– ¿Estás bien?
Le dieron ganas de maldecirle por romper el hilo de su memoria, pero se limitó a decir con calma:
– Estoy bien. -Mierda: había desaparecido, aquella escena congelada en su cabeza como si hubiera pulsado el botón de pausa de un DVD. Y su recuerdo se difuminaba segundo a segundo.
– Por un momento me ha parecido que estabas como ida. -Parecía preocupada.
Leah, que estaba un poco detrás de él, levantó los ojos al cielo.
– Estoy bien -repitió Riley. Fijó la mirada en el sitial de piedra. El asiento tenía aproximadamente el tamaño y la altura de un altar, pensó mientras lo observaba. El respaldo era un rasgo infrecuente en un altar, a no ser que tuviera alguna utilidad.
Dio otro paso hacia las piedras, cerrando su mente a los pies descalzos y ensangrentados que colgaban sobre ellas.
No era geóloga, pero reconocía el granito a simple vista. De lo que no estaba segura, lo que le costaba distinguir, era si las salpicaduras de sangre de las piedras formaban distintos patrones, especialmente en la superficie relativamente plana de la roca más alta y vertical. ¿Era una simple matanza, o había un mensaje escondido?
– ¿Tendré acceso a las fotografías? -le preguntó al sheriff.
– Por supuesto. ¿Ves algo?
– Es difícil decirlo con tanta sangre. Quizá convendría utilizar fotografías digitales y un programa especial de reconocimiento de patrones.
– Eso no lo tenemos -dijo él, un tanto indeciso.
Riley le miró.
– En ese caso, tengo un amigo en Quantico que puede echarles un vistazo discretamente y en poco tiempo. Mandarle por correo electrónico las imágenes relevantes no es problema.
Jake frunció el ceño, pero dijo:
– Me parece bien.
Ella asintió con la cabeza y mantuvo la vista fija en las piedras durante un minuto o dos más. Se dijo que era un poco como esos cuadros en tres dimensiones: si los miras el tiempo suficiente, ves (o crees ver) algo escondido entre la maraña.
La pregunta era ¿qué estaba mirando, en realidad?
Dio la espalda a las piedras, todavía reacia a concentrarse en el cuerpo, y se alejó cerca de un metro. Había una leve línea blanca en el suelo. La siguió, trazando lentamente un círculo alrededor de las piedras hasta volver al punto de partida.
Un círculo completo, al menos antes de que la policía pisoteara la zona.
Se arrodilló y al acercar dos dedos a la línea blanca unos granitos muy finos se le pegaron a la piel.
– Vamos a hacerlo analizar -le dijo Jake. -Ella le miró y a continuación se llevó un dedo a la lengua. -Por Dios, Riley…
– Sal -dijo ella con calma-. Sal común, de mesa. O posiblemente sal marina. Se supone que es más pura.
– Sabías lo que era -dijo Leah.
– Lo sospechaba. -Riley se levantó-. A veces se usa en rituales ocultistas. Para consagrar la zona interior del círculo. -Una zona que abarcaba las piedras, el cuerpo colgado y el fuego.
Jake seguía con el ceño fruncido.
– ¿Consagrarla? ¿Hacerla sagrada, quieres decir? Porque esto no tiene nada de sagrado.
– Eso depende del punto de vista, en realidad. -Sin darle tiempo para responder, Riley añadió-: El círculo de sal también se usa como protección.
– ¿Contra qué? -preguntó él.
– Contra una amenaza o un posible peligro. Y antes de que preguntes qué clase de amenaza, la respuesta es que no lo sé. De momento. -Sonrió ligeramente-. Todo esto es preliminar, tienes que entenderlo. Ideas de partida, corazonadas, intuiciones.
– Entonces no lo conoces desde dentro, ¿no?
Riley sintió que todo dentro de ella se helaba y paralizaba, pero se aferró a su tenue sonrisa y esperó.
– Quiero decir que, si lo tuyo es lo paranormal, sabrás más que nosotros de estas cosas.
Ella no dejó que se le notara el alivio, y reconoció para sí misma que era extraordinariamente cansado mantener la guardia e intentar comportarse con normalidad mientras hurgaba constantemente en busca de recuerdos, certezas y respuestas.
