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Tecleó la palabra y no se sorprendió al ver que era la correcta.

Había, por lo visto, unas cuantas certezas en su vida a las que aún podía agarrarse.

Lo que no entendía era por qué había decidido proteger su informe con una contraseña. No lo había hecho al comenzar a redactarlo.

«O puede que sí. Puede que de eso tampoco me acuerde.»

Confiaba en que el informe respondiera al menos a un par de interrogantes, pero se descubrió leyendo sólo pormenores que ya recordaba. Su visita al departamento del sheriff, su reunión con Jake, Leah y Ash… Incluso había anotado que era ella quien le había pedido a Ash que participara en la investigación, principalmente porque temía perder más tiempo y necesitaba que alguien de confianza la vigilara.

«Bueno, en eso acerté. Maldita sea.»

Hizo una mueca al llegar al final del brevísimo «informe». Porque acababa muy bruscamente diciendo: «Volví con Ash al lugar de los hechos. Experimenté una variante sumamente extraña de clarividencia que sólo puedo describir como una especie de visión. Ritos de magia negra extremos, posiblemente auténticos pero más macabros y retorcidos que cualquiera que yo conozca. No pude identificar positivamente a ninguno de los participantes, pero el ritual tenía claramente por objeto conseguir poder.

»Pero ¿para qué? No lo sé. Odio admitir que mi mente sigue afectada por el ataque con la pistola eléctrica, pero así debe ser, porque todavía me cuesta pensar con claridad. A veces me resulta imposible. Estoy segura de algo, de alguien, y al momento siguiente me descubro dudando, haciéndome preguntas, angustiándome.

»No lo entiendo. Me está pasando algo, me ha pasado algo, algo más que el ataque con la pistola eléctrica. La única posibilidad que se me ocurre, por increíble que parezca, es…».

– Mierda -masculló.

La anotación se interrumpía, presumiblemente porque la habían interrumpido mientras la escribía. Y por la razón que fuese no había acabado aquella frase, no había llegado a anotar aquella posibilidad de la que hablaba.

Y ahora no recordaba cuál era.

Si es que era algo.

– Dios mío, me estoy volviendo loca. -Levantó las manos y se frotó la cara lentamente. Intentando pensar. Intentando comprender.

– Iba a preguntarte si te encuentras mejor, pero ya veo que no.

Riley bajó las manos y tocó automáticamente el teclado para activar un salvapantallas inofensivo. El gesto pareció tan suave y natural que dudaba que Ash lo hubiera notado.

«¿Ahora dudo de él? ¿Por qué?»

– Buenos días -dijo, vagamente sorprendida por que su voz sonara normal. Hasta un camaleón tenía sus límites, y Riley sospechaba que ella había alcanzado los suyos hacía días. Como mínimo.

– Supongo que no debería sorprenderme que hayas madrugado tanto -dijo Ash al acercarse a la mesa. Se inclinó y la besó ligeramente-. Pero anoche me dio la impresión de que ibas a dormir una semana entera. O tres.

– Yo…, necesitaba descansar un poco.

– Necesitabas descansar mucho. Y todavía lo necesitas. -Frunció el ceño levemente mientras la observaba.

– Sé que estoy horrible -logró decir ella, dándose cuenta de pronto de que ni siquiera se había molestado en pasarse los dedos por el pelo en sus prisas por salir de la habitación.

– Tú nunca estás horrible. Pero pareces preocupada.

– Estoy preocupada. -Respiró hondo-. Ash, he tenido otro episodio de amnesia.

– ¿Qué?

Ella asintió con la cabeza.

– No recuerdo nada después de tener esa visión ayer por la mañana, en el claro. Y eso son más de dieciocho horas.

Ash apartó la silla que había junto a la de ella y se sentó. Seguía con el ceño fruncido.

