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Probó en primer lugar en tiendas de informática y finalmente le indicaron un establecimiento de cómics en South Bridge.

Para ella, cómics eran títulos como Beano y Dandy, aunque una vez tuvo un novio obsesionado con 2000AD, circunstancia parcialmente responsable de la ruptura con él. La tienda fue una revelación. Tenían miles de títulos y libros de ciencia-ficción, camisetas y diversos artículos. En el mostrador, una dependienta quinceañera hablaba sobre los méritos de John Constantine con dos colegiales. Siobhan no sabía si Constantine era un personaje de cómic, un escritor o un actor. Finalmente, los chicos advirtieron su presencia y dejaron de hablar para adoptar otra vez la actitud pazguata y desgarbada propia de los doce años. Quizá no estuvieran acostumbrados a ver mujeres escuchando. Seguramente no tendrían ni costumbre de tratar con mujeres.

– He oído lo que estabais diciendo y a lo mejor podéis ayudarme. -Ninguno de los tres abrió la boca y la dependienta se rascó una zona de acné en el cuello-. ¿Vosotros jugáis en Internet?

– ¿Se refiere a cosas como Dreamcast? -preguntó la joven con cara de ignorancia-. Es de Sony -aclaró.

– No, quiero decir juegos dirigidos por una persona en los que te llega el contacto por el correo electrónico para ponerte pruebas.

– Juegos de rol -dijo uno de los colegiales asintiendo con la cabeza y mirando al otro en busca de confirmación.

– ¿Habéis jugado vosotros alguna vez? -preguntó Siobhan.

– No -contestó el chico. Ninguno de ellos había jugado antes.

– Hacia la mitad de Leith Walk hay una tienda de juegos -dijo la dependienta-. Es una de D & M, pero a lo mejor pueden ayudarla.

– ¿De D y M?

– Dragones y mazmorras.

– ¿Cómo se llama esa tienda? -preguntó Siobhan.

– Gandalf's -dijeron los tres a coro.

Gandalf's era un tiendecita situada, para decepción de Siobhan, entre un estudio de tatuajes y un despacho de patatas fritas. Menos prometedor aún era el hecho de que su sucio escaparate quedaba oculto por una reja sujeta con candados. Empujó la puerta y se abrió sin dificultad haciendo sonar un juego de campanitas. Era evidente que había sido antes una tienda de algo distinto, tal vez de libros de segunda mano, y que no se habían molestado en hacer reformas. En las estanterías había diversos juegos de salón y piezas sueltas que le parecieron soldados sin pintar. Los carteles de las paredes exhibían Armagedones de cómics y había manuales sobados y, en el centro, cuatro sillas y una mesa plegable con un tablero de juego. No había mostrador ni caja. Oyó abrirse una puerta al fondo que dio paso a un hombre de unos cincuenta años barrigudo, con barba gris, coleta y una camiseta de Grateful Dead.

– ¿Es policía? -preguntó con voz taciturna.

– Departamento de Investigación Criminal -dijo Siobhan mostrándole el carnet.

– Sólo debo dos meses de alquiler -farfulló el hombre acercándose al tablero, y Siobhan vio que calzaba sandalias abiertas viejas-. ¿Usted movería algo? -preguntó de pronto sin dejar de mirar las piezas del juego.

– No.

– ¿Seguro?

– Seguro.

– Entonces, Tony está jodido -dijo sonriendo-. Con perdón. Estarán aquí dentro de una hora -añadió consultando el reloj.

– ¿Quiénes?

– Los jugadores. Ayer tuve que cerrar antes de que acabaran. Anthony debió de ponerse nervioso por no poder ganar a Will.

Siobhan miró el tablero y no vio las fichas dispuestas con arreglo a una estrategia definida. El barbudo dio unos golpecitos sobre el montón de naipes que había a un lado.

– Esto es lo que cuenta -dijo irritado.

– Ah -exclamó Siobhan-, yo no conozco el juego.

– Sí, claro.

– ¿Por qué lo dice?

– Por nada.

Pero Siobhan estaba segura de que insinuaba algo. Era un club privado para hombres y cerrado en todo al sexo contrario.

