– Se trata de una herida por arma de fuego, pero es un caso de la policía. Por lo que tengo entendido, habían rodeado a un sospechoso con su novia. Cuando intentaron detenerlo se produjo una lluvia de disparos. Puede que haya un caso de abuso de autoridad. Quizá lo encuentre interesante.
Jack hizo una mueca para sus adentros. Los casos de herida por arma de fuego podían ser complicados cuando había múltiples agujeros de bala. Aunque el doctor George Fontworth era ocho años más veterano que Jack en el departamento, en opinión de Jack resultaba un tipo que solía hacer el trabajo a medias.
– Creo que si el jefe ha intervenido me mantendré alejado del caso -contestó Jack-. ¿Qué ha visto durante la noche? ¿Alguna cosa especial?
– Lo de siempre, pero hubo un caso en el Manhattan General Hospital que me llamó la atención: un joven que fue operado ayer por la mañana de una fractura múltiple que se hizo el sábado mientras patinaba en Central Park.
Jack volvió a hacer una mueca. Con la sensibilidad a flor de piel por Laurie, la sola mención del Manhattan General Hospital le produjo rechazo. Lo que en su momento había sido un prestigioso centro académico, se había convertido en el buque insignia de AmeriCare, que lo había comprado. Aunque sabía que el nivel de la medicina que se practicaba allí era alto y que sería bien atendido si, por ejemplo, tenía una mala caída con la bici y acababa en la unidad de traumatología -que era donde lo llevarían con toda probabilidad gracias al nuevo contrato de los empleados municipales-, para él seguía siendo un centro administrado por AmeriCare.
– ¿Y qué fue lo que le llamó la atención del caso? -preguntó intentando disimular sus sentimientos. Luego, volviendo al sarcasmo añadió-: ¿Fue un diagnóstico sin fundamento o hubo algún tipo de apaño grosero?
– Ninguna de las dos cosas -suspiró Janice-. El caso me llamó la atención por lo triste.
– ¿Triste? -preguntó Jack. Estaba sorprendido. Janice llevaba más de veinte años trabajando como investigadora forense y había visto la muerte en todas sus lamentables manifestaciones-. Para que usted diga que era un caso triste sin duda debía serlo. Explíquemelo en pocas palabras.
– Era un joven de unos veintipocos y sin antecedentes por enfermedad; en concreto, sin antecedentes cardíacos. La historia que me han contado es que llamó al timbre para que acudiera alguien, pero cuando las enfermeras llegaron, unos cinco o diez minutos más tarde según ellas, ya estaba muerto, así que debió de ser el corazón.
– ¿Hubo intento de reanimación?
– ¡Desde luego que intentaron reanimarlo! Pero no tuvieron éxito. Ni siquiera consiguieron un parpadeo en el electrocardiograma.
– Pero ¿qué lo hace tan triste a sus ojos? ¿La edad del sujeto?
– La edad es un factor, pero no es todo. La verdad es que no sé por qué me afectó tanto. Quizá tuviera algo que ver el que las enfermeras no respondieran con bastante rapidez y que yo me imaginara al pobre hombre en apuros y sin nadie para ayudarlo. Todos conocemos esa clase de pesadilla de hospital. También puede que tenga algo que ver con los padres del paciente, que son gente estupenda. Vinieron al hospital desde Westchester y después hasta aquí para estar cerca del cuerpo. Están hechos polvo. Su hijo era toda su vida. Creo que todavía andan por aquí.
– ¿Dónde? Espero que no se hayan visto atrapados entre ese enjambre de reporteros.
– Lo último que supe fue que estaban en la sala de identificación, insistiendo en que se hiciera una nueva identificación a pesar de que ya había quedado establecida. Para mostrarse considerado, el médico de turno le dijo a Mike que tomara otra serie de fotos, pero entonces fue cuando me llamaron otra vez al General para otro caso. Cuando volví, Mike me dijo que seguían en la sala de identificación, como perdidos, con las fotos en la mano; y que entonces, como si todo no fuera más que un error, pidieron ver el cuerpo.
