En la calle abrió el envoltorio que dejó escapar una pelusa grisácea. Contenía dos de sus guiones, El valle de los tirabombas y, para su confusión, El francotirador. Y también una nota:
Tuve que irme. Un problema personal. Lo llamo esta semana y… ¿almorzamos?
En el sobre estaba también la amarga carta de Alistair… sin abrir. El tránsito, humano y mecánico, pasaba a las sacudidas ante su rostro tenso. Estaba abriendo los ojos a una verdad obvia, que solucionaba el enigma: Hugh Sixsmith era un guionista. Ahora comprendía.
Después de un día interminable discutiendo la cesura del verso inicial de “Soneto”, Luke y sus colegas fueron a tomar cócteles a Strabismus. Les dieron la gran mesa redonda junto al piano.
Jane dijo:
– TCT está haciendo una secuela de “He aquí”.
– En realidad es una precuela -dijo Joan.
– ¿Título? -preguntó Joe.
– Todavía no saben. En TCT lo llaman “Aquí estaba”.
– Mi hijo -dijo Joe con tono pensativo-, me llamó boludo esta mañana. Por primera vez.
– Qué increíble -replicó Bo-. Mi hijo también me llamó boludo esta mañana por primera vez.
– ¿Y? -dijo Mo.
– Por Dios, tiene seis años -respondió Joe.
– Mi hijo me llamó boludo a los cinco años -dijo Phil.
– Mi hijo nunca me ha llamado boludo hasta ahora -intervino Jim-. Y tiene nueve.
Luke bebía el Bloody Mary. Su color y su textura le hacían pensar si podría sonarse la nariz sin ir al baño. Hacía tres días que no llamaba a Suki. Las cosas se le iban de las manos con Henna Mickiewicz. En realidad no le había prometido un papel en el poema, no había firmado un contrato. Henna era un encanto, pero no se podía dejar de pensar que de repente podía hacerle juicio a uno.
Mo estaba diciendo que cada niño evoluciona según su propio ritmo, y que el que ahora parecía muy precoz podía tener después un período de estancamiento.
Jim dijo:
– Sin embargo, es como para preocuparse.
– Mi hijo tiene tres años. Y me llama boludo todo el tiempo -replicó Mo.
Todos parecieron impresionarse como correspondía.
Los árboles estaban verdes, y los autobuses de turismo dominaban la calle, y todos los granjeros querían fertilizantes y no invernaderos con aislamiento cuando por fin lo llamó Sixsmith. En el ínterin Alistair se había convencido de lo siguiente: antes de devolver la carta agresiva, Sixsmith la había abierto con vapor y la había vuelto a cerrar. Además, durante este período y mal que le pesara, Alistair se había comprometido con Hazel. Pero la llamada se produjo.
Estaba bastante seguro de que éste era el restaurante propuesto por Sixsmith. Sólo que no era exactamente un restaurante. Allí no se hacían reservas, no conocían al señor Sixsmith, y estaban sirviendo desayunos de media mañana a unos tipos mal hablados que se inclinaban sobre sus tazas de té color carne de vaca. Además servían bebidas alcohólicas. Entre los que las pedían había toda clase de gente. Muy bien, pensó Alistair, muy bien. Qué mejor lugar, al fin y al cabo, para que dos guionistas…
– ¿Alistair?
Sixsmith se asomó con soltura al compartimiento. Luego se acomodó en un asiento con agilidad. Contempló a Alistair con expresión neutra. Pero miró al camarero con actitud familiar, conscientemente infantil. Pidió un gin tonic y dedicó bastante tiempo a hablar de su debilidad por el cóctel de camarones. Alistair se sintió irónicamente muy atraído por este hombre, un guionista desprolijo de mirada soñadora, con curiosas negligencias en la pronunciación y el rostro flaco, y la frente llena de pliegues del que se dedica a pensar. Sabía cómo era Sixsmith. Pero tal vez el tiempo se movía extrañamente para los que escribían guiones con tanto ardor…
– Y mi colega artesano en el oficio de escribir, ¿qué va a tomar?
