Se obligó a no darse la vuelta, a no delatar el gélido escalofrío que le helaba los huesos en medio de la noche húmeda y calurosa.
– ¿Dónde estás, cabrón?
«Eres rápida, pero he llegado antes que tú. Te estaba esperando, pequeña.»
– Maldito seas…
«Te he dejado un regalo.»
Riley abrió los ojos de golpe y se apartó bruscamente, como si la hubieran golpeado.
– No -murmuró-. Oh, no…
Le había dejado otra víctima para que la encontrara. Otro cuerpo masacrado. Otra familia destrozada.
Ella había fracasado. De nuevo.
«Pobre pequeña. Cuánto sufres. Pero no te preocupes. Tendrás otra oportunidad. Volveremos a encontrarnos, Riley.»
En la actualidad
– ¿Riley?
Riley arrancó su mente del pasado, luchó por concentrarse en el ahora, y tuvo que preguntarse por qué, si dormía con aquel hombre, no le había dicho el verdadero motivo de su estancia en Opal Island.
¿Confiaba en él antes de que la atacaran con la pistola eléctrica? ¿O había, entre sus recuerdos perdidos, un motivo por el que le había dejado compartir su cama sin compartir sus confidencias?
Sin embargo, ya había optado por la fe, así que dejó a un lado sus dudas, respiró hondo y contestó con sinceridad.
– Gordon se puso en contacto conmigo justo antes de que viniera aquí. Los incendios, las señales y los símbolos que indicaban prácticas ocultistas, le preocupaban. Había visto mucho mundo, había cruzado suficientes selvas como para saber cuándo hay algo malo rondando por ahí fuera. Creía que estaba pasando algo y que las cosas iban a empeorar. Me pidió que investigara. Oficiosamente, claro. Cuando llamó, yo acababa de cerrar un caso, tenía vacaciones pendientes y no había mucho trabajo en la unidad. Así que mi jefe estuvo de acuerdo. No era una investigación formal; sólo un favor para un amigo.
– ¿Por qué no me lo dijiste, Riley? Hablamos de los incendios, de lo nerviosa que empezaba a ponerse la gente… Hasta de la posibilidad de que hubiera prácticas ocultistas. Me dijiste que el ocultismo era una de tus especialidades en la UCE. Pero no que hubieras venido aquí por eso.
«¿Porque no confiaba en ti lo suficiente? ¿Porque tenía miedo, o sabía, que estabas involucrado? ¿O sólo porque por primera vez mi vida íntima me importaba más que mi carrera y no quería que se mezclaran?»
«¿Por qué no podía pensar con claridad? ¿Por qué no lograba decidirse respecto a él?»
– ¿Riley?
– No lo sé. No sé por qué fue. No lo recuerdo, Ash.
Él entornó los ojos de nuevo.
– ¿No lo recuerdas? ¿Quieres decir que tu amnesia no se limita a lo que pasó el domingo por la noche?
Ella asintió a regañadientes.
– El lunes, cuando me desperté, las tres semanas anteriores eran prácticamente un hueco en blanco.
– ¿Prácticamente? -Como cualquier abogado, Ash estaba decidido a aclarar las cosas.
– Casi por completo -reconoció ella-. Había destellos. Caras. Retazos de recuerdos que se desvanecían como humo cuando intentaba apresarlos. Gordon y mi jefe tuvieron que contarme qué estaba haciendo aquí.
– Entonces no te acordabas de lo nuestro.
– No -dijo Riley-. No me acordaba de lo nuestro.
– Pues a mí me engañaste, te lo aseguro -repuso Ash.
Riley le miró un momento; luego se desabrochó el cinturón de seguridad y salió del Hummer. Se dirigió a la entrada del parque para perros, sin sorprenderse de que no hubiera ni un alma, salvo el ayudante del sheriff que montaba guardia con aire aburrido junto al hueco de la valla, cerca del bosque.
Los asesinatos ponían nerviosa a la gente. Y los asesinatos horripilantes con indicios de ritos satánicos, en particular, hacían cundir el pánico. Riley supuso que desde hacía unos días la mayoría de los propietarios de perros llevaba a sus mascotas a hacer ejercicio a la playa.
