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– Probablemente -respondió Riley

– Entonces la verdadera cuestión es quién te odia lo suficiente como para hacer todo esto con el fin de destruirte.

– Sí -dijo Riley-. Esa es la cuestión.

*****

– Yo apostaría -le dijo Jake a Steve- a que las pruebas forenses sitúan al menos a algunos miembros de su grupo en ese claro del bosque. Los análisis preliminares indican la existencia tanto de semen como de secreciones vaginales de distintos sujetos en la tierra. ¿Qué pasa? ¿Es que Satán no les deja llevarse una manta a la fiesta?

– Sheriff -respondió Steve con calma-, fuera lo que fuese lo que hicimos el domingo por la noche, todos estábamos en casa mucho antes de medianoche. Encargamos unas pizzas a eso de las once. Estoy seguro de que el restaurante y el repartidor que trajo seis pizzas grandes podrán corroborarlo.

– ¿Y qué? Wesley Tate murió en algún momento entre las dos y las seis de la madrugada, lo que significa que cualquiera de ustedes, o todos, tuvieron tiempo de sobra para comerse las pizzas y volver al claro.

– Yo no he dicho que estuviéramos en el claro.

– Pronto lo averiguaremos, ¿no cree? Porque la declaración de Riley de que hablaron con Wesley Tate antes de llegar, unida a lo que ustedes mismos han contado a los vecinos del pueblo sobre sus prácticas satánicas, basta para que el juez expida una orden obligándoles a aportar muestras de ADN.

Viendo que Steve le lanzaba una mirada de reproche, Riley dijo:

– Lo siento, Steve, pero ha muerto un hombre. Tenemos que averiguar quién lo mató y por qué. Y vamos a averiguarlo. Si tus compañeros y tú no tenéis nada que ver, éste es el momento de convencernos de ello.

Jenny tomó la palabra en ese momento.

– Sigo creyendo que nuestro abogado debería estar presente.

Riley observó pensativamente a la mujer morena. Era el único miembro del grupo, aparte de Steve, que tenía algo que decir; las otras diez personas (cinco hombres y cinco mujeres) sentadas en el salón de la casa alquilada permanecían en silencio, inexpresivas.

Eran un grupo bastante variado, con edades que iban entre los veinte años y casi la edad de la jubilación, pero por lo demás tenían el aspecto de cualquier otro veraneante de Opal Island, con sus pantalones cortos de colores vivos y sus camisetas finas. Casi todos presentaban, como mínimo, casos leves de quemaduras por el sol.

Riley percibía una tensión de nivel bajo en la habitación, lo cual era perfectamente lógico dadas las circunstancias, pero nada que le hiciera sospechar del grupo en conjunto.

Jenny, en cambio… Lo de Jenny era distinto.

Jenny estaba preocupada.

«…no es que yo quisiera. ¿Cómo iba a querer? Pero…, no lo sabía. Pensé que su mente se había abierto por fin, que… Pensé que había cambiado

Interesante. Y a Riley le desvelaba muchas cosas. Pero antes de que pudiera seguir aquella pista, Jake volvió a insistir, decidido a que contestaran a sus preguntas ahora que tenían un vínculo tangible que los relacionaba con el hombre asesinado.

– La gente que no tiene nada que esconder no necesita un abogado -dijo-. No te ofendas, Ash.

– No me ofendo. -Ash estaba sentado a la gran mesa del comedor, un poco detrás de Riley. Habían girado las sillas para poder mirar al grupo repartido por la habitación, y sólo Riley y él sabían que la mano que posaba con aire tranquilo sobre su hombro no era un gesto casual, ni posesivo, sino un conducto necesario entre los dos.

Y una fuente vital de energía para Riley.

Sentada al otro lado de la mesa, Leah había reparado en ello con una sonrisa. Jake parecía más irritado cada vez que los miraba.

«No oculta muy bien lo que piensa. Está claro que no le gusta que esté con Ash. Pero no sé si es por mí o por Ash…

»¿Por qué estoy pensando en esa mierda?»

– Creo que Jenny tiene razón -dijo Steve, visiblemente inquieto-. ¿Por qué no va a buscar esa orden judicial, sheriff. Nosotros traeremos a nuestro abogado. Y luego ya veremos.

