Leah se encogió de hombros sin dejar de sonreír.
– Tenías a casi todos los jugadores listos. Gordon estaba aquí. Ash estaba aquí. Persuadiste a Tate de que invitara a su ex mujer y a su grupo de amigos. Yo era la siguiente. Para traerme, tenías que preocupar a Gordon. Y eso hiciste, dejando todas esas pequeñas señales de actividad ocultista. No sé, puede que no te limitaras a dejar todas esas señales. Puede que plantaras la semilla de la preocupación en Gordon, o puede que la fortalecieras. Para que contactara conmigo.
Riley dio medio paso a un lado, volviéndose un poco para mirar de frente a la otra mujer.
No levantó la pistola de Jake.
– Y yo vine. Todo salió según tus planes. ¿O el plan era de él? ¿Te controla tu padre incluso desde la tumba, Leah?
Aquello sorprendió a Leah. Se puso rígida y su tensión se hizo visible al tiempo que su sonrisa se desvanecía.
Riley asintió con la cabeza.
– En realidad, no le gustaban las mujeres, pero había intentado ser lo que consideraba normal. No hay registro de su matrimonio, ni supimos nunca de ninguna novia, así que supongo que tu madre fue un ligue de una noche. ¿Qué era, Leah? ¿Una puta a la que pagó para ver si se la ponía dura?
La cabeza de Leah se movió ligeramente, en un gesto extraño y retorcido y de pronto todas las velas del círculo brillaron con más fuerza.
La luz permitió que Riley viera lo que temía ver: en el centro del círculo, tendida inerte sobre la piedra plana del altar, estaba Jenny.
Aún no había muerto: la larga hoja curva del cuchillo que empuñaba Leah no estaba manchada de sangre. Pero saltaba a la vista que la mujer morena estaba inconsciente.
Riley seguía intentando ocultar esa parte de su mente y sus sentidos que buscaban ansiosamente una conexión, de modo que hizo que su voz sonara un poco lenta e insegura.
– Supongo que la energía más oscura procede del sacrificio de una sacerdotisa, ¿no es eso? Y esta noche necesitas la energía más oscura. Luna llena, una sacerdotisa satánica… ¿Qué más, Leah? ¿Tiene Jenny sangre tuya en el estómago, como Tate?
– Así que también has descubierto eso.
– ¿Que la sangre era tuya? Tenía que serlo. Quien planeó ese sacrificio había guardado y almacenado la sangre. Y no podías permitirte que apareciera otro cuerpo antes de que tu plan estuviera en marcha. Así que tenía que ser tu sangre.
– La sangre de mi padre.
Riley no se dejó distraer.
– Apuesto a que eras una adolescente cuando te encontró. O cuando tú le encontraste a él. El mal atrae al mal, imagino. Lo sabemos, de hecho. En cualquier caso, él ya tenía su aprendiz. Su princesa sangrienta. Y eras buena, eso lo reconozco. Mientras estuve persiguiéndole, tú me perseguías a mí, ¿no es cierto? Yo estaba concentrada en él, tan obsesionada que no me di cuenta de que estabas allí. Vigilándome. Informándole.
– Te habría vencido -dijo Leah de repente, y su voz sonó distinta, más baja y gutural-. Ése era el plan. Simular que le habías dado. Caer al río. Para que pudiéramos dejar de huir. Para establecernos en alguna parte.
– ¿Qué salió mal?
– Fue una tontería, una cosa absurda. El chaleco antibalas que llevaba le salvó de tus disparos. Pero pesaba mucho. La corriente era más fuerte de lo que creíamos. Y él estaba agotado por la persecución. Se ahogó.
– Qué lástima -dijo Riley sin remordimientos-. Confiaba en que hubiera sufrido.
La cabeza de Leah volvió a moverse en aquel gesto rígido y torcido, y las velas volvieron a brillar como si un surtidor de gas alimentara sus llamas. El claro estaba casi tan iluminado como de día, y a su alrededor el bosque era oscuro y lúgubre.
Riley miró de reojo para asegurarse de que Jake se estaba quieto. Y así era. Seguramente por la impresión, pensó. Un fuerte impacto emocional. O quizá por pura perplejidad.