– Riley…
Cuando Ash la agarró del brazo y le hizo darse la vuelta para mirarle, ella casi reaccionó como ante un ataque. Casi. Aquel instinto, al menos, seguía vivo, y aquel adiestramiento había calado tan profundamente en ella que era una parte bien arraigada de su carácter. Su padre había empezado a enseñarle a lanzar a un oponente mayor que ella por encima del hombro (y a incapacitar a dicho oponente) antes de que comenzara a ir a la guardería.
Le sorprendió no haber atacado a Ash. Era interesante, aquello. ¿Y acaso también importante? No lo sabía.
Miró la mano que le sujetaba el brazo sin moverse ni hablar hasta que él masculló una maldición y la soltó. Después se limitó a cruzar los brazos y esperar.
– Mira, si alguien tiene derecho a estar enfadado, creo que soy yo -dijo él en voz baja para que el ayudante del sheriff, situado a unos metros de allí, no los oyera.
– ¿Ah, sí? -Riley le miraba fijamente, respondiendo a su tácita dureza con las mismas armas-. Alguien me atacó. Me puso una pistola eléctrica en la nuca y me vació una descarga en el cerebro. Y no la descarga normal de una Taser, pensada para incapacitar temporalmente. Era un arma trucada, Ash, un arma probablemente pensada para matar. No me mató, pero me dejó fuera de combate y dañó algo más que mi memoria. Así que perdóname si preferí fingir durante unos días que no había pasado nada, mientras intentaba aclarar en quién demonios podía confiar.
– De momento -le dijo Leah al sheriff-, ninguno de los informes ha mostrado nada raro.
El frunció el ceño.
– ¿Qué? ¿Ni una multa de aparcamiento?
– Yo no he dicho eso. -Le pasó una hoja impresa por encima de la mesa-. Tres de ellos tienen un mal índice de solvencia crediticia.
Jake la miró fijamente.
– ¿Me estás tomando el pelo?
– Obviamente no. -Se apoyó en el brazo de una silla del despacho, sonriendo levemente-. Sólo digo que ninguno de ellos tiene antecedentes penales de ninguna clase. Un par de apariciones en los juzgados por asuntos civiles: divorcios, custodias de niños, una disputa inmobiliaria… Pero nada penal. Hasta donde hemos podido determinar, el grupo de la casa de los Pearson está limpio.
– A no ser que alguien nos haya dado un nombre falso -gruñó él.
– Tenían su documentación -señaló ella.
– ¿Y es muy difícil falsificarla hoy en día? Pero sí se puede comprar una nueva identidad en Internet.
– Su rastro documental parece auténtico.
– Sí, sí. -El sheriff miró, con el ceño fruncido, el informe que ella le había dado-. Seguid indagando.
– ¿Y cuando toquemos fondo?
– Cavad un poco más hondo.
– De acuerdo. -Se levantó, pero se detuvo antes de volverse hacia la puerta para decir-: ¿Sabes?, si no encontramos nada y no quieren hablar con nosotros, no tenemos ningún pretexto legal para interrogarlos por el asesinato. Nada de lo que hemos encontrado hasta ahora los vincula con el lugar de los hechos, y hasta que descubramos quién es la víctima…
– Eso es otra cosa que no entiendo -dijo Jake-. Ya deberíamos tener una identificación. Con el tamaño que tiene este condado, hemos tenido tiempo de hablar con todo el mundo. De llamar a todas las puertas.
– Casi -dijo ella-. Tim cree que nuestros equipos acabarán hoy a última hora. De llamar a todas las puertas de la isla, al menos, y a casi todas las de Castle. En llamar a las de todo el condado se tardará un par de días más.
– Necesitamos más gente -masculló él.
Ella vaciló. Luego dijo:
– Bueno, en general, no.
– No me recuerdes que podría llamar a la Policía del Estado.
– No tengo que recordártelo. -Leah se encogió de hombros-. De todos modos, tendrían que perder tiempo poniéndose al día antes de poder ayudarnos. Me apuesto algo a que es Riley quien va a cambiar las cosas.
– Yo no estoy tan seguro. -Antes de que ella pudiera responder, añadió-: ¿Ash y ella siguen en la sala de reuniones?