Pop pasó por la sala del oficial médico y echó una mirada de costado al viejo depósito quirúrgico. También había un minigimnasio, donde dos enfermeros estaban entalcándose las manos para usar uno de los aparatos. Ellos también se interrumpieron y lo miraron. Pop Jones percibía el zumbido del aislamiento en sus oídos. Sí, pensó, una situación temible. Más que temible. Todo el orden moral. Pero alguien tiene que… El paciente que había ido a ver era un chico de once años llamado Timmy. Timmy sufría de varios problemas de aprendizaje (siempre se lastimaba por sus caídas o por golpes contra las paredes), y Pop Jones sentía cierta ternura por él. Muchos de los chicos de Shepherds Lodge estaban algo pervertidos, si no abiertamente corrompidos. La verdad era que en noches cálidas el lugar daba la sensación de un burdel antiguo, con los chicos en pijama sentados a caballo en el alféizar de las ventanas, peinándose, leyendo revistas encargadas por correo; alguien rasgueaba una guitarra… Timmy no era así. Encerrado en su propia mente, poseía una inviolabilidad que todos habían respetado. Hasta ahora. Pop y Timmy eran castos… ¡eran inocentes! Ese era su vínculo. Seamos claros: no es sólo la juventud lo que atrae al pedófilo. El pedófilo, por alguna razón, desea el conocimiento carnal de los ignorantes de la carne; un encuentro especialísimo, que involucra una pérdida de significado. En lo que concierne al niño, por supuesto, ese significado perdido no sigue perdido, sino que se queda para siempre. En cierto nivel Pop Jones percibía la naturaleza de esta disparidad, esta prioridad, que lo mantenía en una rectitud a medias. Apenas un pequeño contacto, de vez en cuando. Su uso de los agujeros por donde se podía espiar en los baños estaba ahora estrictamente racionado. El número de veces por mes que revolvía en los canastos de ropa sucia podían contarse con los dedos de una mano.
– ¿Cómo te sientes hoy, muchacho?
– Auto -respondió Timmy.
Timmy estaba solo en la sala de seis camas. Había un televisor en un soporte alto en la pared de enfrente: mostraba el planeta Marte, que ahora llenaba la mitad de la pantalla, e iba acercándose.
– Timmy, trata de recordar. ¿Quién te lo hizo?
– Casa -respondió Timmy.
El chico no estaba en la enfermería por una de sus lastimaduras diarias, tales como una quemadura o una torcedura de tobillo. Estaba allí porque lo habían violado tres días antes. El señor Caroline lo había encontrado en el galpón de las herramientas del jardín, tirado entre dos tarimas, sollozando. Y desde entonces Timmy había caído en el mutismo semiautista de sus dos primeros años en Shepherds Lodge: el estado del que Pop Jones y otros creían haberlo sacado. La flor se había abierto parcialmente, y ahora se había cerrado otra vez.
– Timmy, trata de recordar.
– Suelo -dijo Timmy.
La violación (la violación no institucionalizada) era cada vez más rara en Shepherds Lodge: la violación no existía si se consideraba todo lo que el personal respetaba y honraba. El sexo intergeneracional, en esa masa gótica en la ladera verde de la frontera galesa, era naturalmente ubicua, pero tenían un sistema de creencias que la explicaba. El precepto inicial era que a los chicos les gustaba.
– ¿Quién te lo hizo, Timmy? -insistió Pop, porque Timmy era perfectamente capaz de identificar y de alguna manera nombrar a cada uno de los miembros del personal. Al director, señor Davidge, lo llamaba “Day”. Al señor Caroline, “Ro”. A Pop Jones, “Jo”. ¿Quién lo había hecho? Todos, incluido Pop, se inclinaban hacia una sospecha inmanejable: lo había hecho Davidge. No había duda. La última vez que había sucedido algo así (en realidad un caso un mucho menos grave, un “manoseo inapropiado” a un chico temporariamente enviado desde Birmingham), Davidge había insistido en la investigación con el rigor de un corso. Pero la investigación del ataque a Timmy se postergaba extrañamente: habían pasado tres días sin hacer siquiera una prueba de dilatación anal. Davidge se encogía de hombros y respondía con evasivas, de manera que el tema se iba diluyendo, pensaba Pop. En esto el portero estaba solo. Y sentía que su fuerza moral estaba al borde del colapso. Los únicos murmullos de apoyo le llegaban de un chico de once años llamado Ryan, que estaba confundido e indignado y que era actualmente el preferido de Davidge (y por lo tanto el blanco de todas las miradas en el Pabellón B).
