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– … dando forma a toda la composición. Pude admirar el relieve, las molduras, los adornos. Las gárgolas, la catedral en conjunto.

Por un momento pareció que Pharsin iba a hacer una pregunta sobre esta catedraclass="underline" qué aspecto tenía o dónde estaba. De manera que con un brusco movimiento de la cabeza Rodney prosiguió:

– ¿Y de dónde sacaste esos personajes? Es increíble. Por ejemplo Cissy. ¿Cómo la soñaste?

– ¿Te gusta Cissy?

– ¿Cissy? ¡Ah, Cissy! Cissy… Cuando terminé sentí que nunca había conocido a alguien tan íntimamente como a ella. -Mientras hablaba comenzó a volver las páginas con afecto. -Sus pensamientos. Sus dudas. Sus miedos. Yo conozco a Cissy. Como se conoce a una hermana. O a una amante.

Rodney alzó la mirada. El rostro de Pharsin estaba inundado de lágrimas. Envalentonado, Rodney se inclinó sobre el texto y volvió unas páginas.

– Esa parte… esa parte… cuando ella, Cissy…

– ¿Cuando llega a los Estados Unidos?

– Sí, cuando llega a Norteamérica.

– ¿La parte de Inmigraciones?

– Sí, esa escena… es increíble. ¡Pero tan verdadera! Y después de eso… estoy tratando de encontrar… la parte en que…

– ¿Cuando conoce al tipo?

– Sí. El tipo: otro personaje. Y esa gran escena en que… Aquí está. No. Cuando ellos…

– ¿En el tribunal de impuestos?

– Sí, sí, esa escena. Increíble.

– ¿El juez?

– Por favor -dijo Rodney-, no hablemos del juez.

Y así, durante cuarenta y cinco minutos, siempre con un compás de retraso, se las arregló para cantar una canción que no conocía. Una tarea despreciable, por supuesto; y era extrañamente vergonzoso, ver pasar la cara de Pharsin por toda la gama del entusiasmo y el deleite (como ante el tablero de ajedrez, Rodney se sentía empequeñecido por una forma de vida superior). Era un trabajo despreciable, pero era fácil. Se preguntó por qué no lo había hecho meses antes. Entonces Pharsin dijo:

– Suficiente. Olvídate de las risas, de los personajes, de las imágenes. ¿Cuál es el mensaje de El sonido de las palabras, el sonido de las palabras, Rodney?

– ¿De El sonido de las palabras, el sonido de las palabras?

– Sí, ¿cuál es el mensaje?

– ¿El mensaje? Es una historia de amor. Es un libro sobre el amor en el mundo moderno. Cómo amar se vuelve difícil.

– Pero, ¿el mensaje?

Pasaron diez segundos. Y Rodney pensó ¡mierda!, y dijo:

– Es un libro sobre la raza. Sobre la agonía del macho afroamericano. Sobre la necesidad, la compulsión de expresar esa agonía.

Pharsin extendió lentamente una mano hacia él. Una vez más se le llenaron los ojos de lágrimas.

– Gracias, Rod.

– Fue un placer, Pharsin. Pero, ¿realmente es esta hora? ¿No deberías…?

Hasta ese momento Pharsin parecía insensible a lo que lo rodeaba. Pero ahora se levantó bruscamente y se puso a moverse por la habitación con manifiesta curiosidad, con un brazo doblado, el otro torcido, dándose golpecitos en el mentón con el índice, deteniéndose a mirar una miniatura aquí, una cosita allá. Rodney no pensaba en su otra huésped (quien, según creía, seguía atrincherada detrás de la cama). Pensaba en el retrato allá, en el caballete, prueba del crimen. Rodney volvió a tragar el vómito que le había subido a la garganta cuando Pharsin se acercó al caballete y se detuvo.

La forma negra sobre el papel blanco. La belleza y la fuerza de las nalgas y las caderas. El rostro dormido, medio ladeado. Rodney, por puro hábito, había suavizado y curado las manchas. Una buena idea, tal vez, pensó.

– ¿Una persona real posó para esto? -Pharsin se volvió, un artista que enfrentaba a otro artista, y agregó: -¿O la copiaste de un libro?

– ¿De un libro?

– Sí, o de una revista…

– Sí, sí, de una revista.

– ¿Sabes a quién me recuerda este tipo de…? A Cassie. Mi Cassie. -Pharsin se sonreía como si le hicieran cosquillas mientras observaba el parecido unos segundos. Después lo descartó.

