– ¿Me prometés guardar un secreto y no decirle nada a ella?
– Sí, claro…
– Vine a casarme con Alicia.
Margarita se lleva una mano al pecho y abre la boca y los ojos en un gesto de enorme sorpresa.
[19:22]
El Peugeot termina de escalar la empinada cuesta que nace junto al Jardín Zoológico de La Habana. Al culminarla, cuatro cuadras más arriba, toma hacia la derecha el desvío de la Calle 38, por la que desciende, esta vez en un pronunciado declive.
Pasa de largo junto a las casas de la parte alta. Al pie de un edificio en obra, hay tres o cuatro personas inactivas. Cuando el Peugeot desciende unas dos cuadras hacia el río, se oye un ladrido. Otros le hacen eco.
Al estacionar junto a una fosa, las ruedas descansan sobre el borde de un acantilado de ocho metros.
En la calzada no se ven carros estacionados. Ni transeúntes. Tras un minuto de inmovilidad y silencio, Víctor se apea por un lado y Alicia por el otro y se reúnen junto al maletero. Miran en todas direcciones.
– ¡Ahora! En esta oscuridad nadie nos ve.
Abren el maletero, cogen el fardo por los nudos y lo depositan al borde del precipicio. Víctor saca un cuchillo, corta por debajo de cada nudo y le pasa la tela cortada a Alicia. Luego se agacha, coge el envoltorio por un extremo, lo alza con fuerza y hace que el cadáver gire hacia el vacío. Tres segundos después, el ruido sordo del impacto en el fondo, rebota contra los farallones.
Víctor recoge los restos de s bana y colcha y se introduce con ellos en el Peugeot. Alicia ya está adentro. Víctor enciende las luces y el carro parte, cuesta abajo, con el motor apagado.
[20:11]
Suena el timbre de la puerta. Un negro joven, acompañado del portero del edificio, extiende un carnet de la Policía Nacional Revolucionaria y pide hablar con el Sr. Karl Bos.
– Adelante -le dice el propio Bos-. Siéntese, por favor.
El policía se acomoda, se coge las manos en actitud de quien prepara lo que va a decir. Luego saca de su bolsillo superior una especie de tarjeta y se la pasa a Bos.
– ¿Reconoce a este señor?
Bos mira con avidez y temor.
Es una licencia de conducción con la foto y nombre de Hendryck Groote.
– Sí, es Hendryck Groote, el presidente de la empresa donde trabajo… ¿Le ha pasado algo?
– Lamento informarle que apareció muerto, hace poco, en el fondo de una obra en construcción…
Bos hace un gesto de consternación y se derrumba hacia un lado del sillón, con ambas manos en las sienes.
[20:41]
Alicia en el interior del Peugeot, termina de pasar un trapo húmedo sobre el timón, la palanca de cambios, y prácticamente todo el tablero.
Víctor hace lo mismo por fuera. En eso oye timbrar su celular, y se lo quita de la cintura.
– ¿Sí? Sí, hola, Karl. ¿Alguna novedad?
– ¡Qué horrible!
Tras un prolongado silencio, en que Víctor sólo asiente, dice por fin:
– Sí sí, voy para all inmediatamente.
Cuelga y se vuelve a Alicia.
– Ya encontraron el cadáver… Parece que había unos muchachos jugando en el fondo de la fosa. La Policía quiere que vayamos a reconocerlo en la morgue…
Alicia eleva la cabeza y los brazos al cielo y exclama:
– ¡Qué ganas de emborracharme, coño!
– Por favor, no lo hagas ahora. Necesitamos nuestros cinco sentidos. Mientras yo regreso, llévate el carro y abandónalo en cualquier lugar del Vedado. Luego espérame, disfrazada, en el bar del Habana Libre, pero no te excedas…
[21:15]
Casi simultáneamente, con rostros igualmente lúgubres, Bos y Víctor cabecean afirmativamente ante un hombre, visto de espaldas, que ha levantado una s bana.
Reconocido Groote, el hombre deja caer la s bana y se lleva el cadáver en una camilla rodante.
– Si ustedes se sienten en condiciones ¿podrían responderme unas preguntas ahora…?