Riley no tenía que leerle el pensamiento para saber que Jake estaba a punto de decir algún despropósito completamente innecesario, así que habló antes de que pudiera hacerlo.

– Steve, te prometí que no os acosaríamos y voy a asegurarme de que así sea. Pero necesitamos saber lo que sabéis. Wesley Tate fue quien os llamó, ¿no es así?

– Sí.

Riley ignoró los gestos ofendidos de Jake, que estaba de pie delante del televisor, en el que debería haber sido el punto focal del grupo, y siguió interrogando tranquilamente a Steve.

– Pero ¿nunca le visteis?

– No.

– Entonces, ¿por qué accedisteis a hablar con él? Debéis de recibir bastantes llamadas de periodistas en busca de noticias, o de otras personas empeñadas en causaros problemas. ¿Por qué era tan distinta la llamada de Tate?

– Ya te lo dije. Conocía a gente.

– ¿A qué gente?

– Maldita sea, Riley, no esperarás que te conteste a eso. Algunas de esas personas no practican abiertamente.

– Vaya, ¿por qué será? -masculló Jake.

Steve contestó al instante:

– Por las sospechas de personas como usted, sheriff. Se supone que en este país hay libertad religiosa, ¿sabe?

Antes de que Jake pudiera enzarzarse en lo que sin duda sería una discusión apasionada, Riley hizo tranquilamente una pregunta que sorprendió a casi todos los ocupantes de la habitación.

– ¿Cuánto tiempo llevabais divorciados, Jenny?

Jenny palideció bajo su bronceado.

– ¿Qué? -dijo.

– Ya me has oído. Wesley Tate era tu ex marido, ¿verdad?

Steve tomó la mano de su compañera.

– No tiene por qué contestar a eso.

– No seas tonto, Steve. -Riley siguió hablando con calma-. Una relación como ésa acabará saliendo a la luz si hacemos averiguaciones, así que ¿para qué intentar esconderla o negarla? Además, estaban divorciados legalmente, ¿no? Así que ella no puede beneficiarse económicamente de su muerte. Y si llevaban divorciados tanto tiempo como creo, las rencillas y los resentimientos que hubiera entre ellos estarán sin duda olvidados hace tiempo. Jenny no tenía motivos para matar a Wesley Tate.

«Al menos eso creo. ¡Concéntrate, maldita sea!»

Steve frunció el ceño, pero no intentó detener a Jenny cuando ella por fin se decidió a hablar.

– Llevábamos más de diez años divorciados -dijo con cierto tono de alivio-. Estuvimos casados menos de cinco. Él no aceptaba mi estilo de vida poco convencional.

Riley rememoró el sueño (o el recuerdo) en el que había visto a aquella mujer desnuda sirviendo como altar en una ceremonia que tenía muy poco de convencional, y pensó que no estaba segura de poder reprochárselo a su marido. Pero se limitó a decir:

– ¿Y desde entonces, mantenías contacto con él?

– No mucho. Él tenía costumbre de llamarme por Navidad, para ver qué tal me iba.

– ¿Los satanistas celebran la Navidad? -preguntó Jake, demasiado intrigado por la cuestión, o demasiado molesto por no llevar ya la voz cantante, como para preocuparse por salirse del tema.

– No como la celebran los cristianos -contestó Steve enérgicamente.

Riley volvió al asunto que les ocupaba.

– Entonces, ¿por qué contactó contigo de repente? -le preguntó a Jenny.

– Dijo que sólo quería ayudar. Había habido un par de incidentes donde vivíamos, cerca de Columbia, como te dijo Steve. Hablaron de ellos en las noticias locales. Wes me dijo que lo había visto. Le preocupaba que las cosas empeoraran, que hubiera un clima general de intolerancia en la zona. Por las supuestas prácticas ocultistas que hubo el año pasado aquí, en el sureste.

Riley asintió con la cabeza.

– Sí, investigamos algunas de ellas. -«Bishop también me lo recordó. Pero era todo falso. O casi todo…»-. Entonces, Tate estaba preocupado por ti. ¿Y?

– Y dijo que conocía un lugar seguro. Nos habló de esta casa, dijo que era un sitio bonito y agradable, con unas vistas estupendas, y que nadie nos molestaría. Dijo que estaba seguro, que tenía la certeza de que había personas afines viviendo en esta zona.