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– ¿Recuerdas todas las veces que fui a tu casa? -le preguntó con una voz áspera-. Tu madre abría la puerta y yo le preguntaba si podías jugar.

Mmm… hmm.

Él se mordió con la boca el dedo corazón de cada mano enguantada y se quitó los guantes que cayeron al suelo

– ¿Qué dices Brina? -él fue a por la cremallera de su traje de esquí y la miró a los ojos. No pidió permiso, pero ella sabía que le podía parar si quería-. ¿Quieres jugar?

– ¿Qué tienes en mente? -preguntó a pesar de que se figuraba que ya lo sabía.

– Algo de esto…

Lentamente le bajó la cremallera hasta la mitad del pecho. El aire frío chocó contra su ardiente piel, la cual se tensó y los pezones se endurecieron, casi hasta un punto doloroso. Él la seguía mirando a los ojos mientras cogía los bordes de su traje y los bajaba un poco.

– … un poco de eso.

Brina contuvo la respiración y esperó. Varios prolongados momentos pasaron mientras el deslizaba la vista por su barbilla, hacia su cuello y bajaba hasta su sujetador. De repente todo en él se quedó quieto, parpadeó dos veces y sacudió su cabeza como si se hubiera sorprendido.

– ¡Jesús! No llevas camiseta.

– ¿Debía de hacerlo?

– Supongo que no -dijo mientras deslizaba sus manos dentro de su traje. Las calientes palmas la tocaron el estómago y luego subieron hasta rodear sus pechos-. Quizá no creciste hasta después del instituto, pero la espera mereció la pena. Eres perfecta.

A Brina la respiración se le agolpaba a la vez que ponía los pechos en sus manos y se acercaba para besarle la barbilla. Le puso a un lado el cuello de su chaqueta y bajó un poco la camiseta. Contra la caliente piel de su garganta, ella presionó sus labios mientras le saboreaba.

Thomas se inclinó un poco sobre sus rodillas, la agarró por la parte de atrás de los muslos y enlazó sus piernas alrededor de su cintura. Con dos largos pasos le aprisionó la espalda contra el árbol y atrajo su cara a la suya. Instantáneamente su boca estaba sobre la de ella, caliente y carnal, no había dulces besos esta vez, no estaba jugando. Apartó las cremalleras y sus manos ocuparon el espacio. Sus pezones rozaban el centro de sus palmas, lo dedos presionando los pechos. Thomas introdujo la lengua en su boca y presionó su pelvis contra su centro. A través del GoreTex y el nylon, ella le podía sentir, largo y duro, y apretó sus piernas más alrededor de sus caderas. Él abrió las piernas y movió la boca hacia su barbilla y cuello. Le besó la garganta y la cima de los pechos.

Brina arqueo la espalda, presiono sus hombros contra el árbol y entrelazo sus dedos en su pelo.

La punta de su lengua trazó el borde de su sujetador hasta el centro y deslizó los labios hacia la zona más llena de sus pechos.

Una parte de ella sabía que no debía permitir esto, que estaba mal, pero no estaba arrepentida. Se sentía bien.

Le miró la oscura cabeza, las mejillas y entonces cerró los ojos y sólo permitió que las sensaciones que él creaba en ella tomaran el control. Las sensaciones de su húmeda y suave lengua a través del abrasivo material de su sujetador. El calor que se deslizaba por su cuerpo y que hacía que se le encogieran los dedos de los pies dentro de las botas. Le recorrió el cabello con sus manos, su cuello, sus hombros y otra vez el pelo tocándolo todo lo que fuera posible, pero no era ni remotamente suficiente. Ella movía sus caderas y a través de las capas de ropa que tenían, él volvió a empujar contra ella.

Pero todavía no era suficiente. Ella lo quería todo. Quería todo de él pero al final, estaba frustrada por sus ropas de invierno.

Otro agonizante gemido le salió de la garganta y le sujetó los muslos para mantenerla quieta. Levantó la cabeza y Brina le miró a la cara, a sus húmedos labios y a la ardiente frustración que brillaba en sus soñolientos ojos azules. El aire frío reemplazó el calor de su boca, finalmente trayendo un atisbo de cordura a la realidad de la situación.

