No estaba sola. Había alguien allí fuera, con ella. El recuerdo vago y confuso de voces susurradas. Risas sofocadas. Una caricia que sintió, por un instante fugaz, tan intensamente que se miró la mano, asombrada.
Y luego desapareció.
Por más que lo intentaba no lograba recordar nada más con claridad. Todo se volvía una maraña confusa dentro de su cabeza. Sólo había fogonazos, la mayoría de los cuales no tenían sentido para ella. Caras que no conocía, lugares en los que no recordaba haber estado, retazos fortuitos de conversaciones que no entendía.
Destellos sincopados por punzadas de dolor en la cabeza.
Achacó a la jaqueca el enorme espacio en blanco que formaba su pasado reciente, salió de la ducha y se secó. Era sólo el dolor de cabeza, desde luego. Se tomaría un par de aspirinas, comería un poco, metería algo de cafeína en sus venas y entonces se acordaría. Claro que sí. Se envolvió en una toalla, cogió otra vez el arma y volvió al dormitorio en busca de ropa limpia.
Al abrir los cajones y echar un vistazo al armario, cayó en la cuenta de que llevaba allí algún tiempo. Se había instalado de verdad, mucho más de lo que tenía por costumbre. Aquél no era su desorden de siempre, viviendo de una maleta. Su ropa estaba perfectamente ordenada en los cajones y colgada en el armario. Y no sólo había ropa de playa.
Ropa informal, sí, pero también varias cosas elegantes, desde bonitos pantalones de vestir a blusas de seda, pasando por vestidos. Hasta zapatos de tacón y medias.
Así pues, estaba allí por motivos de trabajo, tenía que ser eso. El problema era que no podía recordar en qué consistía su misión.
Abrió un cajón y al sacar un conjunto de braguita y sujetador de encaje, muy bonitos y sensuales, sintió que alzaba las cejas. Aquello no era en absoluto lo que solía ponerse, estaba obviamente nuevo y había más en el cajón. ¿A qué demonios se estaba dedicando allí?
Aquella pregunta resonó con más fuerza aún en su cabeza cuando descubrió también un liguero. Un liguero, por el amor de Dios.
– Dios mío, Bishop, ¿qué me has hecho hacer esta vez?
Tres años antes
– Necesito alguien como usted en mi equipo. -Noah Bishop, jefe de la Unidad de Crímenes Especiales del FBI, podía ser persuasivo cuando quería. Y quería, no había duda.
Riley Crane le observaba con indecisión y recelo evidentes. Bishop, que conocía su pasado, lo comprendía y esperaba ambas cosas.
Era interesante, pensó. Físicamente no era en absoluto como esperaba: en cuanto a estatura, estaba un poco por debajo de la media y era menuda, casi frágil en apariencia. No daba la impresión de ser capaz de lanzar a un hombre el doble de grande que ella por encima de su hombro con muy poco esfuerzo visible. Tenía unos ojos grandes y grises, engañosamente infantiles, que miraban con inocencia desde una cara de elfo curiosa, enigmática e infinitamente memorable sin ser bella en modo alguno.
Era fascinante que una cara semejante perteneciera a un camaleón.
– ¿Por qué yo? -preguntó, directa al grano.
Bishop valoraba la franqueza y contestó con naturalidad.
– Aparte de las capacidades necesarias en una investigadora, posee dos habilidades únicas que espero sean de enorme utilidad en nuestro trabajo. Puede adaptarse a cualquier situación y ser quien quiera en cualquier momento dado, y tiene el don de la clarividencia.
Riley no se molestó en protestar. Se limitó a decir:
– Me gusta jugar a los disfraces. Jugar a la simulación. Cuando de pequeña vives con la imaginación, acaban por dársete bien esas cosas. En cuanto a lo otro, dado que no me esfuerzo por anunciarme, sino de hecho más bien lo contrario, ¿cómo lo ha averiguado?
– Mantengo la oreja pegada al suelo -contestó Bishop encogiéndose de hombros.
– No me basta con eso.