– ¿Fue… “Day”? -preguntó Pop, inclinándose sobre el chico.
– Perro -dijo Timmy.
Los dos enfermeros, esos dos sádicos con remeras sin mangas, roncaban rítmicamente.
– Perdón. Perdón, señor Fitzmaurice, por favor. Debe apagar el televisor. Hoy los chicos tienen prohibido mirar el noticiario. Orden oficial. Del Jefe de Departamento.
Los dos enfermeros se miraron con una sonrisa procaz y no respondieron.
– Hay que desconectar el televisor.
Fitzmaurice se sentó en su banco y gritó:
– Si hago eso se cae todo el sistema. Todos los televisores de este edificio de mierda.
Pop Jones, como portero, debía aceptar la lógica de esa respuesta.
– Entonces habrá que retirar al chico -dijo-. La trasmisión puede ser muy inapropiada para los niños. Puede haber malas palabras.
Con un guiño divertido Fitzmaurice dijo:
– ¿Malas palabras?
– Al menos pueden anular el sonido. Nadie sabe lo que sucederá allá arriba.
Fitzmaurice se encogió de hombros.
– Auto -dijo Jimmy.
Pop miró el televisor. Ahora Marte ocupaba toda la pantalla.
Ese día muchas preguntas tendrían respuesta. Entre las más urgentes (en la opinión de muchos) estaba: ¿Por qué ahora? ¿Qué era el “viaje por cable”? ¿Cómo se explicaba el “timing” del contacto del portero de Marte?
Parecía significativo, o perverso, por dos razones. Ya en 2047, después de muchas investigaciones y vuelos espaciales de prueba, la nasa había completado la primera misión tripulada al Planeta Rojo. Los cosmonautas terráqueos pasaron tres meses en el Planeta Rojo y volvieron con casi media tonelada de muestras. Se realizó un análisis preliminar de este material y se completó e hizo público en el otoño del 2048, que no dejó lugar a dudas. Era cierto: la capa de permafrost probaba que el agua alguna vez había fluido en la superficie de Marte, y en estupendas cantidades, como lo probaban las huellas de inundación en los desfiladeros y valles. Pero por otro lado la misión Sojourner 3 no encontró nada que desdijera el veredicto de esterilidad eterna. De manera que quedaba la pregunta: ¿por qué no se había hecho contacto entonces? En el ínterin habían entrado en órbita 1.500 nuevos satélites de telecomunicaciones; como lo señaló el portero de Marte en una de sus primeras comunicaciones; la Tierra estaba cercada de basura cósmica. Hubo que hacer estallar quinientas unidades en el cielo para abrir camino al Sojourner 4.
La segunda coincidencia tuvo que ver con ALH84001. ALH84001 fue la primera piedra grande, de color verdoso, encontrada en la Antártida en 1984, analizada en 1986, y discutida durante más de medio siglo. Pero su historia era más grande, más extraña, y sobre todo más larga. Alrededor de 4.500 millones de años antes ALH84001 era un residente subterráneo anónimo del Marte primordial; 4.485 millones de años más tarde algo de gran tamaño chocó con Marte sin hundirse a mucha profundidad y ALH840001 fue parte del material que saltó; durante los 14.987.000 años siguientes siguió una órbita solar antes de caer en un aterrizaje forzoso. 13.000 años más tarde, un cazador de meteoritos llamado Roberto Star chocó con ella y comenzó la controversia. ¿ALH84001 llevaba huellas de vida microscópica? La respuesta llegó, finalmente, en abril de 2049… dos meses antes que el portero de Marte hiciera su entrada. Y la respuesta fue NO. Los componentes orgánicos de ALH84001 (magnetita, gregita y pirrotita) resultaron ser meros hidrocarburos armáticos policíclicos, es decir no biológicos. Aparentemente Marte no podía sostener la vida de la mitad de un gusano cien veces más delgado que un pelo humano. Así de muerto parecía estar Marte.