De manera que a la mañana siguiente bajó las escaleras con actitud desafiante y echó un vistazo al correo esparcido en el estante mientras caminaba hacia la puerta. Reconoció el sobre como un amante a su amada. Se inclinó mucho para abrirlo.
Por favor disculpe esta respuesta con tanto retraso. Sepa usted disculparme. Paso de inmediato a un juicio sobre su obra. No quiero aburrirlo con todos mis problemas personales y profesionales.
¿Aburrirme?, pensó Alistair, llevándose una mano al corazón.
Creo que puedo afirmar que sus guiones son especialmente promisorios. No, en realidad la promesa ya se ha cumplido. Tienen sentimiento y brillo.
Por ahora me contentaré con aceptar Ofensiva desde Quasar 13 (déjeme pensar un poco más en Francotirador). Tengo un par de pequeñas enmiendas que sugerirle. ¿Por qué no me llama para arreglar un encuentro?
Gracias por sus generosos comentarios sobre mi propia obra. Cada vez estoy más convencido de que este tipo de intercambio, este candor, esta reciprocidad, es lo que me mantiene en movimiento. Sus palabras sirvieron para ayudarme a conservar mis defensas después del maligno y cobarde ataque de Matthew Sura del que todavía no me he repuesto. Un cordial saludo.
– Iría bien como lírico -dijo Jim.
– ¿Por qué no como balada? -propuso Jeff.
A Jack lo convencían de cualquier cosa.
– Las baladas son bárbaras -opinó.
Al segundo día Luke creyó estar ganando la batalla del soneto. La clave estaba en la actitud taciturna de Joe: tranquila pero nada lenta.
– Admitamos que los sonetos son básicamente hieráticos. Pertenecen a una época. Responden a una conciencia rígida. Hoy hablamos más bien de una conciencia que busca la forma.
– Es más -prosiguió Jack-, la lírica siempre ha sido la vía natural para la libre expresión de los sentimientos.
– Sí -dijo Jeff-. Con el soneto uno se queda pegado al esquema tesis-antítesis-síntesis.
– Pero, ¿qué estamos haciendo aquí? -dijo Joan-. ¿Reflejando el mundo o iluminándolo?
Le tocaba hablar a Joe:
– Por favor, ¿nos estamos olvidando de que “La encina” era un soneto, antes de las reescrituras? ¿Estábamos borrachos cuando dijimos, el verano pasado, que nos íbamos a lanzar al soneto?
Hay que aclarar que la respuesta de Joe a esta última pregunta fue “sí”; pero Luke echó una mirada cautelosa a su alrededor. La comida china que habían hecho pedir a la secretaria estaba en la mesita baja; tenía el aspecto de los experimentos de un niño con pintura y plastilina. Eran las cuatro y Luke quería terminar pronto. Para ir a nadar y a tomar sol. Para estar convenientemente flaco y bronceado en su cita con la joven actriz Henna Mickiewicz. Fingió un bostezo.
– Luke está demorado -dijo-. Mañana hablaremos un poco más, pero por mi parte vuelvo a elegir el soneto.
– Perdón -dijo Alistair-, soy yo otra vez. Perdón.
– Ah, sí… -respondió una voz de mujer-, hace un minuto estaba aquí… ¡Ah, sí, sí!, ahí está. Un segundo.
Alistair apartó el teléfono de la oreja y lo miró. Se puso a escuchar otra vez. El teléfono parecía haber entrado en un paroxismo de ruidos y chillidos como la radio de un taxista. Luego se le pasó el ataque, o hubo una pausa, y una voz dijo con tono contenido pero orgulloso:
– Soy Hugh Sixsmith.
A Alistair le llevó un poco de tiempo explicar quién era él. Sixsmith parecía un poco sorprendido pero sobre todo intrigado al oír a Alistair. Arreglaron una cita con bastante facilidad (después del trabajo, el lunes siguiente), antes de que Alistair lograra decir:
– Otra cosa, señor Sixsmith. Me da un poco de vergüenza, pero anoche me alteré un poco por no tener respuesta suya durante tanto tiempo y le mandé una carta completamente loca que… -Hizo una pausa. -Bien, usted ya sabe cómo son estas cosas. Uno pone todo en estos guiones, y pasa el tiempo y…
– Querido muchacho, no diga ni una palabra más. Borraré esa carta de mi memoria. La arrojaré al canasto. Después de leer un par de renglones apartaré la mirada -dijo Sixsmith, y se puso a toser otra vez.