– Yo le confieso que no me siento en condiciones. Esto es terrible… -le dice Víctor,
– Yo también preferiría, teniente…
– Perfectamente, no hay ningún problema. ¿Podríamos reunirnos mañana a las nueve?
Bos y Víctor asienten.
– De acuerdo; pero quisiera informarles que no han terminado los problemas en su empresa. La mujer del Sr. Jan Van Dongen ha denunciado la desaparición de su marido. Dice que no ha recibido siquiera un llamado desde el mediodía.
– Yo ya lo sabía, y también me preocupo. Jan no volvió a aparecer ni a llamar en toda la tarde. Realmente, es algo incomprensible…
– Permítanme informarles que el Sr. Van Dongen salió de Rancho Boyeros esta tarde a las 16:30 con destino a México -saca un papel y lee-: en un vuelo de Aerotaxis, que había reservado y pagado desde antiayer a nombre de la empresa.
Bos y Victor se miran asombrados.
[21:50]
Alicia, disfrazada otra vez de gringa gorda, espera sentada en la barra. Cuando llega Víctor, se le sienta al lado y pide un coñac.
– ¿Donde lo dejaste?
– A tres cuadras de aquí. No problem. Ojal alguien se lo robe esta noche. ¿Y a tí cómo te fue en la morgue?
Víctor no le responde.
– ¿Tendrías la amabilidad de responderme? ¿Todo bien?
– Todavía no lo sé. El narizón Van Dongen se marchó de Cuba sin decir nada. Ni a su mujer.
Alicia, muy alarmada, se vira para mirar a los ojos de Víctor.
– ¿Y eso? Por cierto ¿tú miraste bien el contenido de la maleta?
– Eso mismo iba a preguntarte yo… Porque nos distrajimos con la flor y al final no miramos…
– Tú piensas que el narizón pudo hacernos alguna trampa…
– No me imagino cómo. Parece imposible; pero me da muy mala espina que se haya marchado sin decir nada a nadie…
[22:26]
El Chevrolet entra en la finca. Ambos se apean con premura y van hacia el armario donde han guardado la maleta con los tres millones.
Víctor la carga, la deposita encima de un sof y se apresura a abrirla, ante la ansiosa expectativa de Alicia. Cuando los fajos vuelven a desplegarse ante su vista, cuidadosamente ordenados, coge uno al azar y le desliza el pulgar sobre un extremo.
Con un grito y un poderoso movimiento de rabia, Víctor rompe el fajo, deja caer una cascada de papeles en blanco, y lanza el resto contra el piso. Entre horribles imprecaciones en inglés, coge otro, y otro, y todos son fraudulentos.
De pronto, se pone ambas manos en la cintura y se queda mirando a Alicia, como dispuesto a agredirla.
– No puedo creer que tú…
La apunta con un dedo y avanza hacia ella, pero se detiene, con la mano en alto y el entrecejo fruncido. Mira de reojo a la maleta y de pronto, en dos zancadas regresa junto a ella, coge dos fajos, uno del fondo y otro de arriba, y los examina muy de cerca. Vuelve a lanzarlos contra el piso y se coge la cabeza…
Mientras golpea y patea lo que tiene por delante, comienza a gritar in crescendo, con los puños en alto:
– Son of a bitch!… Son of a bitch!… The focking son of a bitch!
Alicia lo mira con severidad, pero no parece impresionada.
– Me haces el favor de calmarte y decirme qué está pasando…
Victor demora en reaccionar. Finalmente baja los brazos en un gesto de impotencia.
– Discúlpame, Alicia… Por un momento pensé que entre tú y tu madre habrían cambiado los billetes…
– Por Dios, qué ridiculez… ¿En qué tiempo?
Víctor coge un fajo y le muestra la cinta transparente que lo envuelve por el medio:
– Y aunque tuvieras todo el tiempo, estas cintas fajadoras, con esta inscripción, no existen en Cuba. Pertenecen a un banco holandés y fueron traídas de Venezuela hace pocos días. Y el número más alto que introdujimos en la maleta, era el 300. En cambio, estas comienzan en el 301 y llegan al 600. Eso, sólo pudo hacerlo alguien de la oficina, que tenía otra maleta igual…