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– ¿Estás segura de eso, nena? Porque, sin ánimo de ofender, el hecho es que te falla la memoria y tus poderes paranormales estaban fuera de servicio, así que…

– Han vuelto a funcionar, gracias a Ash. No al cien por cien todavía, pero casi. -Lanzó a Ash una sonrisa rápida cuando él alargó el brazo y la cogió de la mano.

– ¿Y qué te dicen? -preguntó Gordon.

– Que formo parte de este rompecabezas. Que quizá soy incluso el motivo de que todo esto esté pasando. Que alguien se ha estado metiendo en mi cabeza.

– ¿Y ha usado la energía de la magia negra para hacerlo?

– En parte, al menos. -Riley frunció el ceño-. He intentado pensar en un posible enemigo con ese tipo de conocimientos. Son cosas muy específicas, no es algo que pueda leerse en un libro de texto. Pero durante mis investigaciones sólo me he encontrado con dos personas que practicaran la magia negra, y las dos están muertas.

– En la comida, cuando hablamos, sólo me hablaste de una. Ese asesino en serie al que descubriste la última vez que investigaste supuestas prácticas ocultistas, hace unos meses.

Ella asintió con la cabeza.

– No tenía poderes paranormales, pero había aprendido a canalizar con mucha eficacia la energía oscura. Al menos hasta el punto de poder nublar mis sentidos, a falta de una expresión más adecuada.

– Que es lo que parece que puede hacer este enemigo -comentó Ash.

– Sí, pero aparte de que yo estaba presente cuando le hicieron la autopsia a ese tipo, el efecto que surtía sobre mis sentidos era muy distinto a lo que estoy experimentando ahora.

– Tal vez porque no te atacó primero con una pistola eléctrica -sugirió Gordon.

Aquella posibilidad dio que pensar a Riley.

– Bueno, podría ser. Si se empieza con una alteración artificial de la actividad eléctrica del cerebro, cualquier ataque posterior tendrá un resultado más extremo. Por otra parte…

– ¿Qué? -Ash la miraba intensamente.

– Me pregunto si ése fue el primer ataque. Si quien sea tiene la capacidad de canalizar la energía oscura, tal vez me haya estado afectando desde el principio. Bloqueándome de alguna manera, distrayéndome. Ralentizando mi tiempo de reacción, incluso nublando mi juicio. Quizá por eso tenía la sensación de que pasaba algo raro, a pesar de que no hubiera pruebas concretas de actividades ocultistas, antes de que apareciera el cuerpo de Tate, al menos.

Gordon sacudió la cabeza ligeramente y dijo:

– He visto tus poderes en funcionamiento las veces suficientes como para que me cueste trabajo dudar de ellos, nena, pero esta vez tengo mis dudas. Si tienes un enemigo lo bastante mortífero como para organizar este montaje con el único propósito de traerte aquí y pasar luego varias semanas jugando con tu cabeza y con tu vida, ¿cómo es posible que no sepas quién es?

– Creía saberlo -reconoció Riley-. Sobre todo cuando me enteré de que en Charleston la policía anda detrás de un asesino en serie. Pero no puede ser él, por eso no he mencionado su nombre. Está muerto. Me lo dijo Bishop, y de él puedo fiarme.

– ¿De quién sospechabas? -preguntó Ash.

– Del único otro asesino que me he encontrado que tenía interés en el ocultismo -dijo Riley-. John Henry Price.

Pensó por un instante que era su propia mano la que se había quedado fría de repente, pero luego se dio cuenta de que era la de Ash, y cuando le miró a la cara el frío la caló hasta los huesos.

– Tú le conocías -dijo.

*****

– ¿No ha habido suerte?

Leah levantó la vista de su mesa, sorprendida por que el sheriff hubiera ido a verla, en vez de llamarla a su despacho.

– ¿Con las comprobaciones? No, no hay nada nuevo. Hemos confirmado que Jenny Colé estuvo casada con Wesley Tate y que se divorciaron. Como ella dijo.