– Imagino que te lo has pasado en grande jugando con mi cabeza, ¿no? -dijo.
– No sabes cuánto -respondió Leah-. Al principio fuiste un reto. Sólo podía encubrir mi mente si no afectaba mucho a la tuya. Por eso recurrí a la pistola eléctrica.
– Sí, bastó con eso, más toda la energía oscura que estabas canalizando, especialmente la del sacrificio. Y apuesto a que disfrutaste matando a Wesley Tate. De tal palo tal astilla, ¿no?
– Soy la hija de mi padre.
Riley pensó que nunca había oído nada más escalofriante que aquella afirmación cargada de orgullo. Respiró hondo y luchó por que su voz sonara firme y pausada.
– Así que todo era una revancha. Te tomaste tu tiempo, tendiste la trampa como querías. Utilizaste a los satanistas como atrezo para mantenernos distraídos mientras celebrabas sola todos los ritos de magia negra. Usabas fuego. Sangre. Muerte. Lo que fuera con tal de conseguir el poder que querías, que necesitabas. Para destruirme. No sólo para matarme. Para destruirme.
– Tú me arrebataste a mi padre. Tienes que pagar por ello -dijo Leah juiciosamente.
– Tu padre era un sádico, un saco de maldad -replicó Riley en el mismo tono-. El mundo necesitaba librarse de él. La parte del mundo que está cuerda, al menos.
Leah volvió a ponerse rígida, pero se rió, y su risa sonó como el entrechocar de palillos.
– Parece que no lo entiendes, pequeña. Ya te he vencido. Te he robado tiempo. He destrozado tus recuerdos. He conseguido que ni siquiera recuerdes cómo te enamoraste. ¿No te parece triste?
– Ése es el error que has cometido. El error que va a costarte caro, Leah. Porque entiendo la necesidad de venganza. Tiene perfecto sentido para mí. Incluso la necesidad de vengar a un saco de maldad como Price. Eso lo entiendo. Pero el recuerdo de encontrar a mi alma gemela… Eso quiero recuperarlo. Y tú vas a devolvérmelo.
Esta vez, la risa de Leah sonó un poco (sólo un poco) insegura.
– Lo que no entiendes es que has perdido. Tu mente está tan débil que ni siquiera puede resistirse a mí, y mucho menos recuperar lo que le he robado.
– Tienes razón. No tengo fuerzas para derrotarte. Sola no. Pero eso es lo que tú no entiendes, Leah. No estoy sola. -Riley echó un brazo hacia atrás y sintió que los dedos de Ash se cerraban alrededor de los suyos.
El tiempo pareció congelarse un instante cuando Leah se dio cuenta, cuando comprendió por fin. Levantó el cuchillo y se lanzó hacia el cuerpo tendido de Jenny.
Necesitaba el sacrificio. El poder.
Riley disparó una vez. Una bala impactó en la mano de Leah y el cuchillo cayó de sus dedos repentinamente inútiles.
– No -dijo con voz ronca-. No permitiré…
Riley nunca había intentado hacer algo parecido a aquello, ni siquiera remotamente, pero de alguna forma sabía exactamente qué debía hacer. Cuando Leah concentró su furia, todas sus emociones, y gritó, mandando a Riley una lanza de energía, visible y aserrada, desde el círculo, la lanza no llegó a su objetivo como un arma, sino como una herramienta.
Fue casi como si el ataque con la pistola eléctrica hubiera sido el principio de todo, sólo que esta vez Riley no estaba atrapada, no estaba inmovilizada, y distaba mucho de estar indefensa. Esta vez, no descargó su fuerza en la tierra, sino que canalizó la energía pura que Leah le había lanzado, cogió de ella lo que necesitaba y lanzó luego lo que quedaba de vuelta a su origen.
Pero cuando la energía volvió a Leah estaba incandescente y quemaba, y su segundo grito desgarró la noche al romperse el círculo. Hubo un estallido de luz casi cegador, el grito cesó como cortado por un cuchillo, y luego todo acabó.
Las velas se habían apagado. La sal se dispersó al viento. Y la límpida luz de la luna brilló sobre las dos mujeres situadas cerca del altar, una de las cuales empezaba a removerse mientras la otra permanecía acurrucada en el suelo.