De inmediato Sixsmith se reveló como una persona con cierto candor. O tal vez vio en el guionista más joven a alguien con quien de nada valían las falsas reticencias. Su segunda ex esposa, dijo Sixsmith, de padre y madre alcohólicos, era alcohólica. Y el actual amante de ella (¡ay, cómo iban y venían estos amantes!) era alcohólico. Y lo peor, explicó Sixsmith mientras hacía tintinear su vaso para que lo oyera el camarero, su hija, que era hija de su primera esposa, era alcohólica. ¿Cómo hacía Sixsmith para sobrevivir? A pesar de sus años, gracias a Dios había encontrado el amor en los brazos de una mujer lo suficientemente joven (y, por lo que parecía, lo suficientemente alcohólica) como para ser su hija. Llegaron los cócteles de camarones, junto con una jarra de vino tinto. Sixsmith encendió un cigarrillo y mantuvo la mano como diciendo “Espere un momento” a Alistair durante el acceso de tos que hizo girar todas las cabezas a su alrededor. Luego, por un instante, comprensiblemente desorientado, miró a Alistair como si no supiera qué quería, ni quién era. Pero pronto se restableció el vínculo. Se pusieron a hablar como viejos amigos, de Trumbo, de Chayevsky, de Towne, de Eszterhas.
Alrededor de las dos y media, cuando, después de varios intentos, el camarero consiguió retirar el cóctel de camarones que Sixsmith no había tocado, y se preparaba para servir una carne a la parrilla con una tercera jarra de vino, los dos hombres hablaban animadamente del Puzo de la primera época.
Joe bostezó y se encogió de hombros y dijo lánguidamente:
– ¿Saben una cosa? A mí nunca me volvió loco el modelo de rima de Petrarca.
– “Escrito en el castillo de…” rima ABBA ABBA -dijo Jan.
– “He aquí” también. Hasta la última revisión -dijo Jen.
– A mí me dijeron que “Escrito en el castillo de…” es ABBA BAAB.
– Estás bromeando -replicó Bo-. Sale este mes. Supe que los comentarios previos son buenísimos.
Joe no parecía convencido.
– “He aquí” ha creado una cierta fobia a los sonetos. Supongo que piensan que segundas partes nunca fueron buenas.
– ABBA ABBA -dijo Bo con desprecio.
– O bien… -intervino Joe-, o bien le quitamos la rima.
– ¿Sin rima? -dijo Phil.
– Verso libre -asintió Joe.
– Hubo un silencio. Bill miró a Gil, y Gil miró a Will.
– ¿Qué te parece, Luke? -preguntó Jim-. El poeta eres tú.
Luke nunca había defendido mucho a “Soneto”. Aun en su versión original lo consideraba poco más que un instrumento para negociar. Ahora reescribía “Soneto” todas las noches en el Pinnacle Trumont antes de que llegara Henna y empezaran a torturar al servicio de habitación.
– Verso libre -dijo Luke-. Verso libre. No sé, Joe. Podría hacerlo ABAB ABAB o incluso ABAB CDCD. Por favor, hasta podría hacerlo AABB si no fuera que trabaría el dístico final. Pero sin rima… Nunca se me ocurrió que pudiera ir sin rima.
– Bien, hay que hacerle algo -dijo Joe.
– Tal vez sea el pentámetro -dijo Luke-. O el yámbico. ¡Otra idea! ¿Si cambiamos la métrica?
A las seis menos cuarto Hugh Sixsmith pidió un gin tonic y dijo:
– Hemos hablado. Hemos despedazado el pan, el vino, la verdad, la escritura de los guiones. Quiero hablar de su trabajo, Alistair. Sí, sí. Quiero hablar de Ofensiva desde Quasar 13.
Alistair se ruborizó.
– No sucede a menudo que… Pero uno se da cuenta. Esa sensación de inmovilidad cargada de cosas. De la vida que se siente hasta el tuétano… Gracias, Alistair. Gracias. Debo decirle que me recuerda un poco mis primeros trabajos.
Alistair asintió.
Después de hablar un rato de su propia maduración como guionista Sixsmith dijo:
– Por favor, cuando se canse dígame que me calle. De todas maneras lo voy a imprimir. Pero quiero hacer una minúscula sugerencia sobre Ofensiva desde Quasar 13.
Alistair llamó al camarero con un gesto.
– Ahora -prosiguió Sixsmith. Se interrumpió y pidió un cóctel de camarones. El camarero lo miró con aire de derrotado. -Ahora bien -dijo Sixsmith-, cuando Brad escapa del laboratorio experimental de Nebulan y se dispone, junto con Cord y Tara, a inmovilizar el cuchillo con energía dirigida en la nave de guerra de Xerxian… ¿dónde está Chelsi?