– Mierda. -Jake frunció el ceño-. Tiene que haber algo más.

– Lo siento, pero de momento no hay nada. Ningún miembro del grupo estaba en esta zona cuando ocurrieron los incendios, así que no podemos relacionarlos con esos otros delitos. Hasta ahora no hemos sacado nada en claro, lo mismo que pasó con nuestras pesquisas preliminares. Un par de grupos de observación que vigilan las actividades ocultistas tenían a esa gente en sus listas, pero nunca se ha informado de ningún suceso violento, y desde luego no se ha probado que haya habido ninguno.

Todavía con el ceño fruncido, Jake dijo:

– ¿Y las pesquisas sobre Tate? ¿Alguien tenía motivos para matarle?

– De momento no hemos averiguado nada.

– ¿Nada de nada, o nada que pueda considerarse motivo suficiente?

Leah parpadeó:

– Sheriff, hasta donde hemos podido determinar, Wesley Tate era muy respetado y querido en los círculos empresariales de Charleston. No salía mucho, no había ninguna mujer especial en su vida, y las mujeres con las que había salido en el último año, más o menos, eran solteras y, que sepamos, no tenían novios celosos, ni pasados ni presentes. Ese tipo le caía bien a todo el mundo. Todas las personas con las que hemos hablado parecían sinceramente sorprendidas de que haya sido asesinado, sobre todo, de esa manera.

– ¿No tenía ningún interés en el ocultismo, a pesar del estilo de vida de su ex mujer?

– Era baptista. Diácono de su parroquia. Y asistía a misa todos los domingos.

– ¿Incluso mientras estuvo casado?

– Sí. Según sus amigos y su familia, cuando alguien le preguntaba se limitaba a decir que su mujer no era religiosa. No parecía importarle mucho, que ellos lo supieran.

– ¿Y su testamento?

– Deja cosas a amigos y familiares, pero casi todo es para obras benéficas.

– Será una broma.

– No. La media docena de organizaciones benéficas a las que solía hacer donaciones cuando estaba vivo van a repartirse casi todo su patrimonio. Y, antes de que preguntes, a su mujer no se la menciona en el testamento. En absoluto. Así que parece que Jenny Colé se equivocaba al pensar que seguía esperando una reconciliación.

– Entonces, ¿por qué los invitó a venir aquí? Y, pensándolo bien, ¿por qué aquí? Tate no vivía en Castle, ni en Opal Island. Y no hay ni una sola agencia inmobiliaria que le tenga en sus archivos como inquilino anterior, ¿no?

– No.

– Entonces, ¿por qué aquí? ¿Por qué invitarlos a un lugar en el que nunca había estado?

– Puede que viniera alguna otra vez, con más gente -comentó Leah-. Pero nunca antes había alquilado una casa a su nombre, eso es todo.

– O puede que decidiera su futuro clavando un alfiler en el mapa, como tú -refunfuñó Jake.

Leah se aclaró la garganta.

– Tú no tenías que oír eso.

– Yo lo oigo todo. ¿Qué hay del registro de llamadas de Tate?

– Respalda lo que nos dijo Steve Blanton. Tate llamó a la casa donde vivía el grupo, a las afueras de Columbia.

– ¿Llamó a alguien de aquí, de Castle? ¿O de la isla?

– No, que nosotros sepamos.

Jake soltó una maldición, y no precisamente en voz baja.

– Lo siento, sheriff, pero esto no tiene ni pies ni cabeza. Y perdón por el juego de palabras.

Él se volvió sin decir palabra y regresó a su despacho.

– Muchísimas gracias, ayudante Wells, muy buen trabajo -masculló Leah, no precisamente en voz baja-. Estoy seguro de que no ha sido divertido hablar con toda esa gente, pero, oye, así es la vida.

– ¡Te he oído!

Ella hizo una mueca y se apresuró a coger el teléfono, volviendo los ojos al cielo cuando otro ayudante que había en la oficina le sonrió.