– Hace unos diez años. Y nunca tuvo un culo así. Bueno, Rod, quiero que sepas lo que ha significado esta hora para mí. Allá afuera había un hombre gritando en la oscuridad. Tú, amigo mío, respondiste a ese grito. Me diste lo que necesitaba: un oído atento. Mandé esa novela a todas las editoriales y a todos los agentes de la ciudad. Como respuesta sólo recibí unas hojas impresas… ¿Sabes qué pienso? Que no la leyeron. Que ni siquiera la leyeron, Rod.

– Eso es terrible Pharsin, terrible. Ah, a propósito. Una vez me dijiste que tu esposa era una artista. ¿Qué hace?

Por un segundo sus ojos se encontraron. Fue horrible. En el rostro de Pharsin se leía ese espantoso “¡Eureka!” sin edad, de todos los idiotas, los lelos, los cretinos. Dijo:

– ¿Leíste mi libro y me estás preguntando qué hace Cassie?

Pero Rodney reaccionó rápidamente:

– Yo sé lo que hace Cissy. En el libro. Justamente me preguntaba hasta dónde te ajustaste a la realidad. Yo sé lo que hace Cissie. -La voz de Pharsin tomó a Rodney por las solapas. Dijo:

– ¿Qué?

Y Rodney respondió:

– Pantomima.

Una vez que Pharsin estuvo encerrado y bajando en el ascensor, cargando su manuscrito como un chico de los mandados, Rodney siguió con la cabeza gacha, avergonzado de su propio alivio. Incluso la convicción fortalecedora de que él, Rodney, carecía de talento, le brindaba alivio. Tardó unos segundos más en alzar la cabeza, hasta enfrentar la música del lenguaje humano.

– Bueno, lo hiciste, carajo -dijo ella.

Y éclass="underline"

– Dios mío. ¿Estaba mal lo que dije?

– Una pequeña pesadilla, en realidad. Ella no podía irse, te das cuenta, porque Pharsin estaba en la puerta. Entonces me dio las riendas a mí. -Rodney conocía bien la experiencia de que lo denunciaran desde la mañana hasta la noche, pero no estaba acostumbrado a acentos como el de ella. -Qué final terrible. Nuestra primera noche juntos, pura conversación y nada de sexo. Y qué conversación. Ella estaba lívida.

– ¿Por qué? Ojalá se fuera esa gente.

Tragos al aire libre en el Rockefeller Plaza: Amber Dreams bajo un frío cielo azul. En la plaza había personas vestidas como maniquíes y posando como estatuas. Inmóviles, con sus sonrisas pintadas.

– Por Dios, no preguntes -dijo Rodney… porque ella tenía mil cosas de qué quejarse-. Ella sabía que alguien o algo lo estaba volviendo loco. No sabía que era yo. Él nunca había sido violento antes. Fui yo. Yo le dejé marcas.

– Bueno, no es para tanto. Es parte de la cultura de ellos.

Rodney tosió y dijo:

– Ah, sí. Y ella dijo: “Ahora va a escribir otra”. -Hacía dos años que trabajaba de noche. Como camarera. Para mantenerlo. Y se daba cuenta de que yo no la había leído. Por mi voz.

Rock lo miraba, frunciendo el entrecejo, mientras Rodney la imitaba a ella imitándolo a él. Sonaba algo así como: “Bueno, no eran más que imágenes brillantes”. Y Rodney dijo:

– Ella creyó que yo me estaba riendo de él. Porque él era nigro, ¿entiendes?

– Sí, bueno, aquí son bastante sensibles con el tema. ¿Te parece que su novela puede haber sido… buena?

– Nadie lo sabrá jamás. Lo que yo sé es que ella no tendrá que mantenerlo si se pone a escribir otra novela.

– ¿Por qué no?

– Porque me robó mi dinero.

– Ay, qué imbécil. ¿Cuántas veces te lo dije? Por Dios, qué idiota.

– Ya sé, ya sé. Camarera… Por favor, dos Amber Dreams. No. Cuatro Amber Dreams.

– ¿Así que lo tenías por ahí?

– En medio de la noche, yo… Espera. Cuando la vi en el bar por primera vez le ofrecí quinientos dólares. No, como pago para servir de modelo. Me pareció que le debía eso. Lo saqué para dárselo. Pensé que dormía.