«Podrías jubilarte con ese dinero», le había dicho Siobhan. Tal vez. Aunque se imaginaba que tendría que repartirlo con su ex mujer, a pesar de que le había enviado un cheque por el valor de su parte poco después de separarse. Y reservaría una cantidad para su hija Sammy, que era otro de los motivos por los que lo vendía, o al menos es lo que él se decía. Tras el accidente, aunque ya no estaba en silla de ruedas, seguía obligada a andar con un par de muletas; subir dos pisos la mataba…, aunque no lo visitaba mucho, ni siquiera antes del accidente.
Él no tenía muchas visitas; no era buen anfitrión. Al marcharse su esposa Rhona, no volvió a ser capaz de llenar el vacío. Alguien calificó en cierta ocasión el piso de «guarida», y no dejaba de ser verdad. Hacía de refugio para él, y era lo único que pedía. En el piso contiguo de estudiantes sonaba música semicañera, parecida a la de Hawkwind de veinte años atrás, malo, lo que seguramente significaba que era un grupo de moda. Miró su colección, encontró la cinta que le había grabado Siobhan y la puso. Eran tres canciones de un disco de The Mutton Birds, un grupo de Nueva Zelanda o un sitio por el estilo, pero uno de los instrumentos estaba grabado en Edimburgo. Era todo cuanto ella le había dicho al respecto. La segunda canción se titulaba The Falls (Los Saltos).
Volvió a sentarse. Tenía en el suelo una botella de Talisker, de sabor limpio y fuerte, con su vaso al lado; se sirvió brindando a su reflejo en la ventana, se recostó en el sillón y cerró los ojos. No pintaría aquel cuarto; lo había hecho él mismo no hacía mucho con su viejo amigo y compinche Jack Morton, ya fallecido. Otro fantasma más. Se preguntó si los dejaría atrás al mudarse, pero lo dudaba; y en lo más profundo de su ser los echaría en falta.
La canción hablaba de pérdidas y de redención. Los lugares cambian y la gente también, y los sueños son cada vez más inalcanzables. Pensó que no le importaría dejar Arden Street. Era hora de hacer un cambio.
Capítulo 4
Al día siguiente, camino de la comisaría, Siobhan no pensaba más que en Programador. No había recibido ninguna llamada en el móvil y ya iba redactando mentalmente otro mensaje para enviárselo. A él o a ella, porque no había que descartar nada, pero estaba casi convencida de que era un hombre. «Oclusión», «Hellbank»…, le parecía notar un trasfondo masculino, aparte de que la idea de un juego por ordenador sonaba a cosa de tíos con anorak recluidos en su habitación. El primer mensaje que ella había cursado, «Problema. Tengo que hablar contigo. Flipside», no había dado resultado al parecer. Iba a confesar quién era; le enviaría un mensaje diciéndole que era policía, que Flip había desaparecido y que se pusiera en contacto con ella. Había estado toda la noche con el móvil en la mesilla, despertándose cada hora para comprobar si la había llamado y no lo había oído. Pero no hubo ninguna llamada. Cuando estaba a punto de amanecer se vistió y salió a dar un paseo. Vivía en Broughton Street, en un barrio que se iba aburguesando; no era tan cara como la ciudad nueva colindante, era más parecida al centro. La mitad de su calle estaba llena de contenedores y sabía que a media mañana se llenaría de camionetas de la construcción peleándose por aparcar.
Paró a desayunar en un bar de los que abrían temprano y tomó una tostada con judías en salsa de tomate y un té tan fuerte que temió una intoxicación de tanino. En lo alto de Calton Hill se detuvo a contemplar la ciudad que se despertaba. A lo lejos, en Leith, un barco de contenedores ponía rumbo a alta mar. Al sur, los montes Pentland mostraban su manto de nubes bajas como manifestación de bienvenida. Aún no había mucho tráfico en Princes Street, sólo autobuses y taxis en su mayor parte. Era la hora que más le gustaba de Edimburgo, antes de iniciarse la rutina diaria. Vio el Hotel Balmoral destacándose entre otros edificios más próximos y pensó en la fiesta de Gill Templer, en la que había dicho que estaba muy atareada. Siobhan se preguntó si se había referido al caso Balfour o a su nuevo ascenso. El problema de su nuevo cargo era que llevaba un John Rebus incluido y ahora John Rebus era cosa de Templer y no de Watson. Se rumoreaba que John ya se había buscado un lío por ir bebido al piso de la desaparecida; tiempo atrás habían advertido a Siobhan que iba pareciéndose a Rebus, que adquiría sus defectos y sus virtudes. A ella no le parecía cierto.
