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Jack quedó desconcertado. Apenas media hora antes, Shirley Mayrand había hecho que se sintiera viejo; y en esos momentos temía que Hancock fuera a hacer lo mismo en términos de conocimiento. Jack estaba familiarizado con la ciencia genética, pero sus conocimientos se limitaban a los marcadores de identidad que se utilizaban en la medicina forense, y estaba al tanto de que ese nuevo campo, espoleado por el completo desciframiento del genoma humano, avanzaba a pasos agigantados.

– Yo diría que «MF» significa «microformación», que es una tecnología de alto rendimiento utilizada generalmente para expresar genes.

– ¿Y lo es ahora? -preguntó Jack inocentemente. Se sentía sobrepasado y avergonzado de reconocerlo, aunque lo que Hancock decía estaba relacionado con lo que Wo acababa de comentarle sobre el «MEF2A» del otro post-it.

– Parece usted algo perplejo, doctor -dijo Hancock-. Sabe lo que es una microformación, ¿verdad?

– Bueno, no exactamente -reconoció Jack.

– Entonces, deje que se lo explique. Las microformaciones son como una retícula, un tablero de damas formado por diminutos puntos compuestos por una variedad de secuencias conocidas de ADN que normalmente se aplica en la superficie del portaobjetos de un microscopio. Estoy hablando de muchos puntos, de miles de puntos, de tal modo que pueden dar información sobre la expresión de miles de genes en un momento dado.

– Ah, ¿sí? -dijo Jack, que de inmediato lo lamentó al comprender que estaba quedando como un tonto.

– De todas maneras, no creo que el análisis por el que me pregunta sea una prueba de expresión genética.

– Ah, ¿no? -preguntó tímidamente Jack.

– No. No lo creo. Mi opinión es que «UPN» significa «único polimorfismo nucleótido», y estoy seguro de que usted sabe que eso es una mutación concreta en el genoma humano. Como usted sabrá también, se han localizado con absoluta exactitud miles de UPN en el genoma humano que pueden ser relacionados con genes concretos que han sufrido una mutación y que se transmiten de generación en generación. Esos UPN que están así relacionados se llaman «marcadores», y son los marcadores que señalan los genes mutados o imperfectos.

Fue como si a Jack se le encendiera la proverbial bombilla en la mente. No había entendido todo lo que Hancock le había explicado, pero no importaba. Con dedos temblorosos se apresuró a sacar la hoja del historial del Sobczyk, y, al hacerlo, sacó el otro arrugado post-it. Se lo mostró también a Hancock.

– ¿Podría ser esto el resultado de un MFUNP?

El supervisor cogió la segunda nota y se rascó la calva.

– «Eme E Efe Dos A» -leyó en voz alta-. ¿Que si me suena? GUM… -Apartó la vista del papel mientras se daba unos golpecitos en la calva con los nudillos. Luego, volvió a mirarlo-. ¡Sí! ¡Lo recuerdo! Si no estoy equivocado, se trata de un gen asociado con las arterias coronarias. No sé exactamente en qué sentido está relacionado, pero creo recordar que si alguien presenta esta forma mutada de gen, tiene altas probabilidades de sufrir algún tipo de enfermedad coronaria. Por lo tanto, para responder su pregunta, «MEF2A positivo» podría ser el resultado de una prueba de MFUNP y significar que esa persona tiene el marcador de la variante mutada del gen MEF2A.

Jack agarró la mano de Hancock y se la estrechó calurosa y sinceramente.

– Mire, será mejor que nos reunamos otro día para charlar; pero no sabe lo agradecido que le estoy. ¡Muchas gracias! Creo que acaba de resolver usted un misterio.

– ¿Qué clase de misterio? -preguntó Hancock, pero Jack ya corría camino de la puerta.

Habiendo entrado en el laboratorio a través de Urgencias, Jack recorrió el mismo camino para salir. Supuso que habría otra salida más conveniente, pero no quiso perder tiempo preguntando. La «investigación de los post-it», tal como él la llamaba, había tenido mucho más éxito del esperado. En esos momentos creía tener tanto un posible móvil como -aunque indemostrable- un método para las muertes que Laurie tan clarividentemente había documentado. Lo único que le faltaba era averiguar de dónde había sacado Laurie los MEF2A y comprobar si los demás pacientes presentaban el mismo marcador.