Jack notó que se le aceleraba el pulso. Conocía demasiado bien lo que suponía la pérdida de un hijo.
– Un caso así no puede ser el que tiene tan agitado a todos esos periodistas.
– ¡Claro que no! Un caso como este nunca llega al público. En parte por eso es tan triste. Una vida perdida.
– ¿Y el asunto que ha traído a los periodistas es el de la policía?
– En principio así fue. Bingham anunció que haría una declaración tras la autopsia. El médico de turno me contó que el barrio de Spanish Harlem está en plena revuelta por el suceso. Según parece, la policía hizo más de cincuenta disparos. Se parece al caso Diallo de la zona sur del Bronx de hace unos años. No obstante, a decir verdad, creo que los de la prensa están interesados principalmente en el caso de Sara Cromwell, que se presentó cuando ellos ya estaban aquí.
– ¿Sara Cromwell, la psicóloga de la cadena de diarios del Daily News?
– Esa misma. La diva de los consejos. La que era capaz de decir a quien sea lo que tenía que hacer con su vida. También era una figura de la televisión, no sé si lo sabe. Aparecía en casi todos los programas de entrevistas, incluyendo el de Oprah. Era realmente una celebridad.
– ¿Fue un accidente? ¿A qué viene tanto revuelo?
– No fue ningún accidente. Según parece, fue asesinada en su piso de Park Avenue. No estoy al corriente de los detalles, pero según Fontworth parece que son tirando a macabros. Ya se lo he dicho: él y el médico de guardia estuvieron fuera toda la noche. Después de lo de Cromwell hubo un doble suicidio en una mansión de la calle Ochenta y cuatro, y más tarde un homicidio en una discoteca. Luego, el médico de guardia tuvo que salir para atender un atropello con fuga en Park Avenue y dos casos de sobredosis.
– ¿Qué hay del doble suicidio? ¿Se trata de jóvenes o de ancianos?
– De mediana edad. Fue monóxido de carbono. Tenían su coche en marcha con la puerta del garaje cerrada y unos tubos de aspirador metidos en el habitáculo.
– Mmm -murmuró Jack-. ¿Alguna nota de suicidio?
– ¡Oiga, esto no es justo! -protestó Janice-. Me está acribillando a preguntas sobre casos que no han pasado por mis manos. Bueno, creo que había una sola nota, de la mujer.
– Interesante -comentó Jack-. Está bien, será mejor que vaya a la sala de identificación. Va a ser un día movido. Y usted, será mejor que se marche a casa a dormir un poco.
Jack estaba complacido. La expectación ante una jornada interesante despejó parte del malhumor de la mañana, que le había reaparecido. Si Laurie quería volver a su piso durante unos días, por él perfecto. Se limitaría a esperar el momento propicio, porque no estaba dispuesto a dejarse chantajear.
Pasó velozmente ante el despacho de los investigadores forenses, tomó un atajo por la sala de las secretarias con sus hileras de archivadores y entró en la de comunicaciones, que estaba justo al lado. Sonrió a las telefonistas del turno de día, pero no obtuvo respuesta porque estaban demasiado ocupadas preparándose. Saludó con la mano al sargento Murphy al pasar ante el despacho del Departamento de Policía de Nueva York, pero Murphy hablaba por teléfono y tampoco respondió.
– Bonita bienvenida -masculló Jack para sus adentros.
Al entrar en la sala de identificación, recibió el mismo trato. Había tres personas, y ninguna le prestó atención. Dos se hallaban escondidas tras sus diarios, mientras que la doctora Riva Mehta, la compañera de despacho de Laurie, parecía muy atareada con una voluminosa pila de dosieres con potenciales objetos de autopsia. Jack se sirvió un café de la cafetera y acto seguido dobló hacia abajo el borde del diario de Vinnie Arriendola. Vinnie era uno de los técnicos del depósito y solía ayudarlo con frecuencia en la sala de autopsias. La presencia temprana y regular de Vinnie significaba que Jack podía empezar en la sala de autopsias bastante antes que los demás.