“La gerontología de ustedes”, observó, “está en la infancia. Trabajando juntos podemos duplicar la esperanza de vida en el curso de una década”. Nadie podía hacerlo hablar sobre temas cosmológicos ni sobre la historia de Marte. Decía que de esas cosas “no se podía hablar por teléfono”, y, además, no quería “desmerecer el viaje”. “Pero puedo decir lo siguiente:
Las teorías del Big Bang y del Steady State son erróneas. O, para decirlo de otra manera, son correctas pero incompletas. Me da dolor verlos caer nuevamente en la aparente paradoja de que el Universo es más joven que algunas de las estrellas que contiene. Ésa es la Clave Uno.”
Iain Henryson, profesor lucasiano en la Universidad de Cambridge, describió la matemática que acompañaba este memo como “inefable. En todo sentido”. El portero de Marte era a menudo petulante, insensible, humorístico y agrio, y con frecuencia profano. Pero la Tierra confiaba en su inteligencia, creyendo, como había creído siempre, en la indivisibilidad última de lo inteligente y de lo bueno.
De cualquier manera era un momento de esperanza para el planeta azul. La revolución de conciencia durante las primeras décadas del siglo, una segunda Ilustración que estaba relacionada con la autopercepción como especie, por fin ganaba terreno político. Ninguno de los desastres bioesféricos había seguido adelante ni había sucedido. La humanidad todavía hacía agua, pero todos los niveles habían dejado de subir y algunos habían comenzado a descender. Y por primera vez en la historia registrada de la Tierra no se libraban guerras en su superficie.
Por lo tanto Pop Jones se acomodó en su sillón con el mejor estado de ánimo. Si las cosas se ponían difíciles iría a ver a Davidge para que hiciera trasladar a Timmy a medio tiempo, es decir durante el intervalo exigido por el portero de Marte.
Llevamos trajes tramados y calentados con filamentos, con carga de aire autónoma, pero según los instrumentos del Coronel Hicks el aire es respirable y la temperatura está ascendiendo. Estuvo cerca de 0 grados centígrados pero ahora evidentemente sólo se puede decir que está fresco. Y húmedo. Estoy quitándome el casco… Sí. Parece que está todo bien. La gravedad está a un gramo. No tengo sensación de liviandad ni de vacío. Por lo que parece estamos en un área de recepción, pero nuestras luces no funcionan y hasta hace un minuto teníamos muy escasa iluminación. Oigo…
Lo que se oía era el chillido de remaches y goznes torturados y de pronto apareció en lo alto de la pared un rayo de luz oblongo, que se ensanchó por un momento cuando pasó una sombra frente a él. Luego se cerró la puerta y se restableció la oscuridad. Pop Jones hizo un gesto afirmativo, como aceptando algo. Ya fuese el portero de Marte un auténtico marciano o no (después de tantas especulaciones: no un engaño, ¿pero tal vez un cebo?), Pop pensaba que era un auténtico portero. Ahora, apagar nuevamente la luz, pensó Pop, y la calefacción. Escuchó atentamente, esperando oír el tintineo de los baldes, el ruido de las grandes llaves en las cerraduras húmedas. Pero sólo oyó ruido de pasos. Luego se encendieron todas las luces de una manera brutalmente repentina, que hería los ojos.
– Bienvenidos, DNA. De manera que ésta es la doble hélice en la turbina de la izquierda. DNA, les presento mis saludos.
Al enfocar se veía al portero de Marte sentado ante una mesa en una tarima: un inconfundible robot con mameluco azul marino, camisa y corbata. Su rostro era un pico de metal bruñido dramáticamente desprovisto de otros rasgos, las manos como garras, intrincadas, nerviosas. El acento no era extraño: norteamericano de educación mediana. Hablaba como un entrenador deportivo… un entrenador deportivo que les hablaba a otros entrenadores de menor categoría. Pero no tenía boca por donde hacer salir las palabras, el sonido era zumbante, metálico: un chirrido interior. El portero de Marte arrojó una carpeta vacía sobre la mesa y dijo:
– Señoras y señores, pido disculpas por el estado de estos modestos muebles. Este recinto lo construí yo hace casi exactamente un siglo, el 29 de agosto de 1949: el día en que se hizo evidente que en la Tierra había dos combatientes con armas nucleares. Siempre pensé en reciclarlo. Pero, carajo, nunca… Seres humanos, por favor no pongan esa cara. Miss Mundo, no arrugue la nariz. Y perdonen, en general que no se cumplan sus expectativas de grandeza. Existe una censura cósmica. Pero el universo es profunda y esencialmente profano. Creo que se admirarán de algunas de las cosas que voy a decirles. Sin embargo, otras serán las emociones predominantes. Emociones como miedo y desprecio. O, digamos mejor, terror y asco. Bien, primero… el pasado.
