– Me temo que no -repuso Jack, que a continuación explicó resumidamente la historia del intento de reanimación tal como la conocía añadiendo la razón que le llevaba a creer que una segunda opinión podía serle útil.
– Es comprometido dar una opinión con tan poca base -contestó el doctor Wo contemplando el papel. Luego, miró a Shirley-. Doctora Mayrand, quizá le gustaría decirnos qué piensa.
Shirley repitió lo que ya había dicho a Jack acerca de ondas en intervalos mientras Wo seguía asintiendo. Cuando hubo acabado, este le preguntó si tenía alguna idea de lo que podía haber causado aquellas alteraciones.
– El sistema de conducción cardíaco parece estar desmoronándose -dijo Shirley-. Quizá signifique que el bombeo de sodio dentro de las células del racimo de His no se está produciendo o quizá está saturado, con lo cual acarrea una alteración perjudicial del potencial de la membrana.
Jack apretó los dientes de nuevo con ganas de protestar. La breve parrafada de Shirley le recordaba las que había tenido que soportar en la universidad. Con la cafeína corriéndole por las venas, se sentía poco predispuesto a tolerar tanta palabrería y estaba a punto de expresar su impaciencia cuando el doctor Wo le quitó las palabras de la boca.
– Creo que lo que le interesa al doctor Stapleton es saber qué agente pudo haber sido el responsable de lo que estamos viendo en este pequeño fragmento de ECG. ¿Estoy en lo cierto, doctor?
Jack asintió enérgicamente.
– Bien -dijo Shirley, visiblemente incómoda por haber sido puesta en evidencia-, estoy segura de que hay toda una serie de sustancias capaces de provocar semejante situación, incluyendo los niveles tóxicos de cualquier sustancia capaz de producir arritmia; sin embargo, creo que pudo ser causada por un repentino desequilibrio electrolítico, especialmente de potasio o calcio. Eso es todo lo que puedo decir.
– Bien dicho -la felicitó el doctor Wo devolviendo a Jack la hoja de Sobczyk con el ECG.
Jack la cogió mientras meditaba lo que Shirley acababa de decir. No había añadido nada nuevo, pero las palabras «repentino desequilibrio electrolítico» le dieron una idea. La razón de que él y los demás hubieran descartado el posible papel desempeñado por el potasio se debía a que el laboratorio había asegurado que los niveles de potasio post mórtem eran normales. Como todo el mundo sabía, los niveles de potasio ascendían tras la muerte porque las vastas reservas de potasio del cuerpo eran intracelulares y se mantenían por un sistema de transporte activo. Tras el fallecimiento, el sistema de transporte se detenía y el potasio era inmediatamente liberado. Cualquier aumento repentino de potasio en un individuo debido a la inyección de una dosis antes de la muerte quedaría disimulado. Jack debía admitir que si alguien deseaba matar a un paciente, esa era una forma especialmente astuta e insidiosa de lograrlo.
– Si encuentra más registros de ECG, háganoslo saber -le estaba diciendo el doctor Wo-, quizá podríamos ser más exhaustivos a la hora de proponer pistas. No tiene más que traerlos.
– Gracias. Otra cosa -añadió Jack viendo los dos post-it de Laurie pegados en la hoja-. ¿Alguno de ustedes sabe qué tipo de análisis es esto? -preguntó arrancando el post-it con las letras «MFUPN» escritas en él y entregándoselo.
El doctor Wo lo miró y negó con la cabeza lo mismo que Shirley.
– Ni idea -contestó devolviendo el papelito a Jack-, pero sé de alguien que quizá sí lo sepa: David Hancock, el supervisor de noche del laboratorio. Por suerte, el laboratorio se encuentra al final del pasillo -agregó señalando una puerta a menos de cuatro metros de distancia-. Sé que está por aquí porque me ha ayudado hace un rato.
Jack cogió el post-it y volvió a pegarlo en la hoja junto al otro. Teniendo el laboratorio tan a mano, creyó que valía la pena asomarse y ver si Hancock estaba disponible.
– Ignoro qué es un MFUPN, pero sí sé lo que es un MEF2A -comentó Wo fijándose en el otro post-it.
