Выбрать главу

– Con el mismo origen, sin embargo. Al menos eso pensamos.

Los árboles genealógicos de Rod y Rock eran altos. Altos y orgullosos. Pero, ¿qué árboles eran? ¿Sauce americano, sauce europeo, caoba, fresno? Y eran árboles enfermos, plagados, con ramas artríticas, deformadas… Los Peel habían sido beneficiarios cuando, en un solo día de 1661, Carlos II creó trece títulos de barón en las plantaciones de la isla de Barbados. La familia de Rock, los Robville, curiosamente (enigmáticamente, desde el punto de vista de Rodney) no llegaban tan atrás. Pero los Peel y los Robville habían florecido en una época en que todo inglés adulto con dinero poseía una porción de eso: una porción de esclavitud. El lugar donde vivía el papá de Rock había tenido grandes ganancias con los barcos en Liverpool, circa 1750. Ninguno de los dos hombres podía admitir que conocían estos antecedentes. Los protegía una inhibición de toda la vida: en su infancia era algo terrible que estaba escondido debajo de la cama. Sin embargo Rock era un hombre de negocios. Y nunca esperó que los negocios fueran agradables. Dijo:

– Supongo que no importa mucho. Pero en el contingente inglés la esclavitud fue abolida mucho antes.

– Bueno, sí -reflexionó Rodney-, supongo que no hay nada menos elegante que ser esclavo. Pero no hay que olvidar lo que fueron originalmente.

– Elegantes en África.

– En cierto modo. Sabrás que África estuvo muy adelantada por un tiempo. Mira el arte africano. Exquisito. Antiguo, pero inmediato. Inmediato. Allá tenían grandes civilizaciones cuando en Inglaterra eran todos marineros. Hace mucho, mucho tiempo.

– ¿Qué estuviste leyendo? ¿El Amsterdam News?

– No, Ebony. ¡Pero es cierto! Nosotros somos almaceneros comparados con ellos. Escoria, Rock. De todos modos sospecho que esta muchacha vino directamente de África. Posiblemente del Sudán. Parece que Timbuctú era una ciudad increíble. Llena de príncipes y poetas y asombrosas huríes. Jezabel era…

– ¿Dijiste asombrosas hurras? ¿Cómo era? Bien, no importa. ¿Qué acento tiene ella? Tu chica.

– No sé.

– ¿Cómo se llama?

– No sé.

Rock hizo una pausa y luego dijo:

– Por favor cuéntame cómo es la relación. ¿Cómo se conocieron? ¿O eso tampoco lo sabes?

– En un bar. Pero no fue así.

Se conocieron en un bar pero no fue así.

Fue asá.

Rodney acababa de pedir un Bullshot. Era una mezcla de vodka y consomé, y por lo tanto una bebida de porquería, pero Rodney, con los ojos desorbitados detrás de los anteojos negros, necesitaba mucho un Bullshot. Lo que realmente quería era un Bullshot. Llevaba un traje de hilo arrugado y una corbata polvorienta. Había pasado la mañana en una casa antigua, sepulcral en la calle Sesenta y Cinco del Este, haciendo lo que podía con el labio superior muy largo y las cejas ridículamente próximas entre sí de una tal señora Sheehan… la esposa de un rey de los programas radiales hablados.

– Salsa Worcestershire -pidió-, y el jugo de por lo menos un limón.

– ¿Sabes una cosa? Me pasaría el día escuchando tu voz.

No era la primera vez que Rodney oía este cumplido. Atrapado en una resaca de cocaína engañosamente liviana, respondió:

– Qué dulce.

– No, en serio.

– Qué amable.

Esta camarera en algún momento debe de haber querido ser actriz. Es posible que haya sentido la atracción del escenario. Pero hace mucho tiempo. Y de todos modos Rodney miraba algo más allá de ella. Evitaba mirarla…

Sí. La mujer estaba sentada en un banco alto frente a la barra… Se balanceaba sobre sus caderas, para acá y para allá, cada vez que cruzaba o descruzaba las piernas. Rodney la observaba atentamente. Ella bebía té con leche en un vaso con portavaso de metal, absorta en un partido de fútbol que pasaban por televisión, y charlando en tono entusiasta con alguien que estaba medio oculto del otro lado del mostrador. Sin duda era una persona de color, o eso le pareció a Rodney, un color norteamericano. Como si existiera una gama negro-marrón-norteamericano; luego beige-blanco-rosado… Al fondo de esa sala había otra sala, donde se debatía acaloradamente en una especie de competencia intelectual. Se leía poesía. Monólogos. Definiciones.

