Выбрать главу

– Han soltado a Ranald Marr. Lo único que ha declarado es que Flip le preguntó por la clave masónica.

– ¿Y ha explicado por qué nos mintió?

Siobhan se encogió de hombros.

– No lo sé; yo no estaba presente -replicó algo nerviosa.

– ¿Por qué no te sientas?

Ella negó con la cabeza.

– ¿Tienes qué hacer?

– Exacto.

– ¿Qué?

– ¿Cómo?

Rebus repitió la pregunta y ella lo miró fijamente.

– Perdona, pero para estar suspendido de empleo, ¿no pasas demasiado tiempo en comisaría?

– Había olvidado una cosa. -Conforme lo estaba diciendo, advirtió que de verdad había olvidado algo: el ataúd de Los Saltos-. ¿Has olvidado tú también algo, Siobhan?

– ¿Qué, por ejemplo?

– Compartir tus averiguaciones con el resto del equipo.

– No creo.

– ¿Has encontrado algo en la tumba de Francis Finlay?

– John… -dijo ella desviando la mirada-. Tú no trabajas en el caso.

– Tal vez. Tú, por el contrario, sí que trabajas en él, pero descarrilada.

– No tienes ningún derecho a decir eso -replicó ella sin mirarlo.

– Creo que sí.

– Demuéstralo.

– ¡Inspector Rebus!

Era la voz de la autoridad: Colin Carswell a veinte metros, en la puerta.

– Venga un momento, si es tan amable.

– Continuará -dijo Rebus mirando a Siobhan y dirigiéndose a la puerta.

Carswell lo aguardaba en el reducido despacho de Gill Templer, en presencia de ésta, que estaba de pie con los brazos cruzados. Carswell tomó asiento en el nuevo sillón detrás de la mesa y miró consternado el aumento de papeleo generado desde su última visita.

– Bien, inspector Rebus, ¿a qué se debe su visita? -preguntó.

– He venido a coger una cosa.

– Nada contagioso, espero -dijo Carswell con una sonrisita.

– Buena respuesta, señor -replicó Rebus con frialdad.

– John -interrumpió Gill Templer-, tendrías que estar en casa.

Él asintió con la cabeza.

– Pero me cuesta, dadas las novedades. Como la de avisar a Marr de que iban a detenerlo -dijo mirando a Carswell-. Me he enterado, además, de que se le permitió hablar con John Balfour antes del interrogatorio. Una acertada decisión, señor.

– Sus palabras me resbalan, Rebus -replicó Carswell.

– Pues salgamos afuera.

– John… -terció Gill Templer-. Creo que esto no nos lleva a ninguna parte, ¿no te parece?

– Quiero volver a trabajar en el caso.

Carswell lanzó un bufido y Rebus miró a Templer.

– Siobhan está jugando una carta peligrosa. Creo que se ha puesto en contacto con Programador, quizá para encontrarse con él.

– ¿Cómo lo sabes?

– Digamos que es una suposición bien fundamentada -respondió mirando a Carswell-. Antes de que diga alguna gracia sobre que la inteligencia no es mi fuerte, le diré que estoy de acuerdo. Pero en esto creo que no me equivoco.

– ¿Ha enviado alguna otra clave? -preguntó Templer interesada.

– Esta mañana en el cementerio.

– ¿Estaba entre los invitados? -inquirió ella entornando los ojos.

– Pudo dejarla en cualquier momento. El caso es que Siobhan quería verse con él.

– ¿Y?

– Y hace un rato la he visto en la sala de investigación considerándolo.

– Si ha recibido una nueva clave, estará dándole vueltas -dijo Gill Templer asintiendo despacio con la cabeza.

– Un momento, un momento -terció Carswell-. ¿Cómo sabemos que es cierto? ¿Vio que cogía alguna clave?

– La última recibida conducía a una determinada tumba y yo vi que se agachaba ante una lápida…

– ¿Y?

– Pues que creo que en ese momento recogió la otra clave.

– Pero ¿la vio cogerla o no?

– Vi que se agachaba…

– Pero ¿no la vio cogerla?

Al ver que iba a producirse otro enfrentamiento, Gill Templer intervino.

– ¿Por qué no la llamamos y se lo preguntamos? -propuso.

Rebus asintió con la cabeza.

– Voy a buscarla -dijo y, tras una pausa, preguntó-: ¿Da su permiso, señor?

– Vaya usted -repuso Carswell con un suspiro.