– Ah, ¿sí? -preguntó Jack, que ni siquiera estaba seguro de dónde había sacado Laurie el acrónimo.
– Es un gen -dijo Wo-. Produce una proteína que controla la sucesión de acontecimientos que aseguran la salud del recubrimiento interno de las arterias coronarias.
– Interesante -repuso Jack mientras se preguntaba de qué modo podía asociarse aquello con las muertes de la serie de Laurie-. ¿Qué quiere decir que dé positivo?
– Bueno, eso es un tanto engañoso -admitió Wo-. Cuando alguien escribe «MEF2A positivo», lo que realmente está diciendo es que ha dado positivo para el marcador de la variante mutada del gen MEF2A. En ese caso se trata de alguien que produce una proteína defectuosa y como consecuencia tendrá bastantes probabilidades de desarrollar una enfermedad coronaria, como ha sido el caso de mi paciente de esta noche: ha dado positivo en el marcador del gen MEF2A, y aquí está, con un infarto agudo de miocardio, y eso que hemos intentado evitarlo manteniendo los niveles de colesterol lo más bajos posibles.
– Bien, estoy seguro de que todo esto me será de ayuda -dijo Jack, que en realidad no estaba del todo convencido de que así fuera.
Cuando volviera al Manhattan General y fuera a ver a Laurie tendría que preguntarle de dónde lo había sacado y, si correspondía, explicarle lo que acababan de decirle.
Dio las gracias a Shirley y a Wo y se encaminó rápidamente hacia el laboratorio rogando que Hancock estuviera disponible. Cuando entró, miró el reloj y su nivel de ansiedad subió un tanto: eran las tres y veintidós.
Laurie apretó repetidamente el botón de llamada. Había perdido la cuenta de las veces que lo había hecho desde que Jazz se había marchado, y el hecho de que nadie respondiera hacía que se sintiera aún más vulnerable. Pensó que Rakoczi se estaba mostrando deliberadamente hostil, tal como había dado a entender que haría antes de salir. Laurie se miró la mano con la que sostenía el timbre: estaba temblando.
Por si su ansiedad fuera poco, el dolor de la operación había empeorado, especialmente tras haber pasado de la camilla a la cama y después de haber cogido el teléfono. Antes solo lo había notado al moverse, pero en esos momentos era constante. No cabía duda de que necesitaba un calmante, pero se mostraba reacia a pedirlo por los inevitables efectos hipnóticos que tendría. En aquellas circunstancias, Laurie no quería sentirse más aturdida de lo que ya estaba. Si pretendía tener la oportunidad de protegerse antes de que Jack llegara, debía conservar el dominio de sus sentidos.
Justo cuando había decidido ver qué pasaría si salía de la cama y se ponía en pie, alguien entró rápidamente en la habitación. No se trataba ni de Elizabeth ni de Jazz, sino de una mujer aún más morena que esta y de negros cabellos sujetos en una cola de caballo. Llevaba una gran bandeja dividida en compartimientos llenos de tubos de ensayo, jeringas y demás.
– ¿Laurie Montgomery? -preguntó mirando un formulario.
– Sí -contestó la interpelada.
– Necesito sacarle un poco de sangre para unos análisis de coagulación.
La mujer dejó la bandeja a los pies de la cama de Laurie, cogió el tubo del color correspondiente y se acercó con un torniquete en la mano.
– Oiga, necesito un teléfono -dijo Laurie mientras la mujer le cogía el brazo en busca de una vena y le daba golpecitos en la que le pareció más adecuada-. Este que hay aquí no tiene línea.
– No puedo ayudarla con lo del teléfono -dijo la mujer con voz cantarina-. Yo solo soy una de las asistentes del laboratorio. -Encontró la vena y aplicó el torniquete.
Laurie se disponía a contarle la situación en que se hallaba cuando vio el nombre de la mujer en la tarjeta de identificación: «Kathleen Chaudhry». Al igual que «Rakoczi», se trataba de un apellido poco corriente; y también, al igual que Rakoczi, figuraba en la lista de la gente que había sido transferida del St. Francis y que Roger había conseguido. Laurie pensó que, lo mismo que la enfermera, aquella desconocida también podía ser su asesina múltiple.