Cruzó a toda prisa las puertas batientes que separaban Urgencias de la sala de espera y estuvo a punto de chocar con un hombre en una silla de ruedas al que llevaban a tratamiento. El hombre jadeaba, y sus jadeos se intensificaron con el susto. Disculpándose y deseándole una pronta recuperación, Jack cruzó corriendo la sala de espera y salió a la noche. Volvía a llover, pero no le importó. Si sus conjeturas eran ciertas, AmeriCare era todavía más amoral y venal de lo que había imaginado. Se alegró de que Laurie estuviera en la UCPA y no en cualquiera de las plantas destinadas a los pacientes.

Al llegar a la Primera Avenida, giró hacia el sur. Parpadeaba mientras caminaba bajo la lluvia, y notaba las gotas corriéndole por el rostro. Tenía una idea bastante clara de dónde había sacado Laurie el «MEF2A positivo». Tenía que encontrarlo si quería presentarlo como argumento irrebatible, de modo que decidió concederse quince minutos para buscarlo en el despacho de Laurie. Si al cabo de ese tiempo no tenía éxito, volvería al Manhattan General. Si aquella valquiria no lo dejaba entrar en la UCPA, se conformaría con acampar ante su puerta.

Laurie se despertó sobresaltada. El hecho de que se hubiera dormido a pesar de la angustia la asustó tanto como el ruido que la había arrancado del sueño. Eran Jazz y Elizabeth, que acababan de irrumpir en la habitación hablando de otro paciente. Jazz se le acercó por la derecha mientras que Elizabeth rodeó la cama hasta situarse al otro lado.

Haciendo un esfuerzo, Laurie se incorporó. Mientras dormía se había deslizado de lado hasta acabar apoyando el hombro en la barandilla. Miró a las dos mujeres fijamente. Notaba un sordo dolor en el bajo vientre, y tenía la boca seca. En la UCPA le habían dado trocitos de hielo; pero, en la habitación, nada.

– ¡Cielos! -exclamó Jazz mirándola-. Si hubiéramos sabido que se había dormido nos habríamos ahorrado algunos problemas.

– ¿Ha hablado con mi médico? -quiso saber Laurie.

– Digamos que he hablado con el doctor José Cabero -contestó Jazz-, que resulta que está accesible; no como su doctora Riley, que sin duda está durmiendo.

Laurie notó que el pulso se le aceleraba. También recordaba el nombre del médico por haberlo leído en las listas de Roger. De hecho, había leído el expediente del sujeto y se había enterado de sus demandas por negligencia y de sus problemas con las adicciones. De ningún modo deseaba caer en manos de aquel anestesista.

– El doctor se enfadó mucho cuando supo la que estaba organizando usted -prosiguió Jazz-, y me dijo de forma inequívoca que el análisis de coagulación que había ordenado debía hacerse como fuera. También le molestaron mucho sus amenazas de arrancarse la vía intravenosa y de salir de la cama con sonda incluida.

– ¡No me importa lo que opine el doctor Cabero! -espetó Laurie-. Usted me dijo que iba a llamar a mi médico. Quiero hablar con la doctora Riley.

– Debo corregirla -contestó Jazz alzando el dedo índice-. Dije que llamaría a un médico, no a su médico. Debo recordarle que el Departamento de Anestesia se considera todavía responsable de usted. Técnicamente, se encuentra en período postanestésico.

– Quiero a mi médico -gruñó Laurie apretando fuerte los dientes.

– ¡Caramba, menuda fiera!, ¿eh? -comentó Jazz a su compañera, que asintió y sonrió. A continuación, miró a Laurie y dijo-: Ya que casi son las cuatro de la mañana, verá cumplido su deseo dentro de pocas horas. Entretanto, tenemos intención de seguir al pie de la letra las instrucciones que el doctor Cabero ha sido tan amable de comunicarnos para su propia protección. -Dicho lo cual, hizo un gesto a Elizabeth.

Laurie empezó a repetir lo que opinaba del doctor Cabero; pero, antes de que pudiera acabar la frase, las dos enfermeras la sujetaron por los brazos inmovilizándola en la cama. Sorprendida por aquella inesperada agresión, Laurie luchó por liberarse; sin embargo, el dolor de la operación unido a la fuerza de las dos mujeres anuló toda resistencia. Lo siguiente que supo fue que tenía las muñecas atadas con tiras de Velero sujetas bajo el colchón. Todo había sucedido tan deprisa que estaba aturdida.