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– Eso me resulta familiar -comentó Jack-. Quizá te gustaría añadir mi nombre a esa lista.

– Voy a tener que organizar todo un equipo para que empiece a trabajar en esto -dijo Lou-. Si Najah no es nuestro hombre, tendremos que interrogarlos a todos. A ver… Me pregunto qué será esto. -El detective señalaba un CD que estaba encima de las listas.

– Comprobémoslo -propuso Laurie, que cogió el disco, lo cargó en el ordenador de Roger y después tecleó rápidamente la contraseña. Jack hizo un gesto y Laurie se fijó en su reacción, pero prefirió pasarla por alto.

El contenido del disco resultó ser un archivo digital de los historiales clínicos de la serie de casos de Laurie, incluyendo los del St. Francis. Supuso que Roger había conseguido los datos de ese hospital cuando había ido a buscar los expedientes de los empleados. Explicó a Lou de qué se trataba y le preguntó si podía llevarse el disco porque podía serle de ayuda cuando revisara los que ya tenía.

El detective lo meditó un segundo.

– ¿Puedes hacer una copia?

Laurie localizó el grabador del ordenador e hizo una para ella.

– La verdad es que no me importaría tampoco tener copias del material impreso -dijo después de pensarlo-. Más tarde tendré tiempo de repasarlo y quizá se me ocurra alguna idea útil. Estoy segura de que debe de haber una fotocopiadora en alguna parte.

– Me parece bien -repuso Lou-. Con tanto material, necesitaremos toda la ayuda posible.

La fotocopiadora estaba fuera del despacho, y Laurie hizo copias de todas las listas de Roger. Cuando hubo acabado, dijo a Jack y a Lou que tenía que volver al trabajo.

– ¿Quieres que vuelva contigo? -preguntó Jack-. Si te apetece marcharte a casa, yo puedo quedarme de guardia en tu lugar.

– Estoy bien -le aseguró ella-. Prefiero mantenerme ocupada que quedarme en casa de brazos cruzados. Me parece bien si quieres venir, pero es cosa tuya.

Jack miró al detective.

– ¿Qué plan tienes?

– Tengo que interrogar al tipo que encontró el cuerpo. Luego quiero ver al tal Najah y comprobar si hemos tenido suerte con la localización de su arma. Puede que, con recordarle que existe la ciencia de la balística, sea suficiente para que cante de plano. Eso no estaría mal.

– ¿Te importa si me quedo contigo un rato? Me gustaría conocer al tal Najah.

– Como gustes.

Jack se volvió hacia Laurie.

– Iré dentro de un rato. Si quieres, te ayudaré con la autopsia del tipo ese custodiado por la policía.

– Eso no será problema -contestó Laurie-. Te veré cuando vuelvas, pero gracias por haberte encargado del caso que ya sabes. Lo digo en serio.

Laurie dio un abrazo a los dos, pero prolongó un poco más el de Jack, e incluso le dio un apretón en el brazo antes de marcharse.

Antes de abandonar la zona administrativa del hospital, Laurie pasó por los aseos de señoras. Dejó el CD y las fotocopias encima del lavabo y entró en un excusado. Mientras se aliviaba, meditó sobre la inoportuna desaparición de Roger y el trágico destino que habían sufrido los dos adolescentes, cuya travesura les había costado la vida. Ambos sucesos le recordaron que los seres humanos, como el resto de las criaturas de este mundo, grandes o pequeñas, se sostenían precariamente al borde del abismo.

Ocupada en aquellos pensamientos, dobló un trozo de papel higiénico para limpiarse, pero cuando se disponía a tirarlo al retrete notó algo extraño: tenía una pequeña mancha de sangre. ¡Estaba perdiendo!

Instintivamente, Laurie se encogió ante lo que aquello significaba. No se trataba más que una diminuta cantidad de sangre; pero, por lo que alcanzaba a recordar, no era buena señal estando embarazada, especialmente de tan pocas semanas. Sin embargo, dado que hacía tiempo que había olvidado lo que había aprendido de obstetricia durante la carrera, no quería precipitarse en sus conclusiones.

