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Ahora estaba parado en la cocina. En todo caso Cleve pensó que era una cocina. Cressida la llamaba “la cocina”. Una cocina, para Cleve, era el lugar para la práctica libre de la delectación, el experimento y el ingenio. No el final de alguna desesperada batalla, un hospital de campaña con ollas, baldes, ácido fénico y calderas hirvientes para esterilizar ropa. “Este es el fondo de la cuestión”, murmuró. “El fondo”. No podía imaginarse cocinando algo allí. Podía imaginarse que estaba en una camilla y le amputaban las piernas. Pero cocinar… Cressida estaba en la habitación del otro lado del pasillo, consultando con otra derecha que debía ser su amiga o su ayuda doméstica. Cleve esperaba, y le llegaba el sonido más triste que había oído en su vida. Era como el canto de unos pájaros durante un paseo por el río que había hecho años atrás, con Grainge…

Y ahora la bebé estaba sobre la mesa de la cocina, y la estaban desvistiendo como para examinarla; su llanto espasmódico se iba calmando, le desabrochaban el enterito y le quitaban el pañal sucio mientras movía los bracitos hacia la luz que colgaba del techo.

– ¿Me pasas el talco? Y ese tubo de crema. Y esa esponja. Esa no. La que está sobre el grifo. La rosada.

Mientras él tocaba las cosas cautelosamente entre tarros, toallitas, frascos de plástico, tetinas de plástico, la suciedad, la biología, Cleve pensó si alguna vez había sufrido tanto. Tenía el corazón inundado de lástima de sí mismo: su corazón, tan abroquelado, tan lejano.

– Ese no, el otro.

¿Alguna vez habría sufrido tanto?

Y, ¿qué diría la gente?

Calle Veintidós, el departamento, el dormitorio: sábanas, almohadas, una pierna por aquí, un brazo por allá. El olor acidulado del amor entre hombres suspendido en el aire oscurecido, con el fresco vivaz del otoño. Dos bigotes se movieron al mismo tiempo.

El primer bigote dijo:

– Es decir: si fuera otro hombre. Eso podría entenderlo. -Era Irv.

El segundo bigote dijo:

– Contra eso podrías luchar. Sabrías con qué te estás enfrentando. -Este era Orv.

– Sabrías dónde estás parado.

– Sabrías de qué se trata.

– Pero esto…

– Otro hombre. Bueno. Sucede. Pero esto…

– Me siento sucio.

– Irv -dijo Orv.

– El pasado. Para mí está completamente envilecido, me siento tan…

– Tal vez es una de esas cosas de la mitad de la vida. La edad. Ya volverá.

– Nunca sentiría lo mismo por él. Después de esto.

– Lo vi en Jefferson Market. Parece un viejo de doscientos años. Perdió el porte, perdió el tono.

– ¿Piensas que siempre fue así?

– ¿Cleve? Por Dios. Quién sabe.

– Se hablará de esto.

– Ya lo creo que se hablará. ¿Dónde está mi Rolodex?

– Orv -dijo Irv.

– Imagínate que se besan.

– Oye esto: dice que lo que admira no son sus tetas ni su culo, sino sus muñecas y sus clavículas.

– Eso sí que me suena hétero.

– El sábado por la mañana viene a buscar sus libros, muy bien. Se va a esa… a esa crèche de la calle Bleecker.

– ¡Ay! Cleve… Entre todos los tipos que uno frecuenta. Arn. Harv. Grove. Fraze.

– Pero Cleve.

– Eso, Cleve.

Había hablado Orv.

– Eso, Cleve.

Este era Irv.

Esquire, 1995

Lo que me pasó en las vacaciones

(Para Elias Fawcett, 1978-1996)

Be pasó uda cosa terrible ed las vacaciodes. Uda cosa horrible, y para siebpre. De ahora ed adeladte dada será igual, dudca.

Pero pribero les explico: ¡do se asusted! Do tedgo dadio cerebral… di problebas ed las adedoides. Escribo bejor cuaddo quiero. Pero do quiero. Por ahora do. Les explico:

Soy bedio idglés y bedio dorteabericado. Babá es norteabericada y papá es idglés. Yo voy al colegio ed Loddres y bi produdciaciod es idglesa, hasta cod ud toque de Oxford, igual que la de papá. Los dorteabericados a veces se sorpredded de oír hablar así a ud chico de odce adios. Abuelito Jag, que es dodteabericado, dice que da ud poco de biedo. Cobo si hablar cod este acedto requiriera bucha codcedtraciod idcluso para los graddes, do solo para los chicos. Be parece que los dodteabedicanos piedsad que los idgleses, cuaddo edtrad ed su casa y cierrad la puerta se aflojad y hablad cobo los dodteabedicanos. Que cuaddo llegad a su casa gritad: ¡Deda, ya llegué! Bi otro abuelo pedsaba difedente, para él el acedto idglés era el bás datudal. Así que esta historia es para ellos, tabbied, y para Elias. La cuedto de esta forba, cod sarcasbo. Ed abericadés, porque do quiero que sea clara, ágil y clara. Tedgo uda extradia resistedcia.

Yo y bi herbado Jacob gederalbedte pasabos la primera parte del verado en Cape Cod, cod babá, y la segudda parte de East Habtod, cod papá. Pero este adio fuibos cod papá adtes de los pladeado. Cuaddo llegó el día dos levadtabos al abadecer y dos betibos ed el auto cod el tío Desbod. Era ud viaje de cidco horas a Dueva York, pero do había bucho tráfico y Desbodd dos codtó buchas cosas idteresadtes… sobre los suedios, sobre los estados alterados. Se dos pasó el tiebpo sid dardos cuedta. Papá dos esperaba ed la calle Dobedta y Seis.

Cobibos algo y después fuibos a Long Island ed ud óbdibus gradde, que era cobo addar de ud aviod: bebidas o agua mideral gratis, y badio al foddo. Dos idstalabos de la casa que papá había alquilado de el bosque. Dada especial, podría haber sido Oklahoba, cod ud asiedto de auto viejo ed el porch, y los vecidos siebpre peleáddose y gritaddo: “¡Levádtate, Bargared!”, de ud lado, y del otro lado: “¿Por qué, Kared, por qué?”. Pero, cobo de costubbre, tedia la heladera que revedtaba de lleda y ud bodtod de badios, y TV pod cable. Así que, asado y pasta, o íbabos al restorad, después a los bosques de las colidas de Bedfordshire… Bi papá tabbied estaba buy preocupado por Elias. Isabel tabbied estaba allí, y tabbied muy preocupada, y cod uda grad padza por el ebbarazo.

Ya dije que este adio fuibos a la casa de papá adtes de lo que pedsábabos, viajaddo desde Cape Cod hasta Long Island.

Casi todos los verados viede el sedior Barlowe Fawcett de Cape Cod a hacerdos uda visita. Cobo Barlowe ya es casi uda persoda bayor, ed los verados trabajaba cobo líder ed un cabpabedto para varodes, así que es ud experto de adividar qué quiered hacer los chicos. Se edtiedde por qué Jacob y yo lo queremos bucho. Pero, buedo, Barlowe tuvo que irse a su casa tebprado este adio, por lo que pasó de Loddres.

Era ud día gris cuaddo Barlowe se edteró de las doticias de su herbado Elidas. Jacob y yo fuibos cod él por el cabido de tierra, al lugar dodde estaciodabos el auto. Había dubes grises, do era uda deblida, di uda diebla, era la bruba gris de las ciudades y las calles, do se veía dada claro. Cobo ed ud suedio Barlowe edtró de el auto y cerró la puerta, y fuibos al aeropuerto. Primero el aviodcito a Paxtod. Después el aviod bás gradde… Y prodto vido babá. Edtodces, cobo dije, fuibos a casa de papá ud poco adtes de los pladeado.

Jacob, bi herbadito, tiede obsesiod cod las tortugas de tierra y de bar, las radas, los sapos, las ladgostas, cadgrejos y toda clase de reptiles, adfibios y crustáceos viscosos, de forbas raras. Sabe todos los nobbres de latid, codoce todas sus forbas y los dibujos de la piel, y sus hábitats. Es ud experto de estos adibales. Y yo tabbied, be guste o do. Porque Jacob está todo el tiebpo habladdo de eso.

Así que ed East Habdod hicibos buchas expediciodes. Ed la bahía había cadtidad de cadgrejos y aredques. Yo usaba red para los aredques y desde la pribera redada saqué buchísibos. Los podíabos ed ud recipiedte gradde. Y al fidal del día hacíabos uda carrera de cadgrejos. Se dibuja ud círculo ed la areda, y el priber cadjrejo se que se asoba se proclaba gadador. Do se buere didgud cadgrejo: se tirad todos otra vez al bar. Ed duestra bahía favorita, la que llabábabos Playa del Hobbre Buerto, cada hora aparecía uda cabiodeta que veddía carabelos y helados.