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– Sí, los he mirado. No tienes que preocuparte por John Henry Price, Riley.

Ella se apoyó en la encimera, tan aliviada que ni siquiera intentó disimularlo.

– ¿Estás seguro?

– Estoy seguro.

– Bastante terrible es ya que sea un imitador, pero…

– Investiga tu caso, Riley. Infórmame mañana, o antes, si hay algún cambio. Y ten cuidado.

– Lo tendré. -Colgó el teléfono y se quedó un momento apoyada en la encimera. Luego se apartó y fue a coger otra barrita energética antes de salir a la terraza a hablar con Ash, intentando convencerse de que no sentía que se le escapaba la energía como si alguien hubiera tirado del enchufe.

*****

Bishop cerró el móvil y se quedó mirando la carpeta abierta sobre la mesa, delante de él.

– Le has mentido -dijo Tony en tono neutro.

– He omitido parte de la verdad.

– Una mentira por omisión sigue siendo una mentira, jefe.

– Eso -respondió Bishop- depende de si el fin justifica los medios. Y en este caso los justifica.

– ¿Y va a ser un final feliz?

Sin responder directamente, Bishop dijo:

– Riley necesita estar segura de que puede confiar en su salvavidas.

– ¿Y la verdad podría cortar esa cuerda?

– Posiblemente sí, en este caso. No puede fiarse de sus capacidades, de sus intuiciones y sus recuerdos, y la más pequeña duda podría hacer que se apartara de él. Que se aislara aún más. Que corriera aún más peligro.

– No sería precisamente una duda pequeña.

– No. No desde su punto de vista.

– Está un poco traído por los pelos, desde mi punto de vista -reconoció Tony-. Me gustan las coincidencias, pero si algo he aprendido trabajando contigo es que no solemos tener tanta suerte. Un vínculo entre dos cosas, o entre dos personas, aparentemente desconectadas entre sí, suele significar algo malo. Para alguien. Y, ahora mismo, que exista algún vínculo entre John Henry Price y Ash Prescott da un poco de miedo. Como poco.

– Price está muerto -dijo Bishop, y alargó el brazo para cerrar la carpeta que tenía delante.

– Mmmm. En nuestro trabajo, que alguien haya muerto no significa necesariamente que haya desaparecido. O que sea inofensivo, desde luego. A fin de cuentas, alguien tiene que estar matando a esa gente en Charleston.

Bishop se levantó.

– No estamos en Charleston. Estamos en Boston. Y aquí también está muriendo gente.

– Cualquiera diría que hay gato encerrado -comentó Tony.

– Sí. Estaré en la sala de entrevistas. Voy a hablar otra vez con ese supuesto testigo.

– Es una pena que no hayas conseguido leer su mente.

– Eso no va a impedirme intentarlo otra vez.

Tony esperó hasta que llegó a la puerta de la sala de reuniones para decir:

– Jefe…, no te gusta dejarnos colgados, ¿verdad?

– ¿Eso es lo que crees que he hecho con Riley?

– Es lo que crees tú. Lo que sientes que has hecho.

– Tony -contestó Bishop-, a veces trabajar con alguien con una fuerte empatía…

– … es un auténtico fastidio. Sí, lo sé. Pero, en realidad, yo no tengo esa empatía. Una emoción tiene que ser muy fuerte para que yo la capte.

– No estás siendo de mucha ayuda.

Tony sonrió levemente.

– Claro que sí. Mi trabajo consiste en decirte que Riley ya es grande…, por decirlo así. Puede cuidarse sola. Yo estaba allí aquel día en el gimnasio, ¿recuerdas? Se enfrentó contigo y con Miranda. Al mismo tiempo. Y estuvo a punto de ganaros. Yo diría que es bastante dura.

– Físicamente, no hay duda.

– Pero no es una cuestión de dureza física, ¿no? Es una cuestión de conocimiento. Quien la dejó fuera de combate con esa pistola eléctrica sabía que no podía hacerlo de otra manera.

– El que sabe eso es un enemigo peligroso.

– ¿Un enemigo al que es mejor tener cerca?

Bishop no respondió.