Para acabar casi siempre con las manos vacías.
Sin abandonar su frialdad profesional, en apariencia al menos, dijo:
– Lo paranormal, tal y como lo define la UCE, no tiene absolutamente nada que ver con ritos o prácticas ocultistas o satánicas. Eso es completamente distinto: no se basa en la ciencia sino en la creencia, en la fe. Igual que cualquier religión.
– ¿Que cualquier religión?
– Para la mayoría de quienes lo practican, eso es lo que es. Si quieres entender el ocultismo, ésa es la primera regla: es un sistema de creencias, y no intrínsecamente malvado. La segunda regla es que no se trata de un único sistema de creencias: dentro del ocultismo hay tantas sectas como en la mayoría de las religiones. Sólo el satanismo tiene al menos una docena de iglesias distintas, que yo conozca.
– ¿Iglesias? Riley…
Ella atajó su indignación para añadir con firmeza:
– Puede que quienes profesan el ocultismo no sean creyentes convencionales y que sus ritos y sus costumbres sean blasfemos desde el punto de vista de las grandes religiones, pero eso no significa que sus creencias sean menos válidas desde su propia perspectiva. Y lo creas o no, Satán raramente interviene, ni siquiera en el satanismo. Ni se hacen sacrificios de ninguna clase, excepto simbólicos. La mayoría de los grupos ocultistas se limitan a honrar y adorar, a falta de otro término, a la naturaleza. La tierra, los elementos. No hay nada paranormal en eso.
«Habitualmente, al menos.»
– ¿Y la UCE?
– La UCE se creó en torno a personas con capacidades humanas auténticas, capacidades que, aunque raras y fuera de la norma, pueden definirse científicamente. Aunque sólo como posibilidades.
Jake se encogió de hombros desdeñando aquel matiz y se limitó a decir:
– Bueno, llámalo como quieras, está claro que sabes más que nosotros de esta mierda. Entonces, ¿crees que esto es una religión para alguien? -Movió la mano señalando la carnicería que tenía detrás-. ¿Esto?
– Creo que es demasiado pronto para hacer conjeturas.
Jake señaló de nuevo el cuerpo colgado.
– Eso no es una conjetura, es una víctima de asesinato. Y si le mataron en una especie de ritual, necesito saberlo, Riley.
Todavía reticente, ella fijó al fin su atención en la víctima.
No era la primera vez que veía un cadáver. En la paz y en la guerra. Los había visto en libros de texto, en escenas de crímenes reales y en el laboratorio de antropología forense. Había visto cuerpos tan deshechos que ya apenas parecían humanos, destruidos por explosiones o desmembrados por una mano dudosamente humana. Y los había visto sobre la mesa del forense, abiertos en canal, con los órganos brillando a la luz fuerte y desabrida de los focos.
Nunca se había acostumbrado a ello.
Así pues, para estudiar aquel cuerpo colgado, tuvo que hacer mayor acopio aún de concentración y energía. Y sin embargo, al mismo tiempo, cuando empezó a examinarlo, se descubrió acercándose, describiendo un círculo, llena de recelo. Fijándose en todos los detalles.
Estaba desnudo y cubierto de sangre casi por completo. Tenía numerosos cortes poco profundos en el torso, por delante y por detrás, todos los cuales habían sangrado indudablemente durante algún tiempo antes de que se practicara lo que le pareció el corte final y la causa definitiva de la muerte.
La decapitación.
En voz alta, lentamente, dijo:
– No soy forense, pero creo que los cortes del cuerpo se hicieron primero. Que fue torturado, quizá durante horas. Y que le cortaron la cabeza mientras estaba aquí colgado.
– ¿Por qué estás tan segura de eso? -preguntó Jake.
– Por la cantidad de sangre que hay en las piedras, justo debajo. Seguramente procede en su mayor parte de los cortes, y hay mucha. El chorro que hay delante del cuerpo, en las piedras y en el suelo, parece de origen arterial. Todavía le latía el corazón cuando le seccionaron la garganta. Creo que había alguien detrás de él, seguramente subido sobre la piedra más alta, y que le agarró del pelo. Luego…