¿Por qué estas cosas siempre tienen que ocurrir los fines de semana?, se lamentó para sus adentros. Le habría gustado preguntar a Laura Riley qué significaba, pero era reacia a molestarla un sábado. Cogió otro trozo de papel higiénico y volvió a limpiarse. La sangre no reapareció, lo cual fue un alivio; no obstante, si sumaba a la sangre las molestias abdominales, el panorama resultaba como mínimo poco alentador.

Mientras se lavaba las manos, Laurie se contempló en el espejo. Las últimas noches sin apenas dormir le estaban pasando factura: aunque no estaban a la altura de las de Janice, bajo los cansados ojos tenía unas profundas ojeras, y su rostro aparecía demudado. Además, la invadía el presentimiento de que aún le quedaban más pruebas a las que enfrentarse, de modo que rogó para que, si eso sucedía, tuviera las suficientes reservas emocionales para hacerles frente.

19

Laurie no tardó tanto como había temido en regresar al trabajo; pero, de nuevo, el viaje en taxi le agravó notablemente las molestias abdominales. Marvin la estaba esperando con todo preparado, de modo que se puso a trabajar inmediatamente en la autopsia del sujeto custodiado por la policía, lo cual le resultó una buena terapia. Cuando hubo terminado, el dolor había desaparecido y en su lugar quedaba una cierta sensación de presión. Mientras se quitaba el traje de protección, se palpó la zona con los dedos. A diferencia de por la mañana, el contacto empeoró la situación. Más confundida que nunca, fue al baño para mirar si todavía manchaba, pero descubrió que no.

Subió a su despacho y contempló el teléfono. Una vez más pensó en llamar a Laura Riley, pero seguía reacia: apenas conocía a aquella mujer, y no le gustaba empezar su relación importunándola en pleno fin de semana con un problema que sin duda podría esperar hasta el lunes; al fin y al cabo, hacía días que sufría esos síntomas. La súbita aparición de unas pocas gotas de sangre era la única novedad destacable, y hasta eso parecía que había cesado.

Molesta consigo misma por su indecisión, Laurie pensó en llamar a Calvin. Podía comunicarle las últimas noticias sobre Roger y hacerle un resumen de la autopsia del custodiado por la policía en cuya garganta había descubierto amplios traumatismos que denotaban malos tratos por parte de las fuerzas del orden. Los casos así siempre resultaban complicados desde el punto de vista político, y se hacía necesario prevenir a Calvin. Sin embargo, no parecía haber presiones por parte de los medios de comunicación, y todavía faltaban los análisis de toxicología. Al final, Laurie decidió que el asunto podía esperar hasta el lunes a menos que fuera el propio Calvin quien la llamara.

En lugar de telefonear, Laurie optó por dedicar un poco de tiempo de verdad a los historiales de Queens y a las listas de Roger. Sentía que se lo debía ya que, en cierto sentido, él había dado la vida por la causa.

Lo primero en que se fijó fue en que los historiales del St. Francis eran notablemente distintos de los del General. Si este último funcionaba también como centro académico, el St. Francis era un simple hospital donde no había internos ni residentes tomando notas constantemente, de modo que los historiales eran mucho menos voluminosos. Hasta las anotaciones de las enfermeras y los médicos responsables resultaban muy breves, lo cual le facilitó la tarea.

Tal como esperaba después de haber leído los informes de los investigadores forenses, los perfiles encajaban con los del Manhattan General. Todas las víctimas eran relativamente jóvenes y habían muerto a las veinticuatro horas de haber sido operados por voluntad propia; también habían gozado todos de buena salud, lo cual hacía aún más trágica su muerte.

Laurie recordó entonces que Roger le había comentado haber averiguado que los casos del General eran de gente recién suscrita a AmeriCare. Al examinar los datos personales del historial que tenía entre manos, Laurie comprobó que también era el caso. Rápidamente verificó los otros cinco. Todos los pacientes eran suscriptores de AmeriCare desde hacía menos de un año; y dos de ellos solo llevaban dos meses.