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Laurie asintió. Existía más de una probabilidad de que la criatura que tenía delante hubiera muerto del Síndrome de Muerte Infantil Repentina, que en las autopsias aparecía como fallecimiento por asfixia. A pesar de que, a primera vista, había pensado que las lesiones externas habían sido infligidas antes de la muerte, en esos momentos creía probable que hubieran sido ocasionadas por una diversidad de alimañas como arañas, cucarachas y probablemente también ratones. Si así se demostraba, entonces la muerte pasaba de considerarse homicidio a ser accidental. Naturalmente, aquello no disminuía la tragedia que suponía la pérdida de una criatura; pero, desde luego, tenía implicaciones totalmente distintas.

– Bueno, será mejor que me dé prisa con esto -dijo Jack mientras desmontaba la cámara del trípode-. Esta niña ha sido víctima de la pobreza, no de malos tratos. He de hacer que sus padres salgan de la cárcel. Mantenerlos en ella es como añadir el insulto a la bofetada.

Intentando olvidarse del desengaño que le había provocado la aparente indiferencia de Jack, Laurie se dirigió a la mesa de autopsias donde Marvin estaba alineando la camilla. Por otra parte, tampoco podía dejar de preguntarse si el caso de Jack no era otro aviso subliminal para recordarle que las cosas no eran siempre lo que parecían a simple vista.

– ¿Has tenido algún problema? -le preguntó a Marvin cuando los dos técnicos hubieron colocado el cuerpo en la mesa, y este dejó colocada la cabeza de la difunta en un bloque de madera.

– Un pequeño tropiezo -reconoció Marvin-. Mike Passano debe de haber apuntado mal el número del compartimiento. De todas maneras, con ayuda de Miguel no tardé en localizar el cuerpo. ¿Alguna petición especial para el caso?

– No debería presentar complicaciones -contestó Laurie mientras comprobaba el nombre y el número de entrada-. En realidad espero que sea un calco del primero que hicimos ayer.

Marvin le respondió con una mirada de perplejidad mientras Laurie comenzaba el examen externo.

El cuerpo era el de una mujer de raza blanca de unos treinta años, morena y de complexión normal que parecía haber gozado de buena salud y que solo presentaba cierta acumulación adiposa en el vientre y los muslos. Su piel tenía la habitual palidez de la muerte y parecía libre de lesiones salvo por algunas inocuas marcas de nacimiento. No había indicios de cianosis y tampoco de consumo de drogas. A ambos lados de la rodilla izquierda se veían dos incisiones laterales sin señales de inflamación o infección. Tenía clavada una vía intravenosa en el brazo izquierdo que tampoco presentaba indicios de hemorragia. El tubo endotraqueal estaba correctamente insertado en la tráquea y sobresalía de la boca.

«Por ahora vamos bien», se dijo Laurie considerando que el examen externo era comparable al de Sean McGillin hijo. Cogió el escalpelo que Marvin le tendía y empezó con la fase interna. Trabajó con rapidez y concentración. La actividad en el resto de la sala a medida que entraban otros casos quedó relegada a un segundo plano en su mente.

Cuarenta y cinco minutos más tarde, Laurie se enderezó tras un último esfuerzo recorriendo las venas de las piernas hasta la cavidad abdominal. No había encontrado coágulos. Aparte de algunas fibrosidades uterinas y de un pólipo en el intestino, no había hallado patología alguna, y desde luego, nada que pudiera explicar el fallecimiento de la mujer. Igual que en el caso McGillin, iba a tener que esperar las pruebas microscópicas y toxicológicas si deseaba averiguar la causa de su muerte.

– Un caso limpio -comentó Marvin-. Exactamente como dijiste.

– Muy curioso -observó Laurie. Se sentía reivindicada. Miró la sala a su alrededor, que se había llenado casi del todo durante su intensa concentración. La única mesa que no estaba siendo utilizada era la vecina a donde Jack había estado trabajando. Según parecía, había terminado y se había marchado sin decir palabra. A Laurie no le sorprendió; parecía encajar con su comportamiento más reciente.

