que la unidad había sido desmantelada. Y no existía tampoco la alambrada con los arbustos que vedaban el acceso y la vista hacia el fondo de la fosa. Vio unas volquetas y una motoniveladora, que estaban acarreando arena y tierra, sin duda para alguna construcción. En su extremo elevado, la Calle 38 tiene unas pocas casas y un solo edificio de varias plantas, en construcción; pero en sus cuatrocientos metros finales, cuando desciende en una curva muy cerrada hacia el río Almendares, queda limitada a la izquierda por un alto farallón rocoso, y por la fosa a la derecha. Al desaparecer la unidad militar y no haber viviendas del otro lado, el lugar resulta perfecto para el amor furtivo; y para deshacerse de un cadáver.
En cuanto Alicia se lo propuso, Víctor fue al lugar y lo encontró excelente.
– Okey, está bien. Manos a la obra -aceptó Alicia.
– Tenemos que ponerlo de nuevo a descongelarse.
– ¿Y para qué descongelarlo?
– Para poder malquillarlo un poco, vestirlo y ubicarlo en la parte de atr s del carro. Tú te le sientas al lado y puedes fingir que…
Alicia hace un gesto como si fuera a vomitar:
– No, Víctor, no resisto una sola manipulación más con el cadáver. Pong moslo dentro de un saco, doblado, así como está y nos lo llevamos en el maletero.
Victor se queda mir ndola, se muerde un labio; inclina la cabeza, pensativo, y vuelve a mirarla. Duda.
[17:30]
Entra un Peugeot al garaje y cuando la puerta autom tica se cierra tras él, se apea el bigotudo Víctor. Tras quitarse la peluca, saca de un bolsillo unos papeles y se los entrega a Alicia.
– Toma. Gu rdalos tú. Son los papeles que me dieron en Rent-A-Car.
Mientras Victor se despega el bigote, ella dobla los papeles y comenta:
– El cadáver estaba otra vez pegado al fondo. Tuve que desconectar el freezer y echarle un poco de agua tibia.
Ambos caminan hacia la cocina. La mesa está repleta de las vituallas que Alicia ha desalojado. El abre la tapa del freezer y ella extiende sobre el piso un par de s banas de dos plazas. Entre los dos tumban el freezer. El cadáver, en posición fetal, resbala hacia el piso. Víctor lo seca con una toalla. Ella hace un gesto de desagrado. Finalmente, Víctor lo deposita sobre una s bana, lo envuelve y luego, con dos de sus puntas, hace un amarre sobre la cabeza, y con las otras dos, sobre los pies. Alicia hala por el nudo de los pies y Víctor por el de la cabeza y lo arrastran hacia el garaje.
[19:10]
La madre de Alicia abre la puerta y un hombre sonriente la saluda.
Es un trigueño apuesto, de unos 40 años.
– ¡Fernando! ¿Tú aquí…?
Fernando la abraza.
– Acabo de llegar -habla con notorio acento argentino-. Vengo directo del aeropuerto…
– ¿Pero cómo no nos avisaste?
– Quería darles la sorpresa…
– Ay, chico, qué mala suerte la tuya. Alicia anda atareadísima con sus clases y ex menes… Me dijo que hoy iba a estar en casa de una amiga, estudiando hasta tarde…
– Bueno, entonces sigo hasta el hotel y así descanso un rato. Si viene Alicia decíle que por la noche la llamo.
– ¡Qué sorpresa se va a llevar!