– No creo que pueda ayudarme -dijo mirando a su alrededor. Sentía picores y ganas de rascarse, pero se contuvo-. Me interesa algo un poco más técnico.

– ¿Qué quiere decir? -replicó el hombre picado.

– Me refiero a juegos de rol con ordenador.

– ¿Interactivos? -inquirió él abriendo los ojos con interés.

Siobhan asintió con la cabeza y él volvió a mirar el reloj, luego se acercó a la puerta y cerró con llave. Ella se puso en guardia, pero él simplemente se dirigió a la puerta del fondo y la invitó a pasar. Siobhan se sintió un poco como Alicia en la entrada del túnel, pero lo siguió.

Bajaron cinco escalones que desembocaban en una sala sin ventanas con poca luz en la que había montones de cajas -más juegos y accesorios, pensó ella-, un fregadero con una tetera y vasos en el escurreplatos. En una mesa de un rincón vio un ordenador que le pareció de última generación con una gran pantalla y un portátil al lado. Preguntó al hombre cómo se llamaba.

– Gandalf -contestó él risueño.

– Digo su verdadero nombre.

– Ya lo sé. Pero aquí es mi verdadero nombre -explicó el hombre sentándose ante el ordenador; lo enchufó y siguió hablando mientras movía el ratón.

Siobhan tardó un instante en percatarse de que era inalámbrico.

– Hay muchos juegos en Internet -continuó el hombre-. Se puede uno incorporar a un grupo que juega contra el programa o contra otros equipos, y hay ligas. ¿Ve? -añadió dando unos golpecitos en la pantalla-. Ésta es la liga Doom. ¿Sabe lo que es Doom? -preguntó mirándola.

– Un juego de ordenador.

El hombre asintió con la cabeza.

– Pero en éste se juega en colaboración con otros contra un enemigo común.

Siobhan leyó los nombres de los jugadores.

– ¿En qué grado se conserva el anonimato? -preguntó.

– ¿Qué quiere decir?

– Me refiero a si el jugador conoce contra quién juega o los nombres de los que forman el otro equipo.

– Si acaso, juegan con un nombre de guerra -respondió el hombre atusándose la barba.

Siobhan pensó en Philippa con su nombre secreto para el correo electrónico.

– Entonces, los jugadores pueden adoptar muchos nombres, ¿no?

– Ah, claro. Docenas. Gente que ha hablado contigo más de cien veces vuelve a ponerse en contacto con otro nombre sin que sepas que ya los conoces.

– ¿Y pueden mentir?

– Si quiere llamarlo así… Esto es un mundo virtual y no hay nada «real». La gente puede inventarse vidas virtuales.

– Estoy investigando un caso en el que interviene un juego.

– ¿Cuál?

– No lo sé, pero tiene niveles como Hellbank y Oclusión y lo dirige un tal Programador.

El hombre volvió a atusarse la barba. Al sentarse ante el ordenador se había puesto unas gafas de montura metálica y la luz del monitor se reflejaba en ellas velando sus ojos.

– No lo conozco -dijo al fin.

– A usted, ¿a qué le suena?

– Suena a juego de rol de localización sencilla, o SIRPS. El Programador asigna tareas o plantea preguntas y puede haber un jugador o docenas.

– ¿Equipos?

– No es fácil saberlo -respondió encogiéndose de hombros-. ¿Cuál es el sitio de la red?

– No lo sé.

– No tiene muchos datos, ¿eh? -replicó él mirándola.

– No -admitió Siobhan.

– ¿Es un caso muy importante? -añadió él con un suspiro.

– Se trata de una joven que ha desaparecido, que participaba en ese juego.

– ¿Y no sabe si existe relación?

– Exacto.

– Preguntaré por ahí -dijo el hombre apoyando lentamente las manos en el vientre-. A ver si podemos localizarle a Programador.

– Si al menos tuviera idea de qué es lo que implica el juego…

El hombre asintió con la cabeza y ella recordó el diálogo con Programador cuando le preguntó sobre Hellbank y él le contestó: «Tienes que entrar en el juego».