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– ¿Cómo averiguasteis que la mesa de autopsias fue utilizada para seccionar las manos y la cabeza? -preguntó Jack.

– Desmontamos el drenaje -contestó Phil-. Había rastros en el codo.

– Veamos el lugar donde se halló el cuerpo -pidió el detective.

– No hay problema -respondió Phil.

Los condujo al otro lado del anfiteatro, más allá de donde habían dibujado en el suelo la silueta del cuerpo, y salieron por una puerta hasta un corto pasillo. Pasaron ante una pequeña oficina llena de trastos que, según Phil, eran del responsable del depósito. Al final del pasillo, llegaron a una recia puerta de madera que parecía salida de una carnicería. La abrieron con un chasquido, y una helada niebla que apestaba a formaldehído se esparció por el suelo.

Tanto Laurie como Jack estaban familiarizados con el tipo de cuarto que había al otro lado. Era exactamente igual que el refrigerador de Anatomía de la universidad, donde se almacenaban los cadáveres antes de ser llevados a diseccionar. A ambos lados había hileras de cuerpos colgando de tenazas insertadas en los oídos y sujetas al techo.

– El cuerpo de la víctima se encontraba en una camilla situada al fondo, cubierto por una sábana -dijo Phil señalando el final del cuarto-. Desde aquí no se ve bien. ¿Quieren que se lo enseñe?

– Yo paso -dijo Lou-. Los refrigeradores de cadáveres me ponen los pelos de punta.

– Es increíble que encontraran el cuerpo tan pronto -dijo Jack-. Me da la impresión que estos de aquí llevan años colgando.

Laurie alzó los ojos al cielo. Siempre le parecía sorprendente que Jack viera con humor cualquier situación.

– Desde luego, el asesino no quería que descubrieran el cuerpo ni que lo identificaran -comentó.

– Subamos al despacho de Rousseau -propuso Lou.

Dado que era sábado, la zona de Administración estaba casi desierta. Un agente de uniforme que estaba leyendo un ejemplar del Daily News se puso en pie de un salto cuando vio acercarse al grupo y en especial al detective Soldano. Tras él se hallaba la puerta del despacho de Roger, sellada con una tira de cinta amarilla de la policía.

– Confío en que nadie haya entrado ahí -dijo Lou al agente.

– No desde que usted llamó esta mañana, teniente.

Lou asintió y apartó la cinta, pero antes de que pudiera abrir la puerta, una voz lo llamó. Se dio la vuelta y vio a un hombre con aspecto de estrella cinematográfica caminando hacia él con la mano tendida. Tenía los grises cabellos veteados de rubio; y el rostro, bronceado, lo cual hacía que sus ojos azules aún lo parecieran más. Ofrecía todo el aspecto de estar recién llegado del Caribe. Lou se puso en guardia.

– Soy Charles Kelly, presidente del Manhattan General -dijo el hombre sacudiendo la mano del detective con innecesario vigor.

Lou había intentado concertar una cita con él el día antes, pero no le había sido concedida, como si semejante contacto estuviera por debajo de la categoría del presidente. Lou habría insistido si lo hubiera considerado importante; pero, tal como estaban las cosas, tenía asuntos más urgentes.

– Lo siento -añadió Charles-. Ayer no pudimos establecer contacto. Fue uno de esos días con la agenda a rebosar.

Lou asintió y vio que Kelly miraba a Jack y a Laurie, de modo que se los presentó.

– Me temo que ya conozco al doctor Stapleton -dijo Kelly, envarándose.

– ¡Buena memoria! -exclamó Jack-. Debe de hacer ya más de ocho años desde que os eché una mano cuando tuvisteis aquel lío con aquellos malditos gérmenes.

Charles se volvió hacia Lou.

– ¿Qué hacen ellos aquí? -Su tono era cualquier cosa menos amistoso.

– Me están ayudando en mi investigación.

Charles asintió, como si estuviera sopesando las palabras del detective.

– El lunes comunicaré al doctor Bingham que han estado ustedes aquí. Entretanto, quería presentarme ante usted, teniente, y decirle que estoy aquí para proporcionarle toda la ayuda que necesite.

– Gracias. Creo que por el momento tenemos todo lo que necesitamos.

