– Es lógico que estés preocupada -convino él.
Se miraron el uno al otro, Gordon apoyado contra el costado de su barco y Riley sentada en el banco, frente a él. El barco estaba amarrado en el muelle, detrás de la casita que Gordon tenía en la parte continental de Opal Island. Así se mantenía ocupado y ganaba algún dinero extra llevando a gente a pescar al Atlántico.
– Y no es que yo crea que seas capaz de hacerle eso a alguien sin un buen motivo -dijo.
– Pero ¿y si tuviera un buen motivo? -preguntó ella irónicamente, consciente del matiz que introducía el adjetivo.
– ¿Sin estar en zona de guerra? -Él sacudió la cabeza-. No. No es tu estilo. Puedes cabrearte y liarte a hostias, pero nada más, por lo menos aquí, en la vida normal.
– Soy una agente del FBI -le recordó ella.
– Sí, así que podrías pegarle un tiro a alguien. Quizá. Si no te quedara más remedio. Los dos sabemos que eres capaz. Pero torturar y decapitar… -Gordon frunció los labios y su ancha cara morena se puso pensativa-. No te veo haciendo eso ni en la guerra, ¿sabes? Hace falta cierta crueldad, y no digamos ya brutalidad, y tú nunca has tenido ninguna de esas cosas.
Riley se sintió aliviada, aunque sólo en parte. Gordon la conocía, seguramente mejor que nadie, y si él decía que no era propio de ella matar a alguien así, era muy probable que tuviera razón. Ella tampoco se creía capaz.
Pero.
– Está bien, pero, si no fui yo, ¿por qué me desperté cubierta de sangre?
– No sabes si la sangre era suya.
– Pero ¿y si lo es?
– Puede que intentaras ayudarle en algún momento. Que intentaras bajarle sin darte cuenta de que ya era demasiado tarde.
– ¿Y luego me fui a casa y me eché a dormir, completamente vestida y todavía cubierta de sangre?
– No, eso no parece probable, ¿verdad? No en tu caso. Si estabas en tu sano juicio, al menos. Tuvo que pasar algo entremedio. Un trauma de alguna clase, quizá. ¿Seguro que no tienes ningún bulto en la cabeza o algo así?
– No he encontrado ningún bulto, ni ningún hematoma. Pero me desperté con un dolor de cabeza brutal. Ya sabes lo que suele significar eso.
Él asintió.
– Tu versión de una resaca, pero sin alcohol. Estuviste usando tus facultades extrasensoriales.
– Eso parece. -Gordon sabía desde hacía años que tenía el don de la clarividencia, creía en él absolutamente porque había visto una y otra vez lo que Riley podía hacer y había guardado el secreto.
– Pero ¿no recuerdas qué percibiste?
– No, nada. Si es que percibí algo.
– Tuvo que ser algo malo. ¿Tan malo como para que perdieras la memoria, quizá?
– No sé, Gordon. He visto cosas asquerosas. Cosas horribles y repugnantes. Y nunca habían afectado a mi memoria. ¿Qué pudo ser tan malo, tan traumático, que no pude soportar recordarlo?
– Puede que vieras lo que ocurrió en el bosque. Quizá viste a alguien conjurar al diablo.
– Yo no creo en el diablo. Así, al menos.
– Quizá sea por eso por lo que no te acuerdas.
Riley se lo pensó, pero al final negó con la cabeza.
– Aparte de algunas cosas nauseabundas, también he visto cosas increíblemente raras, sobre todo estos últimos años. Cosas terroríficas. No creo que ningún ritual ocultista pueda conjurar a un demonio de carne y hueso, con sus cuernos y su rabo, pero no sé si me impresionaría tanto si ocurriera justo delante de mí.
Gordon sonrió.
– Pensándolo bien, seguramente sólo te preguntarías cómo se las habían arreglado para meter al tipo en un traje de goma tan deprisa.
– Seguramente. Las cosas aparentemente sobrenaturales relacionadas con el ocultismo son casi siempre, ya sabes, humo y espejos. Casi siempre.
– Eso me has dicho. Está bien. Entonces, viste al asesino allí y hubo algo que te provocó la amnesia. Es la explicación más sencilla, ¿no?
Ella tuvo que darle la razón.