Pero Siobhan ya no estaba en la sala de investigación.

Rebus recorrió los pasillos preguntando por ella, y en la máquina de refrescos le dijeron que acababan de verla pasar; apretó el paso y abrió la puerta de la calle. No se la veía afuera ni había rastro de su coche. Pensó que tal vez habría aparcado más lejos y miró a derecha e izquierda. A un lado, la concurrida Leith Walk, y al otro, las calles estrechas del sector este de la ciudad nueva. Si Rebus se dirigía a la ciudad nueva, su piso quedaba a cinco minutos; sin embargo, volvió a entrar en la comisaría.

– Se ha ido -dijo jadeante a Gill Templer al regresar al despacho y ver que Carswell no estaba-. ¿Y el jefe?

– Le han llamado de la central. Creo que quería hablar con él el gran jefe.

– Gill, tenemos que encontrarla. Aquí hay agentes -añadió señalando con la cabeza hacia la sala de investigación- y no hay mucho trabajo.

– De acuerdo, John. La encontraremos; no te preocupes. Tal vez Bain sepa dónde ha ido. Empezaremos por él… -dijo cogiendo el teléfono.

Pero Eric Bain también había desaparecido. Dijeron que estaba en la central, pero no lo localizaban. Mientras, Rebus probó en el número de casa de Siobhan y en su móvil. En la casa le salió el contestador automático y en el móvil dejó un mensaje al responderle con la sintonía de comunicando.

Cuando cinco minutos más tarde, dirigiéndose a pie a casa de Siobhan, volvió a probar en el móvil, seguía comunicando. Pulsó el portero automático, pero no contestaba. Cruzó a la acera de enfrente y miró hacia la ventana tanto rato que los peatones comenzaron también a alzar la vista intrigados. Vio que el coche no estaba aparcado allí y comprobó que en las calles adyacentes tampoco.

Gill Templer, por su parte, había cursado un mensaje a través del busca de Siobhan para que llamase urgentemente, pero Rebus insistió más y finalmente decidió que salieran patrullas a localizar el coche.

Mientras miraba la casa desde enfrente, Rebus pensó que podía estar en cualquier sitio, no sólo en Edimburgo. Programador la había hecho ir al monte aquel y a la iglesia de Rosslyn y no podía saberse el lugar que habría escogido para la cita. Cuanto más lejos, más peligro corría Siobhan. Le daban ganas de propinarse puñetazos por no haberla arrastrado al despacho del jefe para que no se marchase. Volvió a probar en el móvil y seguía comunicando. Nadie hace una llamada tan larga -y tan cara- con el móvil. De pronto comprendió lo que sucedía: tenía el móvil conectado al portátil de Grant Hood y estaría avisando a Programador que iba camino de la cita.

* * *

Siobhan aparcó el coche. Faltaban dos horas para el encuentro con Programador. Sabía que hasta ese momento tenía que pasar inadvertida, pues por el aviso de Gill Templer en el busca sabía que Rebus se lo había contado todo y que si no cumplía las órdenes de ella tendría que dar explicaciones.

¿Explicaciones? Ni ella misma se explicaba lo que estaba haciendo. Sólo sabía que seguía un juego -y no un simple juego, sino algo que podía ser mucho más peligroso- y que era incapaz de dejarlo. Programador, quienquiera que fuese, hombre o mujer, la tenía atrapada hasta el punto de que no podía pensar en otra cosa. Echaba de menos las claves y sus mensajes y estaba deseando recibir más. Pero quería, además, saber lo máximo posible sobre Programador y el juego. Oclusión la había impresionado porque significaba que Programador tenía que haberse imaginado que iba a acudir al cementerio y que la clave comenzaría a tener sentido para ella cuando se hallase ante la tumba de Flip. Oclusión, claro. Lo cierto es que había sentido que el vocablo también era aplicable a ella, porque se sentía envuelta por el juego, atada a él e identificada con su creador y, al mismo tiempo, se sentía casi asfixiada por él. ¿Estaba Programador en el entierro? ¿Habría él -o ella, como sugería Bain- visto cómo cogía la nota? A ver si es que…, sintió escalofríos sólo de pensarlo. Pero no, el entierro había aparecido anunciado en los periódicos y Programador se habría enterado quizá por eso; además, era el cementerio más cercano a la casa de los Balfour y existían muchas posibilidades de que a Flip la enterrasen allí.