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– Se lo imaginaba -dijo.

– Más o menos.

– Llega pronto -añadió él consultando el reloj.

– Más pronto has llegado tú -replicó Siobhan.

– Tenía que explorar los alrededores para ver si mentía.

– Ya te dije que vendría sola.

– Y aquí está -dijo él mirando a su alrededor otra vez.

– Hay muchos sitios por donde escapar -repuso Siobhan sorprendida de lo tranquila que estaba-. ¿Por eso lo has escogido?

– Aquí fue donde me di cuenta por primera vez de que amaba a Flip.

– ¿Tanto la amabas que la mataste?

– No sabía que eso sucedería -respondió él bajando la cabeza.

– ¿No?

Él negó con un gesto.

– Hasta el momento en que le rodeé el cuello con las manos…, y creo que ni siquiera en ese momento.

Siobhan lanzó un profundo suspiro.

– Pero, de todos modos, lo hiciste -dijo ella.

Costello hizo un gesto afirmativo.

– Pues sí, claro, lo hice -contestó levantando la mirada-. Eso es lo que quería oírme decir, ¿no?

– Yo quería encontrarme con Programador.

– A su servicio -dijo él abriendo los brazos.

– Quiero también saber por qué.

– ¿Por qué? -replicó él haciendo una «O» con los labios-. ¿Cuántas razones quiere que le dé? ¿Sus amigos? ¿Sus pretensiones? ¿Por la manera en que se burlaba y se peleaba para que rompiésemos y verme volver sumiso?

– Podías haberla dejado.

– Yo la amaba -dijo echándose a reír, como si reconociese su propia insensatez-No paraba de decírselo y ¿sabe lo que ella me contestaba?

– ¿Qué?

– Que no era el único.

– ¿Ranald Marr?

– Sí, esa carroza. Y desde que iba al colegio. ¡Y seguía con él a pesar de estar conmigo! -Se interrumpió para tragar saliva-. ¿Encuentra que es móvil suficiente, Siobhan?

– Te vengaste de Marr rompiendo aquel soldadito y, sin embargo, a Flip…, ¿a Flip tuviste que matarla? -Se sentía serena, casi adormecida-. No me parece justo.

– No lo entiende.

Siobhan lo miró.

– Pues yo creo que sí, David. Eres un cobarde puro y simple. Dices que no sabías que ibas a matar a Flip aquella noche: es mentira. Lo tenías todo planeado… y después estabas más tranquilo que nadie, hablando con sus preocupados amigos poco menos que una hora después de tu crimen. Sabías perfectamente lo que hacías, David. Eras Programador. -Hizo una pausa; él miraba a media distancia, escuchando-. Lo que no entiendo es por qué le enviaste un mensaje a Flip después de muerta.

Costello sonrió.

– Aquel día en el piso, mientras Rebus me vigilaba y usted estaba en el ordenador, él me dijo que yo era el único sospechoso.

– ¿Y pensaste en despistarnos?

– No pensaba enviar ningún otro mensaje…, pero cuando usted contestó no pude resistirlo. Estaba tan colgado como usted, Siobhan. El juego nos tenía atrapados. ¿No es fantástico? -añadió con ojos brillantes, como esperando una respuesta.

Siobhan asintió despacio con la cabeza.

– ¿Piensas matarme, David?

Él negó con la cabeza firmemente, irritado por la idea.

– Sabe la respuesta -espetó-. Porque, si no, no habría venido -añadió acercándose a una lápida y apoyándose en ella-. Tal vez no hubiese sucedido nada de esto de no haber sido por el profesor.

Siobhan pensó que había oído mal.

– ¿Cuál?

– Donald Devlin. La primera vez que me vio después, pensó que había sido yo. Por eso inventó esa historia de uno que espiaba en la calle; para protegerme.

– ¿Por qué hizo eso, David?

Se le hacía raro llamarlo por su nombre; habría preferido llamarlo Programador.

– Por todo lo que hablamos sobre cometer asesinatos impunemente.

– ¿Con el profesor Devlin?

Él la miró.

