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Estaba a punto de volver a su libro y a su Sumatra Lingtong cuando la chica dijo:

– Le estaba diciendo a…

– Cleve -dijo Cleve.

– Yo me llamo Cressida -dijo ella-. Y él es John.

John le hizo a Cleve una inclinación de cabeza desprovista de humor, y Cleve se la retribuyó. Le estaba hablando de la declaración de Burton Else.

– ¿Qué opinaba Cleve?

– Cleve no dijo nada todavía.

Cleve pensó “¡Uy!”. Se inclinó hacia un costado y se encogió de hombros. Se podía decir que Cleve era más cuidadoso de lo que parecía. Y esto le resultaba cada vez más fácil, mientras seguía alarmándose con el desarrollo de su tórax en el gimnasio cerca de Washington Square. Recientemente Orv lo había filmado, en Watermill, en la Isla, caminando por la costa con Arn y Fraze. El cuello de Cleve era sorprendente, especialmente visto desde atrás. La espalda daba la impresión de seguir hasta la cabeza, después de la interrupción menor de los hombros. Dijo:

– Qué opino sobre lo de Burton Else… Bueno, Burton es derecho. Es recto. Qué asunto importante. Es un secreto, no una mentira. No es uno de esos predicadores de los vídeos. Que despotrican contra los… “estilos de vida alternativos”. No es un político hipócrita.

– No -dijo John-. Es como un actor de cine hipócrita.

La forma en que lo dijo, la forma en que lo enfatizó, la intensidad. Bueno, bueno, pensó Cleve. John, el joven… ahora veía que era joven pero ya curtido. Cleve dijo, quizá ya menos cuidadosamente:

– Burton… creo que Burton puede perder muchos admiradores si esto se difunde. Puede perder roles. Siempre que sea cierto.

Habló John:

– Un momento. ¿No será que Burton está promoviendo algo? ¿Un estilo de vida, por ejemplo? Ahí está, en las alturas. Con la gorra negra y la remera sin mangas. Un marica que bebe gin con miel y jugo de limón.

– John…

– ¿Y a ti te preocupan sus roles? ¿Sus admiradores? Que se vayan a la mierda sus admiradores.

– ¡Eh! -dijo Cleve. Otra vez se sentía injustamente discriminado. Giró la cabeza y vio que un señor mayor lo miraba con el ceño fruncido, con indignación solidaria. El viejo también parecía un policía a medias uniformado, pero más gordo y más calvo (y de rango aun menor) que el policía que parecía Cleve; llevaba una remera negra con una inscripción que decía: CUANTO MÁS PELO PIERDO, MÁS CABEZA TENGO. Cleve dijo:

– Vamos, John, ¿Burton está obligado a asumir una posición? -Su tono se tornó ligeramente implorante. -¿Burton no tiene una vida aquí? ¿Es sólo un símbolo, un ícono, o es un ser humano? ¿Burton no…?

– Al carajo con Burton. Y si no te das cuenta de que es una desgracia para su orientación, y un impostor, y una especie de predicador, además de ser una basura, entonces también tú te vas a la mierda, Cleve.

– John -dijo Cressida.

Pero con un entrechocar de la vajilla y un aleteo de la chaqueta que se puso, John se retiró.

– Casi digo, “¡Madre mía!” -Había hablado Cleve.

– Perdón, es muy… activo. -Ahora había hablado Cressida.

Se miraron. Eran parecidos, reaccionaban con unanimidad.

– A veces uno se pone así. Perdónenos -agregó. Estaba juntando sus cosas: el bolso, el libro, la revista. -Mire el artículo en la revista y comprenderá. Lo siento, pero uno se pone así.