No, no era verdad.
Bajó la colina hasta Waterloo Place; si doblaba a la derecha podía estar en casa en cinco minutos y doblando a la izquierda llegaría al trabajo en diez minutos. Dobló a la izquierda en dirección al puente North.
La comisaría de Saint Leonard estaba tranquila y en la sala de Investigación Criminal notó olor a cerrado por la cantidad de personas que trabajaban allí a diario. Abrió un par de ventanas, se hizo un café poco cargado y se sentó a su mesa. Miró el ordenador de Flip: no había mensajes, y decidió seguir conectada mientras redactaba uno. Llevaba escritas un par de líneas cuando vio la señal de mensaje de entrada. Era de Programador, un simple «Buenos días».
Ella contestó: «¿Cómo sabías que estaba aquí?». Y obtuvo una respuesta inmediata: «Eso es algo que Flip no habría preguntado. ¿Quién eres?»
Siobhan tecleó a toda velocidad sin molestarse en corregir las faltas: «Soy una agente de plocía de Edimburgo. Investigamos la desaparición de Philippa Balfour».
Aguardó un minuto a que contestara.
«¿Quién?»
«Flipside», tecleó.
«Nunca me dijo su verdadero nombre. Es una de las reglas.»
«¿Las reglas del juego?», tecleó.
«Sí. ¿Vivía en Edimburgo?»
«Estudiaba en la universidad. ¿Podemos hablar? Tienes el número de mi móvil.»
La espera volvió a parecerle interminable.
«Prefiero hacerlo así.»
«De acuerdo, ¿me dices qué es Hellbank?», tecleó Siobhan.
«Tienes que entrar en el juego. Dame un nombre para llamarte.»
«Me llamo Siobhan Clarke y soy agente de la policía de Lothian y Borders.»
«Me da la impresión de que es tu verdadero nombre, Siobhan. Has vulnerado una de las primeras reglas. ¿Cómo se pronuncia?»
«No es ningún juego, Programador», replicó Siobhan ruborizándose.
«Claro que es un juego. ¿Cómo se pronuncia?»
«Chob-an.»
Se hizo una pausa más larga y ya iba a repetir el mensaje cuando llegó la respuesta.
«En contestación a tu pregunta, Hellbank es uno de los niveles del juego.»
«¿Flipside participaba en un juego?»
«Sí. Oclusión es el siguiente nivel.»
«¿Qué clase de juego?»
«Después.»
«¿Qué quieres decir?», tecleó Siobhan.
«Ya hablaremos.»
«Necesito tu ayuda.»
«Pues ten paciencia. Podría cortar ahora mismo y no me encontrarías. ¿Es eso lo que quieres?»
A Siobhan le dieron ganas de teclear «Sí» y pegar un puñetazo a la pantalla.
Pero tecleó:
«Después.»
No hubo más mensajes. Había desconectado o seguía en la red, pero no respondía. No le quedaba más remedio que esperar, ¿o no? Entró en Internet y probó con todos los buscadores que conocía preguntando sitios relacionados con Programador y PaganOmerta. Encontró docenas de Programadores, pero le pareció que ninguno era el suyo. PaganOmerta no aparecía y separando las palabras obtuvo más de cien sitios, casi todos sectas de nueva era. Intentó Pagan Omerta.com y no había nada, era una dirección y no un sitio de la red. Cuando fue a hacer más café comenzaron a entrar los compañeros de turno; dos de ellos la saludaron, pero ella no estaba para nadie. Tuvo otra idea; se sentó a la mesa con el listín telefónico y el tomo de las páginas amarillas y cogió el bloc de notas y un bolígrafo.