Hazel no fue a Londres ese fin de semana. Ni Alistair fue a Leeds. Pasó el tiempo pensando en ese lugar en Earls Court Square donde los guionistas leían fragmentos de sus guiones y bebían un vino español picante, bajo la mirada de las muchachas desgreñadas, con gruesos abrigos y sin maquillaje que parpadeaban constantemente, o nunca.
Luke dejó su Chevrolet Celebrity en el quinto piso del estacionamiento del estudio y bajó en el ascensor con dos ejecutivos menores que hablaban de los últimos récords batidos por “He aquí al que desdeña la pasada noche”. Se puso los anteojos oscuros al cruzar el otro estacionamiento, el de los ejecutivos de primera. Cada sitio tenía el nombre del ocupante. Joe se sintió aliviado al ver allí el nombre de Joe, oscurecido en parte por su Range Rover. Por supuesto que los poetas rara vez tenían un auto tan pretencioso. Y a veces ningún auto. Se alegró de que Henna Mickiewicz no pareciera darse cuenta.
La oficina de Joe: Jim, Jack, Joan, pero no estaba Jeff. Había dos tipos nuevos. Se los presentaron a Luke. Ron dijo hablar en nombre de Don cuando se declaró gran admirador del material. Inclinado sobre la cafetera junto con Joe, Luke preguntó por Jeff, y Joe dijo:
– Jeff no está en el poema.
Luke se limitó a asentir con un gesto.
Se acomodaron en los sillones bajos.
Luke dijo:
– ¿Cómo anda “De un galés a los turistas”?
– Bien, pero no brillante -respondió Don.
Ron dijo:
– No va a andar como “El hueco en el cerco de ligustro”.
– ¿Cómo anduvo “El hueco”?
Y hablaron de cómo había andado “El hueco”.
Finalmente Joe dijo:
– Bien. Lo hacemos soneto. Ahora bien. Don tiene un problema con la primera estrofa del octeto, Ron tiene un problema con la segunda estrofa, Jack y Jim tienen un problema con la primera estrofa del sexteto, y creo que todos tenemos problema con el dístico final.
Alistair se presentó en las oficinas de LM con una puntualidad de reloj. Hacía horas que estaba por esa zona, y se había gastado como quince libras en tes y cafés. No era posible quedarse mucho tiempo en ninguno de los bares donde se demoraba (y donde además sospechaba que lo reconocerían por haberlo visto en anteriores esperas antes de entrar en LM, cosa que no lo favorecía) sosteniendo con ambas manos la taza espumosa, y mirando entrar la luz por las ventanas de las oficinas.
Cuando el Big Ben dio las dos, subió las escaleras. Inspiró tan profundamente que casi se cayó de espaldas, y luego llamó a la puerta. Un ordenanza entrado en años lo condujo por un corredor angosto con muchas pilas de papeles viejos por donde se movían, con dificultad, siete personas. Primero Alistair los tomó por otros tantos guionistas y se colocó detrás de la puerta, al final de la cola. Pero no parecían guionistas. Nadie habló mucho durante las cuatro horas que siguieron, y las identidades de los que esperaban humildemente a Sixsmith sólo se revelaron en forma parcial y fragmentaria. Su abogado y el psiquiatra de su segunda esposa se retiraron después de no más de una hora y media. Otros, como el hombre de Impositivas y el agente de libertad condicional, esperaron lo mismo que Alistair. Pero a las siete menos cuarto estaba solo.
Se acercó a la increíble parva de libros y papeles en el escritorio de Sixsmith. A toda prisa comenzó a buscar entre las cartas aún cerradas. Se le ocurría que podía encontrar su propia carta sin abrir e interceptarla. Pero todos los sobres, y había muchos, eran marrones, con ventana y certificados. Al darse vuelta para retirarse vio un gran sobre muy abultado dirigido a él con la letra trémula de Sixsmith. No había razón para no tomarlo. Al salir Alistair vio que el viejo ordenanza estaba acurrucado dentro de una bolsa de dormir bajo una mesa en la habitación contigua.