En la mesa de al lado de la suya creyó reconocer la menuda figura de Riva; cuando Marvin salió en busca de la camilla, Laurie se acercó para comprobarlo. Efectivamente, era ella.

– ¿Un caso interesante? -le preguntó Laurie.

Riva alzó la mirada.

– No especialmente, al menos desde un punto de vista profesional. Se trata de un caso de atropello y fuga en Park Avenue. Era una turista del medio oeste y tenía cogida la mano de su marido cuando fue atropellada. Él iba solo un paso por delante. Teniendo en cuenta lo rápido que se mueve el tráfico, siempre me sorprende que los peatones no vayan con más cuidado en una ciudad como esta. ¿Qué tal el tuyo?

– Muy interesante -contestó Laurie-. Ningún indicio de patología.

Riva miró de reojo a su compañera de despacho.

– ¿Interesante y sin patología? Eso no me suena propio de ti.

– Te lo explicaré más tarde. ¿Sabes si me espera alguno más?

– Hoy no. Se me ocurrió que no te vendría mal un poco de tiempo libre.

– ¡Pero si estoy bien! De verdad, no quiero un trato de favor.

– No te preocupes. Hoy es un día relativamente tranquilo, y ya tienes bastante de lo que ocuparte.

Laurie asintió.

– Gracias, Riva -le dijo a pesar de que habría preferido mantenerse ocupada.

– Te veré arriba.

Laurie volvió a su mesa y, cuando Marvin regresó con la camilla, le dio las gracias por su ayuda y le dijo que ya habían acabado por lo que quedaba de día. Diez minutos después, tras la habitual rutina de limpieza, colgó su traje lunar y enchufó la batería al cargador. Cuando se disponía a pasar por Histología y Toxicología, se sorprendió al ver a Jack bloqueándole la salida de la sala de almacenamiento.

– ¿Puedo invitarte a un café? -preguntó él.

Laurie contempló sus ojos, castaño claro, e intentó adivinar su estado de ánimo. Estaba cansada de sus frivolidades porque, considerando las circunstancias, le resultaban muy humillantes. No obstante, no se apreciaba rastro de la maliciosa sonrisa que había exhibido la tarde anterior en su despacho. Su expresión era más seria, casi solemne; ella lo agradeció, puesto que se correspondía mejor con lo que ocurría entre ellos.

– Me gustaría hablar -añadió Jack.

– Un café me parece estupendo -contestó Laurie, que tuvo que hacer un esfuerzo para controlar sus expectativas sobre lo que Jack pudiera tener en la cabeza. Aquel comportamiento parecía demasiado correcto en él.

– Podríamos subir a la sala de identificación o ir a la cafetería. Tú decides.

La cafetería se encontraba en el primer piso y era una ruidosa sala con un suelo de un linóleo pasado de moda, paredes desnudas y una hilera de máquinas expendedoras de bebidas y dulces. A esa hora de la mañana estaría bastante llena de secretarias y personal en su hora de descanso.

– Vayamos a la sala de identificación -propuso Laurie-. Deberíamos tenerla para nosotros solos.

– Anoche te eché de menos -le dijo Jack mientras esperaban el ascensor.

Vaya, se dijo Laurie. A pesar de sus preocupaciones, su esperanza de poder mantener una conversación de verdad aumentó.

No era costumbre de Jack admitir abiertamente sus sentimientos. Lo miró para asegurarse de que no pretendía ser sarcástico, pero no pudo decirlo a ciencia cierta porque estaba concentrado mirando los números de los pisos que había encima de la puerta. Se iban iluminando con desesperante lentitud. El ascensor de atrás se destinaba a montacargas, y se movía a ritmo glacial.

Las puertas se abrieron y ambos entraron.

– Yo también te eché de menos -reconoció Laurie. Consciente de que podía estar poniéndose en situación vulnerable, se sintió invadida por una embarazosa timidez y evitó mirarlo a los ojos.

– En la cancha de baloncesto me porté como un novato -añadió Jack-. No supe dar una a derechas.

– Lo siento -contestó Laurie, que enseguida lamentó haberlo dicho porque había sonado como si estuviera disculpándose cuando en realidad solo pretendía mostrarse comprensiva.