– Hay algo más que me gustaría pedirle.

– Adelante, dispare.

– Con dos desgraciados asesinatos en prácticamente dos días, me gustaría que fuera todo lo discreto que pueda, en especial en lo tocante a los detalles morbosos del que han descubierto hoy. Es más, me gustaría pedirle con todos los respetos que cualquier información que vaya a difundirse pase primero por nuestro Departamento de Relaciones Públicas. Debemos pensar en la institución y evitar cualquier daño colateral.

– Me temo que algunos de los detalles más delicados de este caso ya están en manos de los medios -admitió Lou-. No tengo ni idea de qué más puede haberse filtrado, pero yo me vi obligado a celebrar una miniconferencia de prensa. Le aseguro que no facilité detalles. En una investigación como esta, es mejor no hacerlo.

– Esa es mi opinión precisamente, aunque supongo que por motivos diferentes -dijo Charles-. De todas maneras, estaremos agradecidos de cualquier ayuda que pueda usted brindarnos en esta desgraciada circunstancia. Buena suerte con sus investigaciones.

– Gracias -contestó Lou.

Charles Kelly dio media vuelta y se alejó.

– ¡Menudo capullo! -comentó Jack.

– Apuesto a que estuvo en Harvard -dijo Lou no sin envidia.

– Vamos, acabemos con esto -apremió Laurie-, que yo tengo que volver al trabajo.

El detective abrió la puerta, y los tres entraron en el despacho.

Mientras Laurie dudaba de si cruzar el umbral, Lou y Jack fueron directamente al escritorio de Roger. Los ojos de Laurie recorrieron la estancia lentamente. Hallarse en el espacio de su amigo le hizo comprender la enormidad de la pérdida. Hacía cinco semanas que lo había conocido, y en lo más profundo de su interior sabía que no había llegado a conocerlo de verdad; aun así, le había gustado y hasta era posible que lo hubiera amado. Intuitivamente estaba convencida de que era una buena persona y era consciente de que se había mostrado generoso cuando ella lo necesitaba. Es más, creía que en ciertos aspectos, se había aprovechado de él, lo cual le provocó una punzada de culpa.

– Laurie, ven -llamó Lou.

Se disponía a acudir, pero se detuvo cuando el móvil sonó en su bolsillo. Era una de las telefonistas del departamento con un mensaje de que había llegado un caso de un sujeto detenido por la policía. Ella le aseguró que estaría de vuelta en una hora y le pidió que avisara a Marvin para que fuera haciendo los preparativos. La muerte de cualquier individuo custodiado por la policía tenía siempre repercusiones políticas. Sin duda iba a tener que hacerle la autopsia ese mismo día sin poder aplazarla al lunes.

– Parece que aquí hay mucho material -dijo Lou cuando Laurie se les unió-. Puede que estas hojas sean las más importantes porque incluso tienen asteriscos al lado de los nombres. -Entregó las hojas a Jack, que les echó un vistazo antes de pasárselas a Laurie. Se trataba de los credenciales de los doctores José Cabero y Motilal Najah.

Laurie los leyó atentamente.

– La época del traslado de Najah y el hecho de que pidiera expresamente el turno de noche lo convierten como mínimo en sospechoso.

– Me pregunto por qué el documento de su arresto no figura aquí -se preguntó Lou-. Se trata de algo importante para alguien que maneja sustancias controladas. Me refiero a que debería figurar en su solicitud al Departamento de Lucha Contra la Droga.

Laurie se encogió de hombros.

– Aquí hay otra lista en la que Rousseau puso asteriscos -dijo Lou-. Es de gente que pasó del St. Francis al Manhattan General entre mediados del mes de noviembre y mediados de enero.

Jack la examinó y se la entregó a Laurie. Ella leyó los siete nombres y tomó nota de los departamentos en los que trabajaban.

– Todos esos individuos pueden tener acceso a los pacientes, especialmente durante el turno de noche.

El detective asintió.

– Nos han hecho todo el trabajo. Es casi demasiado. Aquí hay una lista de ocho médicos que han sido despedidos de este hospital durante los últimos seis meses. Supongo que cualquiera de ellos podría ser un chiflado con ansias de vengarse de AmeriCare.