Después de comer, Brina no se sentía con ganas de esquiar más y alegó que tenía los tobillos doloridos, así que persuadió a Thomas para que la llevara a dar una vuelta por el pueblo. Se montaron en un Jeep Cherokee con matrícula de Colorado y se dirigieron hacia el sur. Pasaron por la por la casa de dos pisos en la que Brina se había criado y condujeron durante media milla más hacia la pequeña casa donde vivió Thomas. Dos niños estaban jugando con un Golden Retrieve en el jardín delantero y una vieja camioneta estaba aparcada junto a la casa. Verlo, le trajo a la memoria las muchas veces que ella y Thomas habían andado o corrido en esa casa, su abuela llamándolos para que se quitaran los zapatos.
– ¿Crees que la alfombra seguirá siendo de ese color verde como de verdura cocida?
Él la observó y regresó la mirada a la casa.
– Quizá. Estaba garantizada para sobrevivir a un ataque nuclear.
– Me pregunto si nuestro fuerte del árbol sobrevivió todos estos años.
– Lo dudo.
– Seguro que sí.
Thomas se quitó las gafas de sol y las arrojó sobre el salpicadero del coche.
– ¿Qué te quieres apostar?
– Diez pavos.
– No lo creo -le echó un vistazo-. Si apostamos, yo digo cual será mi premio.
– No te voy a enseñar mi trasero.
Él se rió.
– No estaba pensando en tu trasero.
– ¿Entonces en qué?
– Te lo haré saber cuando gane.
Brina se preocupó un poco por lo que él podría reclamar si ganaba, pero creyó que no le haría hacer algo que ella no quisiese.
– Si yo gano, me tienes que comprar una botella de champán. -Y como él no parecía muy preocupado, añadió-: Y tienes que beber de mi bota.
Él se rió entre dientes.
– No lo creo.
– Ok, pero tienes que comprarme un buen champán, no cualquier cosa.
Aparcaron el jeep a media milla de la vieja casa de Thomas, en la entrada de la carretera de servicio que daba al bosque.
La carretera estaba bloqueada por una verja, pero las densas copas de los árboles evitaban hubiera mucha nieve en el suelo.
Thomas fue hacia la verja primero, luego Brina. Y mientras pasaba sus dos piernas por encima de la valla, le miró mientras él la cogía por la cintura. Apoyó las manos sobre sus hombros y él la fue deslizando poco a poco por la parte delantera de su chaqueta.
– No pesas mucho más de lo que solías pesar antes -dijo mientras la ponía de pie.
Brina lo sabía mejor. Pesaba cuarenta y dos kilos cuando se graduó y había ganado desde entonces por lo menos 6 kilos más en los últimos diez años.
La perfecta nieve blanca cubría sus botas y tobillos mientras andaban juntos por la carretera que cruzaba la montaña.
Brina no estaba muy segura de reconocer el área donde pasó mucho tiempo de pequeña.
– ¿Sabes a donde vamos?
Sí. -Sus hombros se rozaron y el pregunto-: ¿Frío?
Anduvieron por la nieve, y en realidad ella se estaba poniendo un poco caliente.
– No mucho, ¿tú?
– No. -Thomas miró por encima de su cabeza, observando la zona-. ¿Tienes novio? -preguntó como si no le importara lo más mínimo-. ¿Estas viéndote con alguien?
– No, ¿tú?
– No en este momento.
Brina tropezó con una piedra escondida bajo la nieve y se sujetó a su brazo para no caerse.
Él la observó por encima del hombro.
– Tan llena de gracia como siempre, veo.
Brina le miró a la cara. Era verdad. De niña nunca tuvo mucha coordinación a diferencia de cómo era ahora, Thomas tampoco había sido perfecto. Ella apartó sus manos de él, quizá el también necesitaba recordar.
– ¿Qué le pasó a tu uniceja?
– Lo mismo que le pasó a la tuya. -Thomas se paró y señaló hacia la derecha-. Creo que es por allí.
Totalmente sin sentido de la orientación, Brina le siguió por el pequeño prado. Él se detuvo y miró a su alrededor, entonces la llevó por un pequeño camino bloqueado por los densos pinos.