En ese momento ya se habían ubicado dos cámaras orientadas en direcciones opuestas en la base del podio. Se veía al portero de Marte, y además se veía al público (la gente estaba sentada en sillas de lata en un salón ceniciento, con revestimiento de madera, cortinas grisáceas en las falsas ventanas, las banderas norteamericana y soviética). Sentados en primera fila estaban Incarnacion Buttruguena-Hume y su esposo, Pickering. Incarnacion levantó tímidamente la mano.
– Sí, Incarnacion.
Ella se ruborizó, esbozó una sonrisa y dijo:
– ¿Puedo hacer una pregunta preliminar, señor?
El portero de Marte hizo un mínimo gesto de asentimiento.
– Señor, hace sólo dos años hubo seres humanos en el umbral de este planeta. ¿Por qué…?
– ¿Por qué no me di a conocer entonces? Hay una buena razón: el cerco de alambre. Tengan paciencia, por favor. Todo se aclarará. Volviendo al programa: el pasado… Para recapitular: la Tierra y Marte son satélites del enano amarillo de segunda generación, rico en metales, de la secuencia principal en el disco medio de la Vía Láctea. Nuestros planetas se formaron hace unos cuatro mil millones y medio de años. Nosotros, más pequeños y más expuestos, nos enfriamos más rápido. Con lo que podría decirse que empezamos antes.
Con algo que sonó como una risita divertida o tal vez burlona, el portero de Marte se recostó en el respaldo de su asiento y juntó sus delgadas garras.
– Bien. Los dos teníamos la misma química prebiótica y fuimos polinizados por el mismo cometa de período largo: el Cometa Alfa, así lo llamamos, que visita el sistema solar cada 113 millones de años. Una vez establecida la vida en la Tierra, ustedes pasaron por el proceso que con mucha indulgencia llaman “evolución”. Mientras que nosotros nos pusimos en actividad mucho antes. En apenas 300 millones de años. Mientras ustedes no eran más que una fea enfermedad. Un asqueroso germen maloliente en la costa. Y les aseguro que nuestra experiencia era más típicamente planetaria: la complejidad autoorganizada, con un impulso teleológico sin remordimientos. La civilización marciana floreció, con algunos altibajos, durante tres mil millones de años, y llegó a su… ¿digamos a su apoteosis?, a su clímax hace 500 millones de años, cuando, según decían, los dinosaurios regían en la Tierra. Cuarenta y tres millones de años más tarde se extinguió la vida en Marte, y yo, ya emplazado, fui activado.
Miss Mundo dijo:
– Señor, ¿podría decirnos qué aspecto tenía la gente de Marte?
Aunque la pregunta era clara, el portero de Marte se estremeció por un segundo.
– No éramos distintos de como son ustedes ahora, al principio. Un poco más altos y flacos, y con más pelo. No excretábamos. No dormíamos. Y por supuesto vivíamos mucho más que ustedes… incluso al comienzo. Esto explica muchas cosas. Es que el DNA sólo sirve de algo a partir de los veinte años, y a partir de los cuarenta el cerebro de ustedes comienza a pudrirse. La esperanza de vida promedio en Marte era por lo menos de dos siglos, aun antes de que comenzaran a prolongarla. Y por supuesto practicamos una bioingeniería agresiva desde una etapa muy temprana. Por ejemplo, pronto desarrollamos una tecnología neurológica de circuito integrado. Lo que ustedes llaman telepatía. La estoy usando ahora, aunque he agregado una voz para los teleespectadores. ¿Perciben una leve resonancia metálica dentro de la cabeza? Tal vez les interese enterarse de que los pensamientos tienden al infinito y que viajan a la velocidad de la luz.