Zendovich dijo:
– Esa es la trampa ¿Lo que usted está diciendo es que no podía actuar hasta que fuera ya muy tarde para que sirviera de algo?
– Afirmativo. Ese era el nudo.
– Tengo algo que decirle, señor -intervino Miss Mundo-. Es usted una persona despreciable.
– Tonterías. Yo no soy una persona, señora. Soy una máquina que obedece a un programa.
Zendovich se puso de pie. Lo mismo hizo el portero de Marte, quien se inclinó hacia adelante y enfiló el pico hacia él.
– Entonces que Dios maldiga al que los juntó. -Vamos, vamos. ¿Qué esperaba? Este es Marte, hijito -dijo el portero mientras las luces comenzaban a apagarse-. El rojo. ¿Me oye? Nergaclass="underline" La Estrella de la Muerte. Ahora salgan de aquí, carajo. Sí. Váyanse. Salgan de aquí mirando el suelo. Retírense por el corredor de la izquierda. Sigan las señales.
Pop Jones entró silenciosamente en el jardín de invierno y abrió la puerta del fondo. Llegaba el atardecer. Del otro lado del jardín se veían las ventanas iluminadas de la Sala de Descanso (veía a Kidd y a Davidge, que miraban hacia afuera con ojos vigilantes). Los chicos tardarían una hora más en volver de la playa. Luego, después de la comida, Pop Jones haría sus recorridas con el balde y las llaves. ¿Las recorridas? Pop se encogió de hombros, después hizo un gesto de asentimiento. Sí, era importante tratar de seguir como antes. Pero, ¿era posible?
La estrella caía sobre la colina. Y ya estaba la luna generosa, la luna que perdona; en una penumbra de tizne en el cirrus, con un rostro que decía qué pena, qué pena, qué pena.
Pop Jones se dio vuelta.
– Suelo.
– ¿Qué dices, Timmy?
Veía los ojos húmedos del chico.
– Timmy, Timmy, ¿quién te hizo eso, Timmy?
Por un momento Jones sintió que lo invadía el asombro. Qué diferente sonaba su propia voz: espesa, metálica. En esta nueva era en que él, como todos los demás en la Tierra, se sometía a una reafiliación oscura y sin embargo repugnantemente luminosa, Pop Jones encontró algo en su ser que nunca había estado allí antes: la especie necesaria de amor por sí mismo.
– Day -dijo claramente Timmy. Y lo repitió, muy claramente, como un profesor de inglés: -Day. Me lo hizo Day.
En el recinto de paredes de vidrio crecían las sombras. La nueva voz de Pop dijo que ya era casi de noche. Se acercó al niño. Bueno, Bueno. Silencio. Tranquilo.
1997
Ficción derecha
Todo comenzó aquel día en el café de la librería, cuando Cleve vio a la muchacha que leía una revista llamada Noticias derechas. ¿O Tiempos derechos? Noticias derechas o Tiempos derechos, elijan ustedes.
A Cleve le gustaba pensar que él era un tipo civilizado. Vivir y dejar vivir, ése era su lema. No tenía ningún problema con los “derechos”. A diferencia de ese bruto de Kico, por ejemplo, o Grainge, que siempre… Cleve se controló. Por cualquier motivo todavía pensaba a cada momento en Grainge. Grainge… ¡ah, Grainge! “Se acabó”, murmuró, por vez número diez mil; y enseguida se recordó obedientemente a sí mismo que era muy feliz con su actual amante… un joven y talentoso muralista llamado Orv.
La muchacha extendió la mano para tomar la tacita del espresso. Cleve continuó con su Sumatra Lingtong (baja acidez, siempre cuidaba esas cosas). Se dio cuenta de que la estaba mirando… y que ella le devolvía la mirada, con inteligente desafío. Automáticamente Cleve ordenó a su cara que transmitiera tolerancia y comprensión. Y resultó bien: ahora se sonreían mutuamente.