– Claro. El también mató, ¿sabe? Ese cabrón se atrevió a confesármelo y a animarme a que yo hiciera lo mismo. Un buen maestro, ¿no? Hablábamos mucho en la escalera. Él quería que yo le contase todo lo mío, cómo empezó la historia, cuándo me enfadaba. Una vez fui a su piso y me enseñó los recortes…: mujeres desaparecidas y ahogadas. Tenía también uno sobre un estudiante alemán.

– ¿Y eso te dio la idea?

– Tal vez -respondió encogiéndose de hombros-. ¿Quién sabe de dónde saqué la idea? -Hizo una pausa-. Yo la ayudé, ¿sabe? Estaba impresionada por todas esas claves…, se estrujaba el cerebro hasta que yo la ayudé… -Se echó a reír-. Flip no sabía manejar bien el ordenador. Yo le puse el primer nombre de Flipside y le envié la primera clave.

– Y te presentaste en el piso para decirle que habías resuelto Hellbank…

Costello asintió con la cabeza, recordándolo.

– Flip no quería venir conmigo hasta que le prometí que después la llevaría con sus amigos… Me había vuelto a dar la patada, esta vez la definitiva; había amontonado mi ropa en una silla y después de Hellbank iba a tomarse una copa con sus malditos amigos. -Cerró los ojos un instante, los abrió y parpadeó volviendo el rostro hacia Siobhan-. Una vez que se empieza cuesta volverse atrás… -añadió encogiéndose de hombros.

– ¿Ella no pasó por Oclusión?

Él negó despacio con un gesto.

– Esa clave era sólo para usted, Siobhan…

– No sé por qué seguías hablando de ella, David, o qué pensabas poder demostrar con el juego, pero sí que sé una cosa: tú no la amabas, sólo querías dominarla -añadió asintiendo con la cabeza.

– Hay gente a quien le gusta que la dominen, Siobhan -dijo él mirándola a los ojos-. ¿A usted no?

Siobhan reflexionó un instante, trató de pensar y abrió la boca para decir algo, pero se oyó un ruido y él volvió rápidamente la cabeza. Se acercaban dos hombres y, a unos cincuenta metros de ellos, otros dos. Se volvió despacio hacia ella.

– Me ha decepcionado.

– Yo no tengo nada que ver -replicó ella negando con un gesto.

Costello saltó de la tumba y echó a correr hacia la tapia, tratando de agarrarse a la parte de arriba. Los agentes se pusieron a correr y uno de ellos gritó: «¡Deténgalo!». Siobhan miraba la escena, incapaz de moverse. Había dado su palabra a Programador… Vio que éste había encontrado donde apoyar un pie en un saliente de la tapia y que iba a saltarla…

Echó a correr hacia él, le agarró la otra pierna con las dos manos y tiró. Costello se resistía dándole puntapiés, pero ella aguantó y le tiró de la chaqueta, arrastrándolo; él dio un grito y ella vio sus gafas de sol volar como a cámara lenta mientras caía al suelo con él encima, casi asfixiándola. Notó un dolor al darse un cabezazo en la hierba y vio que él se incorporaba y echaba a correr, pero los dos agentes le dieron alcance y lo tumbaron con una llave. Inmovilizado en tierra, él volvió la cabeza a duras penas para mirar a Siobhan, que estaba dos metros escasos de ellos, y con ojos de odio, le lanzó un escupitajo que le alcanzó en la mejilla. Siobhan no tuvo energías para limpiárselo.

* * *

Jean dormía, pero el médico le dijo a Rebus que se encontraba bien; sólo tenía cortes y magulladuras; «con el tiempo ni se acordará», aseguró.

– Lo dudo mucho -repuso Rebus.

Ellen Wylie estaba a la cabecera de la cama. Rebus se acercó a ella.

– Quería darte las gracias -dijo.

– ¿Por qué?

– Antes que nada por ayudarme a derribar la puerta de Devlin. Yo solo no habría podido.

Ella se encogió de hombros.

– ¿Qué tal tiene el tobillo? -preguntó.

– Perfectamente hinchado. Gracias.

– Un par de semanas de baja -dijo ella.

– O más, si he tragado agua del Leith.

– Me han dicho que Devlin sí que dio sus buenos tragos -añadió ella mirándolo-. ¿Tiene preparada una explicación adecuada?