– Supongo que sí. Lo cual hace imprescindible que recupere cuanto antes la memoria.
– ¿Crees que el asesino quizá sepa que viste algo?
– Creo que debo darlo por sentado hasta que tenga pruebas de lo contrarío. Y encontrar esas pruebas no va a ser divertido, considerando que no tengo ni una sola pista de quién puede ser el asesino. Y lo que es peor, mis facultades extrasensoriales parecen estar fuera de servicio, al menos por ahora.
– ¿En serio?
Riley asintió con la cabeza.
– En serio. Debería haber sentido algo en la escena del crimen. En esas situaciones, cuando todo el mundo está tenso y afectado, es cuando estoy más fuerte. O siempre había sido así. Esta vez, nada. Ni una maldita cosa, ni siquiera cuando toqué esas piedras.
– Así que estás buscando a un asesino a ciegas.
– Pues sí.
Gordon se quedó pensando.
– Puede que el asesino sepa, o al menos crea, que viste algo. Pero, si sabe que viste algo, o lo sospecha, ¿por qué deja que andes por ahí? Quiero decir que ya ha matado brutalmente. ¿Por qué dejarte vivir?
– No lo sé. A no ser que tenga un buen motivo para creer que no soy una amenaza.
– ¿Como, por ejemplo, que no te acordarías de lo que viste?
– ¿Cómo podría saber eso? No se puede provocar una amnesia intencionadamente, al menos que yo sepa. Y la UCE lleva años estudiando esas cosas. Las lesiones traumáticas, sobre todo en la cabeza, tienen toda clase de consecuencias, pero la amnesia no es muy frecuente, como no sea a muy corto plazo. Además, no tengo bultos, ni hematomas, y menos aún algo tan grave que pueda considerarse una lesión en la cabeza.
– ¿Amnesia a muy corto plazo?
– Es bastante corriente que después de una lesión traumática no se recuerden los acontecimientos inmediatamente anteriores. Pero casi siempre se limita a un lapso de unas pocas horas, no de días…, y casi nunca de semanas.
– Está bien. -Gordon se quedó pensando un rato más-. Es muy poco probable, seguramente, pero ¿y si fuera otra persona con dotes parapsicológicas?
Riley hizo una mueca.
– Dios mío, espero que no.
– Pero ¿sería posible que te afectara?
– Casi todo es posible, tú lo sabes tan bien como yo. Otra persona con dotes extrasensoriales quizá podría percibir la amnesia, o incluso anticiparla. Qué demonios, tal vez incluso causarla. O al menos estar aprovechándose de ella. -Respiró hondo y exhaló lentamente-. Una cosa puedo decirte: si hay otra persona con facultades paranormales metida en esto, esa persona, sea hombre o mujer, tiene la sartén por el mango, al menos hasta que se despeje la neblina de dentro de mi cabeza y pueda usar las mías.
«Si puedo. Si puedo.»
– No me gusta mucho cómo suena eso, nena -comentó Gordon.
– No. A mí tampoco. -Ahora fue Riley quien se quedó pensando-. Leah me ha dicho que últimamente estaba muy reservada. -La ayudante del sheriff la había dejado en casa y había regresado a jefatura, porque faltaba aún una hora para que acabara su turno.
– Bueno, me hubiera gustado que no lo estuvieras tanto. Fui yo quien te trajo aquí, a fin de cuentas. Me siento responsable.
– Pues deja de sentirte así.
Él levantó los ojos al cielo, un gesto característico que seguramente le había contagiado a Leah.
– Sí, sí.
– Lo digo en serio. Y, por cierto, no le he dicho a Leah lo de mi amnesia. Confío en ella, es sólo que…
– Ya sé lo que es -respondió él. Y lo sabía. Los militares entendían la necesidad de ocultar las propias debilidades mucho mejor que los civiles-. Te guardaré el secreto, si quieres, pero creo que Leah podría ayudar. Sobre todo si…
Riley lo miró fijamente. De pronto veía en aquella cara impasible mucho más de lo que habría visto cualquier otra persona.
– Sobre todo si no recuerdo mi vida social, que estas últimas semanas parece que ha sido movidita -concluyó.
– Entonces, no te acuerdas, ¿no es así?