– ¿Quién lo hubiera pensado? -dijo alegremente. Trabar conversación en este sitio no era nada del otro mundo. En el café de la librería La Hora Libre. Un bar de librería dedicado al buen café (Si el Café Hierve se Pierde). La gente siempre se ponía a conversar.
– Burton Else -continuó Cleve-. Burton. Burton Else, por Dios.
A ella le llevó un minuto entender qué quería decir él. Apretó la revista contra su pecho y miró hacia abajo, reconociendo otra vez la foto de la tapa. La fotografía tamaño tabloid de Burton Else, el actor de cine, cruzada por una tira diagonal que decía: COMPLETAMENTE DERECHO.
– ¿Te parece difícil de creer? -preguntó ella.
– No, creo que no.
– ¿Estás sorprendido? ¿Desilusionado?
– No -dijo Cleve. Pero no era cierto. Estaba escandalizado. -Anoche vi su última película -continuó. Esto era cierto: Cleve y Orv, en el cine, con sus bolsitas de pochoclo y sus aguas Perrier. Y en la pantalla… Burton Else, en el romance de siempre. Lo de siempre. Burton que llevaba al actor joven Cyril Baudrillard a la inauguración de una disco. Burton y Cyril en una venta de artículos de segunda mano, donde se encuentran con un ex de Burton. Burton abrazando la desnudez traspirada de Cyril en el resplandor de color mermelada de un fuego de leños, después de esa pelea por los catálogos de flores. -Ahí estaba -dijo Cleve-, haciendo la rutina de siempre.
– Dicen que después de las escenas de amor hay que ayudarlo a llegar a su trailer. Le dan un masaje, hace sus ejercicios de respiración, y en general se recupera.
Cleve se rió.
– Es un chiste, ¿no? Pero parece tan…
– ¿Qué?
– No sé. Tan…
– Hola.
Inmediatamente Cleve prestó atención. Había llegado el muchacho. El novio de la chica, eso resultó evidente de inmediato. Claro que en esa época (en la ciudad, al menos), los normales se besaban en público, incluso en los labios, con la boca abierta, hasta se daban besos de lengua, como demostración. Cleve apenas tenía treinta y ocho años, pero había visto ir a la cárcel a gente que hacía eso. O por hacer lo que preludiaban. La muchacha tenía la cabeza echada hacia atrás. Su rostro era pequeño, redondo, cándido, no pálido sino parejamente pecoso; las pecas eran como asperezas en la piel de una papa nueva. (Cleve pensaba en comida, o en cocinar, casi tan a menudo como pensaba en Grainge). En cuanto al novio de la muchacha, joven, moreno, fornido, con las mandíbulas apretadas, los labios gruesos, parecía sin embargo un ser sin pasión. Ajá. Más besos. Y más susurros. Escuchó. No eran intimidades las que estaban intercambiando. Más bien hablaban de cumplir con esto o con lo otro. A quién le tocaba hacer esto o lo otro.
En realidad Cleve se sentía agradecido por el entretenimiento. Le permitía contemplar el rostro de Burton Else, que seguía sonriendo, divertido, encima de las grandes mayúsculas que dividían su pecho en dos. Al pie de la página decía: BURTON ELSE. ACTOR. NOMINADO PARA EL PREMIO DE LA ACADEMIA. TOTALMENTE HETERO. Cleve estaba totalmente escandalizado. Porque… más de una vez le habían dicho que se parecía a Else. Y le había gustado que se lo dijeran. Mientras la muchacha le susurraba al novio, apoyándole los dedos en una mejilla, Cleve se sentía marginado, como si estuviera de más. La chica, el muchacho, y ahora Burton. De pronto se vio como lo verían otros. Cleve, con el pelo oscuro muy cortito, como un gato, sus gruesos anteojos oscuros, sus tiradores, su boquilla dorada, su bigote rectangular. A la última moda. Parecía un policía con el uniforme incompleto que se preparara para la guardia nocturna. Burton Else estaba completamente afeitado, por alguna razón. ¿O serían mentiras?