La nieve crujía bajo sus botas mientras andaban unos quince metros y de pronto los árboles se esparcieron, llegaron a un pequeño claro en donde la nieve les volvió a cubrir los tobillos.
– Ahí está -dijo Thomas señalando a un pino que estaba justo frente a ellos.
Brina se acercó un poco y contempló los viejos y deteriorados tablones de su fuerte. Las escaleras ya no estaban y varios tablones se había roto y caído al suelo.
– Parte de él todavía está en pie, así que supongo que la apuesta ha quedado en tablas.
Thomas se puso detrás de ella.
– O los dos hemos ganado la mitad del premio. -Deslizó sus manos sobre sus hombros y luego por las mangas de su chaqueta de esquí-. Pagaré por media botella de champán y yo obtengo la mitad de lo que quiero.
Brina se volvió y le observó la cara, la sombra de los árboles creando una sombra sobre su frente.
– ¿Y es?
Thomas la acercó a él y dijo en un susurro.
– Quiero la mitad de ti.
Debía de estar bromeando, por supuesto.
– ¿Qué mitad? -preguntó
– La de arriba -él puso la mano en la parte de atrás de su cabeza y acercó su cara hacia la suya-. O quizá tome la parte de abajo. -Su aliento rozándola los labios-. Siempre he querido echar un buen vistazo a la parte de abajo.
A Brina se le cortó la respiración en la garganta, junto a su nerviosa risa. Quizás no estaba bromeando.
– Aparta las manos de mi trasero.
Él se rió suavemente junto a su boca.
– ¿Quieres apostar a que te hago cambiar de opinión?
No esperó a que le respondiera para besarla. Entreabiertos, sus labios se posaron en su boca, mandado ardientes escalofríos por la espalda.
Brina deslizó las manos por sus hombros hasta la parte de atrás de su cuello. Se puso de puntillas y se apoyó contra su pecho.
– Estoy tan contenta de estar aquí contigo -susurró y le tocó con la punta de la lengua sus ardientes labios.
A pesar de los guantes, él enterró las manos en su pelo, le echó la cabeza un poco para atrás dejando la boca abierta un poco más, pero en lugar de darle un beso explosivo, le succionó suavemente el labio inferior. Con cada lametazo de su boca, ella sentía un apretón en los pechos, entre las piernas… y en su corazón. Sus ojos se cerraron y ella dejó que las sensaciones se apoderaran de ella como miel caliente, espesa y dulce.
Éste no era el chico que ella conocía. El hombre que la derretía en medio del invierno sabía lo que quería, sabía lo que estaba haciendo, sin dar rodeos, con las órdenes de su boca. Lo había hecho antes y era muy, pero que muy bueno creando seductores pensamientos en su cabeza. Este Thomas era alguien a quien nunca había conocido. Alguien que hacía que se desesperara por tocarlo a través de la ropa. Se quitó los guantes y los dejó caer al suelo. Desnudos ahora, sus dedos le peinaron el cabello. Frío y sedoso, se rizaba sobre sus nudillos y le hacia cosquillas en las palmas.
Thomas le inclinó la cabeza hacia un lado y presiono más sus labios contra los de ella. Su boca se abría y cerraba, y se volvía a abrir imitando la de un hombre hambriento. Su lengua se deslizó en su boca para un combate sexual, devorándola y creando una fuerte succión. Le dio un beso largo y duro, sus lenguas tocándose, explorando sabores y texturas hasta que un gemido le salió de las profundidades del pecho. Se apartó un poco y la contempló, su respiración era entrecortada mientras intentaba meter aire en sus pulmones.
No, éste no era el Thomas que no había hecho nada más que cogerla de la mano y besarle los labios. Este Thomas la miraba con pasión, dejándola ver exactamente qué era lo que él quería. Que quería algo más que cogerla de la mano, y desde algún lugar, en donde se almacenaban antiguos recuerdos y sentimientos, en algún lugar cercano a su corazón, el pasado y el presente se entrelazaban en un lío de confusas emociones, y el chico al que había querido, pronto se estaba convirtiendo en el hombre del que se podía enamorar.