Fue un poco brusco, más que un poco ansioso, y Riley descubrió que le resultaba imposible resistirse a aquella mezcla.
Así que no lo intentó.
Y tampoco intentó fingir con él, porque no le hizo falta. Fuera lo que fuese o pudiera ser, Ash Prescott era un amante experto, y el cuerpo de Riley recordaba sus caricias aunque su mente las hubiera olvidado.
Había dejado una lámpara encendida en la mesilla de noche, pero mantuvo los ojos cerrados porque los únicos sentidos que le importaban eran los que él estaba despertando. Por primera vez desde que se había levantado esa tarde, no había velo, ni distancia…, ni interrogantes.
Al menos, sobre aquello.
La ropa de ambos pareció desvanecerse. De pie junto a la cama, Riley sintió casi instantáneamente la descarga erótica del contacto de la carne contra la carne, y a continuación la fresca suavidad de la sábana bajo su cuerpo. No sabía cuál de los dos había abierto la cama, ni le importaba.
El cuerpo de Ash era asombrosamente duro: tenía los músculos compactos de un deportista o de un hombre bendecido por la genética, o ambas cosas. Su piel era tersa y caliente bajo los dedos de Riley, y el vello denso y mullido de su torso le rozaba los pechos con una sensualidad descarnada que intensificaba el ardor que iba creciendo dentro de ella.
La boca de Ash, que tocaba la suya, alimentaba aquel fuego, tan dura como su cuerpo y tan ávida y ansiosa como las manos que acariciaban su carne. Aquel contacto boca a boca era más que un beso: era una fusión, una mezcla, y ella comprendió vagamente que por eso se había metido en la cama con un hombre relativamente desconocido.
Porque no lo era. Porque no lo eran.
Sus cuerpos se tensaron para unirse más aún, para unirse más de lo que podían, y Riley se oyó proferir un sonido animal que la habría asombrado si hubiera podido pensar en ello. Pero no había tiempo para pensar ni para preguntarse nada; sólo había un placer que alcanzaba alturas inauditas y una deslumbrante oleada de emoción que nunca antes había sentido y que no alcanzaba a definir.
Cuando todo acabó, se sintió agotada y extrañamente trémula. ¿Qué había pasado? Era más que sexo, o al menos más de lo que ella conocía como tal. Y no estaba en absoluto segura de que pudiera fingir lo contrario. Pero lo intentó.
Cuando él se incorporó a su lado, apoyándose en el codo, Riley abrió por fin los ojos y murmuró:
– Guau. Menos mal que me tomé un segundo postre.
Ash se echó a reír.
– Nunca dices lo que se espera, ¿eh?
– Seguramente no. ¿Eso es malo?
– No, por lo que a mí respecta. -Alargó el brazo para cubrir con la sábana sus cuerpos, que empezaban a enfriarse, y se detuvo para frotar un momento la nariz contra la curva de su cuello.
Riley sintió que sus ojos empezaban a bizquear al sentir aquella caricia deliciosa y los cerró rápidamente.
– Mmmm.
– Si te quedas dormida, te despierto -la advirtió él.
La risa de Riley acabó en un suspiro.
– La culpa es tuya.
– Abre los ojos y háblame.
– Yo creía que los hombres siempre querían dormir después de hacerlo -se quejó ella suavemente, abriendo los ojos.
Él tenía una tenue sonrisa.
– Ya deberías saber que no puedes encasillarme. Los dos vamos contracorriente.
«¿Qué demonios quiere decir con eso?»
No podía preguntárselo, por supuesto.
– Y tú -dijo- ya deberías saber que después de hacerlo o me quedo dormida o como un tentempié. Combustible, ¿recuerdas? El depósito está vacío, amigo mío.
– Está bien. Te prometo una tortilla de medianoche. ¿Qué te parece?
Riley volvió la cabeza para mirar el despertador de la mesilla de noche.
– Para eso queda más de una hora. -Dejó que su voz se apagara patéticamente-. Puede que no llegue.
Antes de que pudiera volver de nuevo la cabeza, sintió los dedos de Ash en la nuca.
