Un revuelo en el vestíbulo interrumpió los pensamientos de Jack. Acababa de llegar un grupo de enfermeras, y la presencia de la policía comprobando sus acreditaciones antes de dejarlas entrar había desencadenado el barullo. Jack se asomó para verlas reír y bromear y se preguntó si seguirían haciéndolo si supieran lo que estaba ocurriendo en la trastienda de su hospital. Volvió al sofá. Las enfermeras, incluso más que los médicos, eran las que estaban en el día a día de las trincheras, luchando cuerpo a cuerpo contra la muerte y la incapacitación. No le cabía duda de que se enfurecerían si llegaban a enterarse de que una de ellas era sospechosa de tantos crímenes.
Aquellos pensamientos hicieron que Jack se acordara de Jasmine Rakoczi. Si, tal como sospechaba, ella era la culpable, entonces tenía que tratarse de un personaje ferozmente antisocial. De todos modos, Jack no dejaba de pensar que se equivocaba: ¿cómo era posible que alguien así hubiera decidido ser enfermera? Además, suponiendo que lo fuera, ¿cómo era posible que hubiera conseguido trabajo en un centro tan prestigioso? No tenía sentido, especialmente si se tenía en cuenta que algún contable oculto en lo más profundo de la estructura organizativa de AmeriCare tenía que comunicarle a quién debía llenar de potasio.
La puerta de la UCC se abrió de golpe y por ella salió un grupo de enfermeras y enfermeros que se sorprendieron igualmente por la presencia de la policía. Los agentes se mostraron corteses pero poco habladores, y enseguida las voces se desvanecieron a medida que el grupo se alejó por el pasillo.
Los ojos de Jack deambularon hasta posarse en el reloj de pared. Pasaban unos minutos de las siete de la mañana. De repente, su cansado cerebro cayó en la cuenta de por qué un grupo de enfermeras había llegado, y otro había salido. Era el cambio de turno. El turno de día sustituía al de noche.
Se puso en pie de un salto: no había caído en la cuenta de que Jasmine Rakoczi se habría marchado antes de que Lou llegara al hospital; y si ella era realmente la culpable y había intuido que él lo sabía, entonces podía desaparecer definitivamente. Con unas cuantas zancadas salió al vestíbulo donde explicó a los agentes que iba a subir a la quinta planta y añadió que, si el detective Soldano llegaba en su ausencia, debían decirle adónde había ido y pedirle que fuera hasta allí.
A continuación Jack corrió hacia la zona de ascensores, donde se hacía evidente que el hospital había sufrido una especie de transformación. Había empezado una nueva jornada de ajetreo. Al menos una docena de personas esperaba a que llegara el ascensor. Entre ellos había algún celador empujando una camilla que se dirigía a recoger a algún paciente para llevarlo a quirófano.
Cuando se abrieron las puertas del primero, resultó que estaba lleno. Aun así, unos cuantos subieron igualmente, lo mismo que Jack, que no estaba dispuesto a dejarse amedrentar y captó la indignación de la gente cuando las puertas apenas pudieron cerrarse. Apretados como sardinas, nadie habló mientras la cabina subía.
Para disgusto de Jack, el ascenso resultó frustrantemente lento: el ascensor se fue deteniendo en todos los pisos para escupir pasajeros, la mayor parte de las veces de la parte de atrás, de modo que Jack y otros tuvieron que salir en cada vestíbulo. Cuando llegó a la quinta planta, Jack apenas podía contener su impaciencia y fue el primero en salir al abrirse las puertas. Su intención era correr hasta el mostrador de enfermeras y preguntar por Jasmine Rakoczi. Abrigaba la esperanza de que por alguna razón la hubieran retenido y así pudiera atraparla.
Justo delante de él había otro ascensor cuyas puertas se estaban cerrando, y por el rabillo del ojo creyó ver a una enfermera de rasgos parecidos a los de Jasmine. No fue más que una visión pasajera, y cuando giró la cabeza para ver mejor, las puertas ya se habían cerrado.