– Riley…

– Pensaba que quizás hubiera escrito algo en el informe, pero sólo pone lo que ya recuerdo. Que estuvimos hablando con Jake y Leah en la sala de reuniones del departamento del sheriff. Que luego fuimos a la escena del crimen para que yo intentara captar algo. Y que tuve esa extraña visión. Ash, yo no tengo visiones, al menos no como ésa, y no lo entiendo. No entiendo qué me está pasando. Dios mío, ni siquiera sé si llamé a Bishop…

– Riley… -Alargó el brazo y cubrió con la mano una de las manos temblorosas de ella-. ¿De qué estás hablando?

– Estoy intentando decírtelo… -Hizo una pausa bruscamente, fijándose en su expresión, y sintió que una oleada escalofriante se apoderaba de ella-. Ayer -logró decir-. Ayer por la mañana. Te conté lo del ataque del domingo por la noche.

Él asintió con la cabeza.

– Sí, eso me lo contaste.

– ¿Y…, y lo de los episodios de amnesia? ¿Lo del tiempo perdido?

Los dedos de Ash apretaron los suyos.

– Cariño, no me dijiste nada de episodios de amnesia ni de tiempo perdido. Es la primera noticia que tengo.

*****

Era todavía temprano, poco antes de las ocho, y Riley se había acurrucado en una de las cómodas sillas de mimbre de la terraza de su casa, con la esperanza de que el sol radiante de aquel día caluroso disipara el frío que sentía por dentro.

Una ducha caliente no había servido de nada, ni tampoco el magnífico desayuno que le había preparado Ash. Ni siquiera se había fijado en qué estaba comiendo: era sólo combustible capaz de suministrarle la energía que tanto necesitaba.

Y ni siquiera estaba segura de que todavía le funcionara.

Miraba fijamente el océano, dejando vagar de cuando en cuando la mirada para observar distraídamente a los más de doce propietarios de perros que habían sacado a sus mascotas a dar un último paseo antes del «toque de queda canino» que les impedía acceder a la playa durante la mayor parte del día.

Era una mañana de verano, tranquila y agradable, llena de actividades tranquilas y agradables. Actividades normales. Gente normal. Riley dudaba de que alguna de aquellas personas viera desintegrarse el mundo tal y como lo conocía.

– Ten. -Ash se sentó en otra silla, a su lado, y le dio una taza grande de café-. Hasta al sol sigues temblando.

– Gracias. -Riley estuvo unos minutos bebiendo el café a sorbos, consciente de que él la observaba, esperando. Por fin suspiró y se volvió un poco en la silla para mirarle-. Bueno. ¿Por dónde íbamos?

– Nos habíamos quedado en la reunión de ayer por la mañana en el departamento del sheriff. Parece que todo eso lo recuerdas con claridad.

Ella asintió con la cabeza.

– Está bien. Supongo que también recuerdas casi toda la conversación que tuvimos después, sobre por qué me habías pedido que me involucrara oficialmente en la investigación. Fue entonces cuando me contaste por fin lo del ataque del domingo por la noche. Que había afectado un poco a tu memoria y mucho a tus sentidos. Dijiste que querías que alguien en quien confiaras te vigilara por si acaso el ataque te había afectado más de lo que creías.

Riley rebuscó entre los «recuerdos» que tenía y se preguntó de nuevo de qué certezas podía fiarse.

– ¿No te dije que había olvidado la mayor parte de las últimas tres semanas?

Ash frunció el ceño.

– No fue eso lo que dijiste. No recordabas el ataque, ni las horas anteriores. Tampoco recordabas por qué saliste, ni dónde fuiste esa noche. Fue lo que me dijiste. Lo único que me dijiste.

– Ah.

– Riley, ¿me estás diciendo que no recuerdas nada de las últimas semanas?

– Fragmentos dispersos, pero… -Suspiró-. Maldita sea, recuerdo que ya hemos tenido esta conversación antes. No recordaba lo nuestro, pero cuando me tocaste supe que éramos amantes, sentí lo que había entre nosotros, y eso era lo único en este maldito embrollo de lo que estaba segura. Así que no te enfades porque haya fingido, porque en lo que más cuenta no estaba fingiendo. Iba un poco a tientas, eso es cierto. Pero no estaba fingiendo.

– Estuviste muy convincente -dijo él por fin.