Una vez que se quedó solo Cleve se demoró con su Sumatra Lingtong, tratando de leer -o al menos hojear- The Real Thing and Other Tales, de Henry James. Durante la hora libre se invitaba a los presentes a hojear libros. De todos modos hojear ya era demasiado para Cleve en ese momento. Uno trata de ser razonable con esta gente y contemporizar. ¿Y qué se gana? A Cleve no le gustaban los momentos desagradables de ninguna clase; le disgustaba la agresión, le disgustaba que un pequeño hétero engreído le gritara en el bar de una librería. En ciertos sentidos (suponía), sí, en ciertos sentidos era un tipo bastante formal. A lo mejor lo había heredado de sus padres. Quienes quiera que hubiesen sido…

Mientras regresaba a Literatura se detuvo en los estantes de Intereses Especiales y sin quererlo se puso a mirar las secciones dedicadas a Crecimiento Personal y Astrología y… Estudios Heterosexuales. Desde las tapas de los libros de tapa blanda las parejas hombre-mujer lo miraban con desaliñada resignación. También había ficción hétero: descuidada, suciamente realista como el fregadero de la cocina. La única novela hétero que lo tocaba en algo a Cleve era Los criadores. Escrita por un hombre hétero, Los criadores, recordaba Cleve, había desatado considerables controversias, importantes incluso dentro de la comunidad hétero misma. Se argumentaba que el autor había tratado muy despiadadamente los aspectos negativos de la vida heterosexual. Cleve se puso Los criadores bajo un brazo y luego volvió a Literatura, donde encontró otro Henry James, uno que estaba más seguro de no haber leído nunca: Embarrassments. Y de pronto se le ocurrió: por Dios, ¿James habría sido hétero?

Salió a la Greenwich Avenue, un par de manzanas al norte del barrio hétero en la zona de Christopher Street.

Poco después Cleve y Orv hicieron un viaje a Medio Oriente. Fueron a Bagdad y a Teherán y después a Beirut, donde podían desconectarse completamente y pensar en broncearse al sol. Junto a la piscina, en la playa y durante los picnics en las colinas, Cleve leía Embarrassments. También leyó Los criadores. El mundo heterosexual, como lo retrataban en el libro, parecía chocante y caprichoso… pero sobre todo increíblemente desarrollado.

Cleve se enteró de que había dos millones y medio de héteros sólo en el área de Nueva York: un millón en Manhattan y alrededor de doscientos mil en Queens, Brooklyn, el Bronx, Long Island y el Triángulo de Danbury, respectivamente. Algunos pensaban que Nueva York era el reino de los judíos, pero ahora había allí más heterosexuales que judíos.

Fueron hacia el sur y visitaron Israel. Hicieron turismo y compras en Jerusalén y en Belén, y en el fin de semana final se congelaron en la franja de Gaza. Enfilaron hacia el norte, a Tel Aviv, y dieron el salto de regreso a Kennedy.

– Escucha. ¡Ah! ¡qué bueno! -dijo Cleve, en el avión, mirando el Time.

Orv alzó los ojos de USA Today. Miró con interés lo que señalaba Cleve, porque Cleve había estado mudo de preocupación los últimos tres días a causa de un malestar digestivo. Ahora ya se sentía bien. Pero había tragado agua del Mar Muerto y esperaba lo peor.

– Esta nota sobre el gene heterosexual -dijo Cleve-. ¿Hicieron un experimento con moscas de la fruta? Qué gracioso que se llamen moscas de la fruta. Bien, las moscas de la fruta son superheterosexuales. Procrean como locas… una nueva generación cada dos semanas. En este experimento neutralizaron el gene heterosexual. ¿Y sabes lo que pasó? Generalmente, dentro del frasco del cultivo, las moscas de la fruta varón y mujer se dedicaban a reproducirse. Después de neutralizarles el gene todos los muchachos se juntaron, hicieron fila como para bailar la conga.

– ¿Bailaron la conga?

– Sí. Manoseándose entre ellos.

– ¿Una fila para la conga?

– Sí, como en Island Night en el Boom-Boom Room.

– Ah, una fila de conga. Mira esto -dijo Orv-. Este que se parece a ti, Burton Else. Deben haberle inoculado el gene hétero. Aquí dice que es hétero.

– Sí, ya sabía. ¿Burton?

– Burton. Él lo niega. Le va a hacer juicio a la revista hétero que lo declaró. “Tampoco me adhiero al modo de vida alternativo”, dice. Pero ya contrataron a un montón de chicas para que digan que anduvieron con él. Burton Else hétero. Dios mío, ¿ya no hay nada sagrado? Por Dios, ¿adónde quieren ir declarándose “derechos”? ¡Toman una noble palabra de nuestra lengua y la pisotean!