Desenredó sus piernas de alrededor de su cintura y se deslizó contra el árbol hasta que su pies tocaron el suelo. Con cada segundo que pasaba, la pasión que se reflejaba en los ojos de Thomas se aclaró un poco hasta que pareció tan calmada como la de Brina. Ella abrió la boca y la volvió a cerrar. No sabía qué decir.

Thomas parecía sufrir el mismo problema. Sin una palabra, le volvió a subir la cremallera hasta la base del cuello, sellando dentro su calor. Entonces se volvió y cogió los guantes de ambos del suelo.

– Se está haciendo tarde -dijo finalmente. Su suave voz sonaba distante para Brina.

– Sí -dijo, incluso aún sabiendo que faltaban horas para que el sol se empezara a poner. Le quitó sus guantes de las manos y metió las manos dentro.

En el camino hacia el coche hablaron muy poco. Conversaciones sin sentido realmente, que pasaban entre largos períodos de silencio. Ambos demasiado ocupados con sus pensamientos, el crujido de la nieve bajo sus botas como el único sonido que perturbaba el silencio absoluto.

Por primera vez desde que Thomas le había bajado la cremallera del traje de esquí, Brina sentía las mejillas sonrojadas. Mientras él mantuvo sus manos y su boca sobre ella, no había sentido nada que pudiera parecerse lo más minino a la vergüenza, pero ahora sí lo sentía. Se preguntó qué pensaba él de ella. Si creía que ella dejaba que estas cosas pasaran todo el tiempo.

Normalmente tenía que estar enamorada antes de dejar que la pasión tomara el control. Su madre siempre le había enseñado que su cuerpo era sagrado. Un templo. Hubo varias veces durante la universidad cuando había pensado que su madre era demasiado rígida sobre sexualidad y descartó todo el concepto del «templo sagrado» a favor de una aproximación más moderna de atracción y confesión. Se sentía atraída por un hombre durante algún tiempo, y luego descubría algo malo, como que dejaba la colada en su apartamento, o de repente, se daba cuenta que él tenía malas uñas en los pies y entonces ella se tenía que confesar.

Ahora que era más mayor y sabia, había regresado a las enseñanzas de su madre y era bastante cuidadosa con quien dejaba que adorara su cuerpo. Tenía que sentir algo por el hombre, y le llevaba tiempo sentirse lo suficientemente cómoda como para dejar que la intimidad sucediera.

Hasta hoy.

Todo era diferente hoy. Todo se había dado la vuelta. Nada tenía sentido, y ella no sabía qué pensar o sentir. Ojalá lo supiera. Deseaba tener respuesta para todas las preguntas que le rondaban la cabeza. Ella era investigadora privada y era su trabajo investigar hasta obtener respuestas. Sólo que ésta era su vida privada y no tenía ninguna pista de por donde empezar.

Thomas la volvió a ayudar a pasar por encima de la valla pero esta vez no hubo pequeños roces. Le abrió la puerta del coche y se sacudió la nieve de las botas antes de subirse. Para ser dos personas que quince minutos antes parecían no tener ni un ápice de conciencia, un incómodo silencio se extendió entre ellos. La confortable amistad que habían disfrutado unas horas antes se había ido completamente.

De vuelta al hotel, Thomas finalmente rompió el silencio.

– Creo que nevará esta noche.

La respuesta de Brina era igual de inspirada.

– Oh, uh-huh.

Se preguntó en qué estaría pensado, pero las oscuras gafas volvían a cubrir sus ojos ocultando toda pista sobre sus pensamientos.

Volvieron a quedarse en silencio hasta que Thomas acercó el jeep a las puertas del hotel y paró el vehículo. Cuando habló, no era lo que realmente Brina quería oír.

– Lo siento, me dejé llevar. Normalmente no voy aprisionando mujeres contra los árboles -dijo mientras miraba por la ventanilla.

– Yo tampoco. Ah… me dejo aprisionar, me refiero -dijo y pensó un momento- quizá pasó porque sentíamos que nos conocíamos.