Durante unos segundos, dudó qué hacer. Si bajaba corriendo por la escalera tendría la oportunidad de llegar antes que el ascensor; pero ¿y si no era Rakoczi? Tras varias vacilaciones, optó impulsivamente por el plan original y corrió hacia la zona de enfermeras. Había varias a la vista, y reconoció a algunas, cosa que le dio ánimos. También había un ordenanza que acababa de iniciar su servicio y que estaba recogiendo el desorden ocasionado por el tratamiento de reanimación de Laurie.
Sin perder tiempo, Jack se presentó como el doctor Stapleton y preguntó por Jasmine Rakoczi. El ordenanza, que era un joven delgado y rubio con coleta, le dijo que Jazz se había marchado hacía apenas unos segundos y miró por encima del hombro de Jack por si la veía.
– ¿Sabe usted adónde puede haber ido? -preguntó rápidamente Jack dando por hecho que era ella a quien había visto en el ascensor-. Me refiero a la puerta por donde sale o en qué dirección va. Necesito hablar con ella. Es importante.
– No vuelve a casa caminando -contestó el ordenanza-. Tiene una virguería de Hummer H-2, negro. Un día me lo enseñó. ¡Menudo equipo de sonido tiene! Siempre está aparcado en el primer piso del garaje, enfrente de la puerta que da al puente para los peatones.
– ¿En qué piso hay que bajar para llegar a ese puente? -preguntó rápidamente Jack.
– Pues en el primero, naturalmente -contestó el ordenanza poniendo cara de que había sido la pregunta más tonta que le habían hecho en la vida.
Jack salió corriendo hacia la escalera. Hacía un momento se había creído capaz de llegar antes que el ascensor de Jasmine, pero en ese instante, después de haber perdido unos minutos yendo al mostrador de enfermeras, sabía que ya no era posible. De todas maneras, no lamentaba su decisión, ya que Rakoczi se le habría escapado de todos modos porque él habría ido hasta la planta baja para intentar cazarla en la salida de la calle. Tal como estaban las cosas, pensó que todavía le quedaba una oportunidad porque Rakoczi aún tenía que cruzar el puente peatonal para llegar a su coche y ponerlo en marcha. Además, saber qué tipo de vehículo conducía podía serle de utilidad.
El hueco de escalera estaba pintado de un color gris acero, y la escalera en sí era metálica, de modo que cada paso resonaba como un golpe de timbal cuando pisaba con el zapato. El rítmico repiqueteo se amplificó en el reducido espacio. Había dos descansillos entre planta y planta, y Jack se vio obligado a girar constantemente mientras descendía en el sentido de las agujas del reloj. Cuando llegó al primer piso, todo le daba vueltas, y trastabilló al entrar en el vestíbulo.
Sin afeitar y con un desmelenado aspecto al que se sumaban sus prisas, la gente se apresuró a cederle el paso mientras Jack intentaba orientarse en busca de la salida hacia el puente peatonal. Al final, alguien se apiadó de él y se la indicó. Jack echó a correr tanto como pudo repitiendo «disculpen» o «perdón» mientras zigzagueaba entre el personal del centro que se encaminaba hacia el aparcamiento. Tras cruzar un par de puertas comprendió que se hallaba en el puente porque, de repente, vio bajo él la Avenida Madison. Había dos puertas más en el lado del aparcamiento que conducían a un pequeño vestíbulo que estaba lleno de gente esperando el ascensor. Jack se vio obligado a abrirse paso trabajosamente entre ella hasta que pudo empujar la pesada puerta de hierro que daba al primer piso del garaje. El lugar estaba abarrotado de coches que iban y venían con las luces encendidas en la penumbra llena de humo de los tubos de escape. En el exterior, el amanecer empezaba a blanquear el cielo nocturno mientras el interior del aparcamiento seguía pobremente iluminado por los escasos tubos fluorescentes.
Jack pudo localizar enseguida el vehículo de la enfermera gracias a que sabía qué clase de coche era. Tal como le había dicho el ordenanza, se encontraba aparcado justo delante de la puerta que daba al puente peatonal. Poniéndose de puntillas para atisbar por encima de los coches que pasaban entre él y el Hummer, ¡vio a Jasmine que acababa de cruzar hacia el todoterreno! Incluso pudo distinguir que tenía en la mano lo que le pareció un mando a distancia con el que apuntaba al vehículo mientras se metía por el hueco del lado del conductor. Menos de sesenta centímetros separaban el Hummer del coche de al lado.