Rodney miraba a la mujer con la sensación de reconocerla, aunque sabía que era una desconocida. Pensaba que la había visto antes, en el barrio. Pero que nunca la había visto bien. Porque era la mujer que pasa por la calle y nunca vemos bien, que siempre nos elude, se vuelve de espaldas o toma otra dirección, o se mantiene perfectamente oculta detrás de un buzón o el tronco de un árbol, o desaparece para siempre detrás del vidrio de una cabina telefónica o en la sombra negra de un camión. Sobre estas mujeres se han escrito poemas llenos de indignación… sobre estas desaparecidas. Hasta el dulce Bloom se encrespaba con ellas. A los hombres les preocupan, porque por una vez ellos piden poco: ningún contacto, sólo mirar libremente una forma que se mueve. Y ésta era la actitud inicial de Rodney. No quería una conquista amorosa. Sólo quería pintarla.

– Sírvase, señor.

– Ah, gracias, gracias.

– ¡Esa voz!

Allí mismo, en el bar, parecía estar siempre oculta, eclipsada. En especial una señora rosada, una rubia germánica de mediana edad con un promontorio de pecas y lunares en el escote descubierto (cómo luchaba Rodney. Todos los días, con esas imperfecciones de sus modelos), la tapaba, la escondía y luego la revelaba. De pronto la visión de Rodney se aclaró, y absorbió el generoso poder de sus muslos, luego la cara, la mirada, la sonrisa indefinida. Lo que ella le transmitía era Talento. No sólo el talento de ella, el talento de Rodney también.

– ¡Camarera! ¡Camarera! Ah, gracias. ¿Sería usted tan amable de prestarme su lapicera? Un minuto nada más.

– ¡Cómo no!

– Muchísimas gracias.

Sabía lo que debía hacer. Por indicación de su agente, Rodney se había mandado imprimir tarjetas que decían: sir Rodney Peel (Baronet): Retratista. Las tarjetas tenía una solapa que daba el ejemplo de su arte: como dos mellizas no idénticas, la esposa y la hija de un magnate de las alarmas contra robo reposaban en sillones franceses. Rodney comenzó a escribir. Todavía no se había reconciliado con ese “Baronet” entre paréntesis. Al principio había pedido una forma más disimulada, una abreviatura convencional (Bt). Pero terminó por someterse a los argumentos de su agente: Rock dijo que los clientes norteamericanos podían interpretar “Bt” como “Bought”.

Con todos los adornos y vueltas de su vergonzosa caligrafía Rodney explicaba que él era un pintor inglés que había venido a Norteamérica; y que era muy poco frecuente, aun en esta ciudad, con toda su fama, encontrar un rostro tan “pintable” como el de ella. Dijo que por supuesto la remuneraría por su amabilidad, y que pagaba bien. Luego llenó una segunda tarjeta y casi una tercera con una increíble seguidilla de disculpas y explicaciones, de microscópicas timideces, y agregó una cuarta tarjeta para la respuesta de ella.

– Camarera… ¡Camarera! -La voz de Rodney tenía que luchar con el ruido de la máquina espresso y el robusto aplauso que llegaba desde los fondos del local y con todos los ruidos producidos por la multitud humana que lo rodeaba como en el patio de una escuela. Pero la voz de Rodney era más grande que él, entrenada como estaba para hacerse oír hasta el otro extremo de las grandes habitaciones.

– Ah, camarera…

La camarera permaneció a su lado mientras él le explicaba lo que quería. Daba la impresión de que estaba preparada para escuchar a Rodney todo el día si era necesario, pero que eso le costaba un gran esfuerzo. Se le endureció la cara, y se dio un puñetazo en la cadera mientras sus hombros se encogían o se estremecían. Pero Rodney se limitó a alinear las tarjetas y agregó con tono satisfecho: