Para Año Nuevo le mandó a Sixsmith una serie -casi diríamos una secuencia- de guiones con temas de riesgo de grupo. La carta que le envió el verano siguiente fue respondida con una nota donde se le informaba que Sixsmith ya no trabajaba en LM. Alistair llamó por teléfono. Luego habló del tema con Hazel y decidió tomarse un día libre.
Era una mañana de septiembre. El hospicio de Cricklewood era de diseño y construcción recientes; desde el camino se lo veía como una serie de iglús contra la tundra opaca del cielo. Cuando preguntó por Hugh Sixsmith en la recepción dos hombres de traje se levantaron rápidamente de sus asientos. Uno era un abogado. El otro un cobrador. Alistair rechazó con un gesto sus complejos requerimientos.
En la cálida habitación había gemidos apagados, botellas y vasos de papel y frascos de formas desafiantes, y humo de cigarrillo, y los muchos ojos curiosos del sufrimiento femenino. Una muchacha joven lo miró con orgullo. Alistair comenzó a explicar quién era él, un joven guionista que había venido a… En una cama en el rincón se veía la figura desgarbada de Sixsmith. Alistair se le acercó. Al principio creyó que no tenía ojos y sólo le quedaban dos agujeros con bordes anaranjados. Pero después las cejas ralas comenzaron a alzarse, y Alistair creyó ver un destello de reconocimiento.
Cuando empezaron a rodar las lágrimas sintió un estremecimiento de aprobación, de consenso a sus espaldas. Estrechó la mano del viejo guionista y le dijo:
– Adiós. Y gracias. Muchas, muchas gracias.
Después de estrenarse en cuatrocientas treinta y siete salas al mismo tiempo, el soneto de Binary “Escrito en el castillo de…” hizo diecisiete millones en el primer fin de semana. En esos momentos Luke vivía en un departamento de dos ambientes en Yokum Drive. Suki estaba con él. Luke esperaba que no tardara mucho tiempo en enterarse de lo de Henna Mickiewicz. Cuando se aclarara la niebla pensaba cambiar a Suki por Anita, que era productora.
Había llevado su soneto a Rodge de Red Giant y lo había convertido en una oda. Como no funcionó fue a ver a Mal en Monad, donde estaba de moda la villanelle. La villanelle se convirtió en triolet, por poco tiempo, con Tim en TCT, hasta que Bob en Binary le indicó que volviera a pensarlo como rondó. Como el rondó no anduvo, Luque le puso letra y consiguió que Mike se lo mandara a Joe. Todos, incluido Jake Endo, pensaron que había llegado el momento de convertirlo nuevamente en un soneto.
Luke cenó en Rales con Joe y Mike.
– Siempre pensé que “Soneto” era una obra de arte -dijo Joe-. Pero ahora los sonetos hacen furor, así que he comenzado a pensar comercialmente.
– TCT hará una secuela y una precuela de “He aquí”, y las publicará al mismo tiempo -anunció Mike.
– ¿Una secuela? -dijo Joe.
– Sí. La llamarán “Aquí estará”.
Mike se sentía un tanto manoseado. Joe también. Y Luke. Armaron algunos versos en la oficina. Después fueron a tomar una copa al bar. De vez en cuando estaba bien sentirse un poco manoseado. Lo importante era que eso no sucediera a cada momento.
– Lo digo en serio, Luke -dijo Joe. Le brillaban los ojos. -Creo que “Soneto” puede llegar a ser tan grande como “-”.
– ¿Te parece? -dijo Luke.
– Totalmente. Creo que “Soneto” puede llegar a ser otro “-”.
– ¿“-”?
– ¿“-”?
Luke pensó un momento, mientras asimilaba esto.
– “-”… -repitió, como si se lo preguntara.
New Yorker, 1992
La muerte de Denton
De pronto Denton supo que los hombres serían tres, que vendrían después del anochecer, que el jefe tendría su propia llave, y que actuarían en forma tranquila y deliberada, con la certeza de que tendrían tiempo suficiente para hacer lo que tenían que hacer. Sabía que serían corteses, considerados, urbanos, cualquiera fuese el estado en que él se encontrara cuando llegaran, y que le permitirían ponerse cómodo, incluso fumar un último cigarrillo. Nunca tuvo dudas de que le caerían muy bien y que los admiraría a los tres, y que desearía haber sido amigo de ellos. Sabía que usaban una máquina. Como si se lo revelara una percepción especial, Denton pensaba con frecuencia e insistentemente en el momento en que el jefe consentiría en tomarle la mano cuando la máquina empezara a funcionar. Sabía que ya estaban allí, viendo gente, haciendo llamadas telefónicas; y sabía que debían ser muy costosos.
Al principio se interesaba mucho en adivinar quién habría contratado a los tres hombres y su máquina, y eso lo hacía sentirse importante. ¿Quién se habría tomado el trabajo de hacer esto por él? Tal vez su hermano, ese hombre grandote y exhausto que Denton nunca había querido ni odiado, a quien nunca había sentido cerca ni en modo alguno amenazante. Últimamente se habían peleado por la repartija de los bienes que dejara su madre, y en realidad Denton se las había arreglado para asegurarse algunos extras sin valor a expensas de él, pero ésa era una razón de más por la que su hermano no podría afrontar el gasto. En la oficina había un hombre a quien Denton probablemente le había arruinado la vida: primero lo forzó a colaborar con él en un robo de rutina allí mismo, luego lo delató ante sus superiores, diciendo que había recurrido a la duplicidad sólo para ponerlo a prueba (la empresa no solamente despidió al hombre, sino que, con cierta alarma de Denton, le hizo juicio por estafa y lo ganó); pero alguien a quien se le podía arruinar la vida tan fácilmente no iba a hacer esto por uno. Y había varias mujeres que todavía estaban en los confines de su vida, mujeres a quienes había maltratado lo más que pudo, y que gozaban con las frustraciones de Denton, se alegraban de sus pesares, se reían de sus pérdidas. Se enteró de que una de ellas iba a casarse con un hombre muy rico, o al menos lo bastante rico como para contratar a los tres hombres; pero Denton nunca le había importado tanto como para hacer esto por él.
De todas maneras en unos días se le fue la preocupación por saber quién había contratado a los hombres. Denton se movía lentamente en los dos cuartos de su departamentito a medio decorar, calmado, distraído, con la mente tan vacía como los vidrios polvorientos de las ventanas y las paredes vacías, pintadas de colores chillones. Ahora ya nada lo aburría. Andaba todo el día en silencio por el departamento, no pagaba el alquiler (nadie parecía esperar seriamente que lo pagara), no iba a la oficina más que una o dos veces por semana y después ninguna (y a nadie parecía importarle; se comportaban con el tacto y la distancia de los parientes comprensivos), y no preguntaban quién había contratado a los tres hombres y su máquina. Denton tenía algún dinero, suficiente para comprar leche y algunos alimentos indispensables. En su juventud había sido anoréxico porque odiaba la idea de envejecer y engordar. Ahora su estómago había vuelto a descubrir esa tensión madura y sentimental, y solía vomitar de inmediato después de ingerir sólidos.
Pasaba el día sentado en el living vacío, pensando en su infancia. Sentía que toda la vida había estado alejándose de la felicidad de su juventud, alejándose para llegar a la inseguridad y la desilusión de la mediana edad, cuando gradualmente, como por un consenso, él dejó de gustarle a la gente y la gente dejó de gustarle a él. ¿Qué me pasó?, se preguntaba Denton. A veces tenía la repetida imagen de él mismo a los seis o siete años, corriendo a tomar el ómnibus escolar, con la mochila apretada bajo un brazo, el rostro fresco y tranquilo… y de pronto se inclinaba hacia adelante y sollozaba roncamente tapándose la cara con las manos, para después levantarse e ir quizás a preparar té, y a contemplar los complicados movimientos en la calle, sintiéndose borracho y sabio. Denton agradecía a cualquiera que hubiera contratado a los tres hombres para hacerle esto; jamás se había sentido tan lleno de vida.