– ¿Qué es esto?
Era un hematoma. Riley se dio cuenta cuando él lo tocó.
– ¿Qué aspecto tiene? -preguntó, manteniendo aquel murmullo soñoliento a pesar de que estaba de pronto completamente despierta.
Él frotó el hematoma muy suavemente.
– Puede que sea una quemadura.
Estaba justo en la base del cráneo, a la altura de la línea del pelo, en una zona que normalmente quedaba cubierta por su cabello corto. Una zona que no había inspeccionado visualmente al examinarse esa tarde. Y un hematoma que había quedado oculto por su pelo y enmascarado por el dolor de cabeza que casi no había cesado desde que estaba despierta.
Capítulo 7
Riley intentó no reaccionar de modo alguno que a él pudiera hacerle sospechar algo, luchó por no desvelar los interrogantes y los miedos que súbitamente se agolpaban en su cabeza.
– Soy muy torpe con la plancha de alisar el pelo -dijo con calma-. Me pasa tan a menudo que normalmente ni siquiera me acuerdo.
– ¿Has pensado en dejar de usar la plancha? -preguntó Ash irónicamente.
Ella echó la cabeza hacia atrás y le miró, sonriendo.
– De vez en cuando. Pero, verás, es una cosa de chicas, y cuando estaba en el ejército me aferraba a esas cosas.
– ¿Por qué? ¿Te daba miedo acabar siendo un marimacho?
– Ese término no es políticamente correcto. Y…, sí.
Ash le sonrió.
– Eso es imposible. Eres absolutamente femenina, amor mío, desde la cabeza a las puntas de los pies. Prácticamente irradias feminidad por los poros de la piel.
Riley ignoró el estremecimiento que había sentido al escuchar aquella inesperada expresión de cariño y frunció el ceño, pensativa.
– No estoy del todo segura de que eso sea un cumplido.
– Es desarmante, eso es lo que es. Un camuflaje perfecto para la mente afilada como una navaja que hay detrás de esos grandes ojos.
– Mmm. Pero a ti no te desarmé, ¿verdad?
– Yo no me dejé engañar -dijo Ash-. No como Jake.
– ¿Crees que a él le he engañado? -preguntó ella, un poco sorprendida y llena de curiosidad.
– Creo que te está subestimando atrozmente. Y creo que si no lo hubiera hecho desde el momento en que te conoció, quizá sería él quien estuviera aquí y no yo.
– Es cierto que me interpuse entre vosotros dos, ¿verdad? -preguntó Riley con sorna.
– Puede ser. -Ash cambió de postura para tenderse de lado, apoyando su cabeza en una mano mientras la otra descansaba sobre la barriga de Riley-. Pero tenía que ocurrir con el tiempo.
– ¿Por qué?
Ash se encogió de hombros levemente.
– Porque dejar que Jake se saliera con la suya me ha resultado muy fácil casi toda la vida. Hasta que quiso algo que yo quería más.
Riley se quedó pensando.
– ¿Yo? -se aventuró a decir.
– Si tienes que preguntarlo -respondió él-, es que no has prestado atención.
Riley logró reírse.
– Oh, sí que estaba prestando atención. Sólo intentaba no sentirme como un trofeo entre dos atletas.
– Tú sabes que no es así. -Se inclinó para besarla largamente-. Por lo menos en lo que a mí respecta. Esto no tiene nada que ver con Jake. Tiene que ver contigo y conmigo.
Riley intentaba pensar con claridad pese a los labios que jugueteaban con los suyos.
– Mmm. Pero si lo único que ve Jake… es un trofeo… puede que todavía lo quiera.
– Entonces tendrá que aprender la lección que seguramente debí darle cuando éramos pequeños. -Ash volvió a apartar la sábana para que su mano tocara la piel desnuda-. No siempre consigue lo que quiere.
Riley creía estar completamente exhausta, pero su cuerpo empezaba a cobrar vida, y cuando levantó los brazos para rodear el cuello de Ash, pensó que tal vez tuviera fuerzas para aquello.