Alicia lo mira fija y fríamente:
– ¿Y yo no tengo derecho a pensar que tú te complotaste con Van Dongen para trampearme a mí?
40
Una mesa muy bien puesta, para tres. Vajilla fina, copas de cristal, mantelería elegante, flores. Alicia y Margarita visten de noche. Alicia repasa con una servilleta el borde de una copa y la mira al trasluz, mientras la madre ordena varios cubiertos al lado de cada plato.
– ¿Y tú has descartado que Víctor pueda estar de acuerdo con el narizón?
– Totalmente. Si eran cómplices desde un principio, ¿para qué me necesitaban? Yo hubiera sido sólo un estorbo, y hasta un peligro para ellos…
– Quizá no fueran cómplices al principio, pero sí después…
– Olvídate, mami, eso es imposible… Yo he estado al lado de Víctor todo el tiempo y no hubo nada sospechoso en su conducta… Aquí lo único que hay que hacer es olvidarse de Víctor, del narizón, de Cuba e irnos con Fernando a la Argentina.
Margarita la mira preocupada:
– Ay, m'hija, no sé, así, tan de golpe… Yo ya no tengo edad para aventuras… Tú crees que Fernando pueda…
– Y si no puede, podr, él o el que sea. Eso es asunto mío. Pero tú no me vas a abandonar ahora, cuando más te necesito…
Suena el timbre de calle y Margarita se apresura a abrir. En la puerta está Fernando, con un ramillete de flores.
– Adelante, bienvenido -le sonríe Margarita, obsequiosa.
41
Alicia vio por última vez a Víctor el 20 de noviembre, una semana después de haberse deshecho del cadáver. Víctor la llamó para pedirle las llaves del carro.
Ella condujo hasta el punto donde se dieran cita, un bar de Miramar, dentro de un patio a cielo abierto.
Cuando Alicia lo vio sentado a una mesa, sintió una mezcla de tristeza y rencor, y el deseo de alejarse de él de inmediato, corriendo, y para siempre.
l la invitó a un trago en su mesa.
– Gracias, no puedo.
Ella puso las llaves sobre la mesa sin mirarlo, se dio vuelta y se alejó sin despedirse. Vestía otra vez como una estudiante.
Del parqueo del local salía en ese momento un negro gordo en una moto. Ella le pidió botella y él hombre se la dio gustoso.
Víctor la vio alejarse montada atr s, con el pelo recogido. Se había hecho una cola de caballo con un pompón rojo en la punta. Cuando la moto dobló en la salida, el pompón saltarín se le sacudió varias veces a uno y otro lado de la nuca.
Víctor la siguió con la vista, pero ni siquiera en ese momento, cuando quedó de perfil, se volvió para despedirse de él.
Se sintió muy solo y víctima de una injusticia del destino. El pinche destino que todo lo enreda y hace que la gente se conozca a destiempo.
Tomó su whisky, pidió otro, doble, y encendió un cigarro.
Y volvió a pensar cómo pudo hacer Van Dongen para preparar y entregar la maleta con los billetes falsos. La posibilidad de un cambiazo del dinero bueno por el falso en aquel momento, habría requerido que un cómplice de Van Dongen, Carmen por ejemplo, estuviera esper ndolo con una maleta idéntica allí mismo…
¡Bah, absurdo…! Van Dongen no supo que la entrega iba a ser en el Tritón hasta que Bos se lo dijera adentro del ascensor, cuando ya iban bajando. Imposible que hubiera podido avisar nada a nadie…
¿Y por qué no pensar que Van Dongen hubiera escondido en el maletero de su carro, una maleta idéntica, repleta de papeles sin valor? Tuvo dos días para prepararla…
Víctor recordó que el día en que pagaron el rescate, él había arrastrado la maleta hasta el carro de Van Dongen para cargarla en el maletero. Y recordaba haber visto el maletero vacío. Pero quizá Van Dongen había preparado un doble fondo…
A una semana de pensar y repensar obsesivamente en todos los detalles, no veía otra posibilidad. En todo caso, ya nada podía hacer él.
¿Recuperar el dinero?
Imposible.
¿Urdir una venganza?
¿Para qué? Vengarse no es propio de personas inteligentes.
Víctor era buen perdedor. En esta vida había que aprender a perder, porque siempre hay alguien que te pone banderillas. Y el que se enfurece cuando se las ponen, es tan bruto como un miura.
Lo que sí lo fastidiaba ahora, era aquel desaire de Alicia. Nunca se imaginó que le doliera tanto.
1998 EPíLOGO
42
Pese a sus rigurosas pesquisas, las autoridades cubanas no pudieron hallar pistas sobre los secuestradores de Hendryck Groote. Los forenses y peritos del Laboratorio de Criminalística, dictaminaron que Hendryck Groote murió por el impacto único de un objeto perforante, en la zona del bulbo raquídeo. Se estableció también que el cadáver fue mantenido varios días en estado de congelación.
Dada la fuga e inesperada desaparición del ciudadano holandés Jan van Dongen, pariente de la víctima y muy cercano a su cotidianidad, se lo supuso gestor, o por lo menos cómplice del delito. Y el caso pasó a manos de Interpol que, desde entonces, busca afanosamente a Van Dongen.
Dentro de la firma hubo algunos cambios. Víctor King, tal como él suponía, perdió una gran oportunidad, pues la familia Groote anuló el compromiso de asignarle las elevadas comisiones que él reclamara. Y Vincent Groote le informó que se había decidido prescindir de sus servicios. Sin embargo, no quedó en la calle, como él temía. Y de manera inesperada, ha rehecho su vida.
Christina, la viuda de Groote, heredera de una fortuna, reforzada ahora con los diez millones que recibiera por el seguro de vida de su marido, le quedó sumamente agradecida por su devota solidaridad y su consuelo.
En efecto, durante los días que ella pasó en Cuba, Víctor supo depararle múltiples consuelos. Tan consolada se sintió, que no pudo prescindir de Víctor y se lo llevó consigo a Amsterdam.
Actualmente conviven con desenfado y elegancia. Ya ella le ha dicho que no van a casarse, pero disfrutan la vida, comparten la misma mansión; forman una bella y desprejuiciada pareja que suele alternar con otras parejas despreuiciadas y bellas; viajan mucho, y se dejan ver amenudo en la buena sociedad.
Para hacer rabiar a los Groote, en particular a su enconado enemigo Vincent, Christina ha obtenido autorización del gobierno cubano, para crear una compañía de prospecciones submarinas. Ella no dispone, por supuesto, de los enormes recursos de los Groote, pero sí de los suficientes para que Víctor pueda dedicarse de lleno a su pasión por los fondos marinos. Y Víctor asegura que allí encontrar muy pronto, el galeón español que lo haga célebre y solvente.
La fortuna que no consiguió mediante sus amores con el marido, espera lograrla al fin, como premio por su devoción a la viuda.
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Fred es un pintor alemán que desde hace dos años, vive en medio de arrozales y campiñas de lánguidas colinas, en la isla de Bali. Vive con cierta holgura en su casa de campo, junto a la ribera de Samur, hermana del sol. Durante los últimos seis meses ha pintado viviendas lacustres, bajo un dramático cielo turquesa. Todos sus paisajes se han vendido como pan caliente y a muy buenos precios, en galerías australianas. Como trasfondo, aparece siempre el Pacífico viril con sus labios de espuma. También ha hecho algunos desnudos. Sus modelos son mujeres mulatas de florecidos senos y nostálgicos ojos achinados.