– No la has advertido.

– Sí, la he advertido.

– No expresamente.

– Sabe que tiene un enemigo allí. Nada de lo que yo diga puede ponerla más alerta, ni más en guardia, sólo…

– ¿Más paranoica?

– No. Puede hacerle dudar peligrosamente de la única persona que pueda ayudarla a sobrevivir en los próximos días.

– Esperemos que sepa quién es -dijo Tony-. Porque a mí me parece muy sospechoso hasta desde aquí, jefe. Todos me lo parecen. ¿En quién puede confiar en realidad cuando llegue el momento crucial? ¿En un ligue reciente que es pariente del asesino en serie que estuvo a punto de matarla? ¿En un ex compañero del ejército que no ha sido muy sincero con ella? ¿O en un sheriff de pueblo que tiene intereses ocultos? ¿A quién va a confiarle su vida? ¿Cómo va a tomar esa decisión?

– Riley escucha a su instinto.

– ¿Y?

– Y hace caso de lo que lleva diciéndole desde el principio.

*****

Riley se había acabado una barrita energética y estaba comiéndose otra cuando se reunió con Ash en la terraza y volvió a sentarse en su silla caldeada por el sol.

– ¿Qué te ha dicho Bishop? -preguntó él.

Pensando en su conversación, Riley dijo:

– Cree que es improbable, pero posible, que otra persona con poderes esté influyendo sobre mí. Es mucho más probable que se trate del ataque con la pistola eléctrica. Me ha hablado de un caso en el que una descarga eléctrica cambió las facultades de cierta persona. Si es eso lo que me está pasando, es imposible saber qué ha salido dañado o qué ha cambiado en mi cerebro hasta que veamos sus efectos.

Decidió omitir la posibilidad de que la energía negativa generada por ritos de magia negra también pudiera estar afectándola, aunque no sabía muy bien por qué.

«¿De quién dudo? ¿De mí misma? ¿O de Ash?»

– Es un milagro que no te matara -dijo él.

Riley empezó a hacer nudos en el envoltorio vacío de la barrita energética.

– Todavía estoy intentando descubrir cómo pudo alguien sorprenderme y dejarme fuera de combate. Se supone que eso no puede ocurrirle a un ex militar entrenado por el FBI, ¿sabes?

– Puede que no te sorprendieran -dijo Ash lentamente-. Puede que quien fuese…

– ¿Ya estuviera conmigo? Sí, ya se me ha pasado por la cabeza.

– Lo cual explica, supongo, tu reticencia a confiar en los demás.

– ¿No estarías tú reticente?

– No te lo reprocho. Sólo lo constato.

Ella le miró fijamente, vaciló y luego dijo:

– Vale más que lo sepas. Le conté a Gordon lo del ataque del domingo y la amnesia. Al menos, estoy bastante segura de que se lo conté, a no ser que sea otro recuerdo del que no puedo fiarme.

Ash no pareció enfadarse.

– Servisteis juntos en el ejército y os conocéis desde hace años. Es lógico que confiaras en él antes que en nadie más. ¿Sabe lo de tus lagunas?

– No, no he hablado con él desde que empezaron. Al menos…-Frunció el ceño-. No recuerdo haber hablado con él. Como no fuera el martes por la tarde, durante esas horas que se han borrado. Después de comer, fui a dar un paseo por la playa, hasta la casa de los Pearson, y hablé con Steve y Jenny y lo siguiente que recuerdo es ayer por la mañana.

Él también había fruncido el ceño.

– El martes te recogí sobre las seis y media. Tomamos unas copas y cenamos, y luego volvimos aquí. Querías buscar algunas cosas en Internet y yo tenía papeleo del que ocuparme.

– Hum… ¿es lo habitual? ¿Que trabajemos los dos aquí?

– Yo no diría que es lo habitual, pero lo hemos hecho un par de veces. Aquí o en mi casa.

– ¿He estado en tu casa?

Él soltó una risilla.

– Claro que sí, Riley. Pero solemos pasar las noches aquí porque mi piso es más bien pequeño. Estoy buscando uno más grande, por cierto.