– Estoy creando una unidad en torno a agentes con capacidades paranormales y estos últimos años he pasado mucho tiempo…, tendiendo cables. Avisando discretamente a gente en la que confío, dentro de las fuerzas de seguridad y fuera de ellas, sobre la clase de agentes potenciales que necesito.
– Agentes con facultades paranormales.
– No con cualquier don. Necesito gente excepcionalmente fuerte que sepa controlar sus capacidades y afrontar las dificultades emocionales y psicológicas del trabajo que hacemos. -Señaló con la cabeza la escena que había tras ella-. Es evidente que usted puede afrontar el estrés extremo al que me refiero.
Riley miró hacia atrás, hacia el lugar donde el resto de su equipo trabajaba entre los escombros de lo que podía ser o no una explosión provocada. Las víctimas habían sido localizadas y sacadas en camillas o en bolsas para cadáveres, hacía horas. Ahora, un ejército de investigadores buscaba pruebas.
– No hace mucho tiempo que me dedico a esto -dijo Riley-. Tengo inclinación por la investigación, claro, pero en mi último trabajo me dedicaba a la seguridad en bases militares. Voy donde me mandan.
– Eso me ha dicho su jefe.
– ¿Ha hablado con él?
Bishop dudó sólo el tiempo justo para que ello fuera evidente; luego dijo:
– Fue él quien se puso en contacto conmigo.
– Entonces, ¿es una de esas personas de confianza de las que me ha hablado?
– Sí. El amigo de un amigo, más o menos. Y abierto a las posibilidades de lo paranormal, un rasgo poco común entre los militares. Sin ánimo de ofender, obviamente.
– No me ha ofendido. Obviamente. ¿Qué le dijo?
– Parece creer que se está desperdiciando su talento y que no puede ofrecerle la clase de retos que cree que necesita.
– ¿Eso dijo?
– Prácticamente sí. Tengo entendido que le queda muy poco tiempo, unas pocas semanas para volver a reincorporarse. O no.
– Soy militar de carrera -dijo ella.
– O no -respondió Bishop.
Riley sacudió ligeramente la cabeza y dijo:
– Así, de pronto, agente Bishop, no se me ocurre una sola razón para cambiar mi carrera militar por una en el FBI, por muy especializada que sea su unidad. Además, aunque tenga corazonadas de vez en cuando, eso nunca cambia el resultado de ninguna situación concreta.
– ¿No?
– No.
– Nosotros podemos ayudarla a aprender a canalizar y focalizar sus capacidades, y a usarlas de manera constructiva. Quizá le sorprenda lo mucho que eso puede cambiar las cosas…, en cualquier situación concreta.
Sin esperar respuesta, Bishop abrió el maletín que llevaba y extrajo un sobre grande y grueso de papel de estraza.
– Eche un vistazo a esto cuando tenga ocasión -dijo, entregándoselo-. Esta noche, mañana. Después, si le interesa, llámeme. Mi número está dentro.
– ¿Y si no me interesa?
– Todo lo que hay ahí dentro es una copia. Si no le interesa, destrúyalo y olvídese de ello. Pero yo apostaría a que le interesará. Así que voy a quedarme por aquí unos días, comandante. Sólo por si acaso.
Después de que Bishop se marchara, Riley se quedó con la mirada perdida largo rato, dándose golpecitos con el sobre en la mano pensativamente. Luego lo guardó en su coche y volvió al trabajo.
No fue hasta mucho más tarde, esa noche, estando sola en su pequeño apartamento fuera de la base, cuando descubrió que Bishop no le había dicho toda la verdad. En el sobre había algo que no era una copia.
Riley se había armado de valor antes de abrir el sobre, en parte porque el sentido común le decía lo que posiblemente iba a encontrar en él y en parte porque su sentido extra hormigueaba en señal de advertencia. En realidad, no había dejado de hormiguear desde la primera vez que Riley tocó el sobre, pero los años de vida disciplinada, especialmente en el ejército, le habían enseñado a concentrarse y precisar su atención, de forma que normalmente era capaz de sofocar las sensaciones que la distraían hasta que las necesitaba.