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– Pero no nos conocemos. -Finalmente la miró a la cara no dejando entrever nada-. No nos conocemos en absoluto.

Brina contempló sus inexpresivos rasgos y pensó que quizá tenía razón. Este hombre tan cerrado no era el Thomas que conocía. Justo cuando empezaba a pensar que le conocía, se dio cuenta de que no era así, no lo conocía ya. Lo que, dándose cuenta dolorosamente, era una pena.

– Adiós Thomas -dijo y salió del jeep.

Detrás de sus gafas de sol, Thomas observó a Brina cruzar las puertas giratorias del hotel. Volvió a poner en marcha el vehículo y fue a la plaza de aparcamiento más alejada del hotel. Apagó el motor y apoyó la cabeza contra el respaldo cerrando los ojos. ¿¡Qué demonios había pasado!? No se podía creer que hubiera arrinconado a Brina contra un árbol y enterrado su cabeza entre sus pecho. Ella estaba equivocada. No sucedió porque la conocía. Diez años atrás él siempre había podido controlarse. Era algo más. Algo que no se quería admitir a sí mismo.

Perdió el control. Eso fue lo que pasó, y no quería pensar en lo que hubiera pasada si fuera verano y quitarle a Brina la ropa sólo hubiera sido cosa de levantarle falda y quitarle las bragas. Se temía que no hubiera podido pararse a sí mismo. Le habría hecho el amor contra el árbol en el que jugaban de niños. Felizmente habría perdido el control por Brina MacConnell.

¿Qué se decía sobre lo de ten cuidado con lo que deseas? La apuesta que hizo con ella había sido una broma. Se pasó todo el día imaginando los leotardos que llevaría debajo del traje de esquí y nunca entró en su cabeza que ella solo llevara sujetador, y no había mucho sujetador. Todo el mundo sabía que se debía llevar una combinación de ropa debajo. Todos menos Brina, supuso. Cuando bajó la cremallera pensó que ella le pararía. Quería sorprenderla pero cuando su mirada descendió, el sorprendido había sido él, como un niño pequeño que hojea por primera vez una PlayBoy

Ahora mientras estaba sentado en el jeep, se preguntaba por qué ella no lo detuvo. Diez años atrás ella le habría parado con el lema «mi cuerpo es un templo» una mierda de excusa que su madre le había enseñado. Ahora no sólo no le paró, sino que había apretado sus piernas a su alrededor y sujetado su cabeza contra su pecho, pero él no podía dejar de preguntarse el porqué. La respuesta fácil fue que los dos eran adultos y disfrutaban del sexo, pero Thomas nunca buscaba las respuestas fáciles. Nunca hubiera triunfado en los negocios si lo hubiera hecho.

De camino al hotel otro pensamiento entró en su cabeza. Uno que quería desechar pero que no podía. No le gustaba, pero estaba allí, una pesada voz dentro de su cerebro.

Lo había visto en un motón en hombres mayores y estúpidos chiflados con los que hacia negocios. Hermosas mujeres, mujeres como Holly que estaban dispuestas a estar con cualquiera siempre y cuando tuviera dinero, y los hombres se engañaban a sí mismos pensando que las mujeres les querían por cómo eran.

Thomas no quería creer que Brina pudiera ser tan vacía, pero no la había visto o hablado con ella en diez años. Quizá eso era justamente lo que quería.

Dinero que nunca tuvo de pequeña y la atención que siempre quiso. El ser vista con el pez más grande del estanque. E incluso sabiendo que no era justo juzgándola por su pasado, tampoco era justo lo que ella había hecho antes. Sólo que la última vez el fue el pobre y sucio que ella desechó tan rápido como la basura del día anterior.

Thomas abrió la puerta del jeep y salió de él. Sus rápidos pasos le llevaron al hotel y pasaron de la largo por la recepción. Sin esperar al ascensor, subió las escaleras hasta el tercer piso. Tenía que sacársela de la mente antes de que se volviera completamente loco. Tenía que llenar su cabeza con algo más que el pensamiento de que ella había agarrado sus tripas y las había retorcido.

Sin pausa, pasó junto a su puerta y se dirigió a su propia habitación. Se quitó la chaqueta, se sentó en el sofá en frente de la chimenea y se cambió las botas de esquí. Incluso de niños, siempre había habido algo sobre Brina. Algo que tiraba de él. Algo que se metía en él y le hacía querer agarrar su pelo con las manos y enterrar la cara en su cuello. La otra noche pensó que no sentía nada por ella, pero estaba equivocado. Esa mañana pensó que podría besarla y tocarla, quizás hacerle el amor. Nada complicado. Sólo dos personas que solían conocerse de niños, y se juntaban de adulos para pasar un buen rato. Sólo un hombre y una mujer que querían darse un poco de placer mutuamente.

Había vuelto a estar equivocado. No eran sólo un hombre y una mujer. Ellos eran Thomas y Brina y como en alguna memoria preprogramada, su cuerpo respondía como si volviera a tener diecisiete años, cuando la quería tanto que pensaba que podría morir. Sólo que ahora era peor. Cuando la sostuvo junto a él contra aquel árbol y contempló como sus ojos pardos se volvían grises de pasión, había pasado de quererla a directamente necesitarla.

Thomas cogió sus esquís y salió al pasillo. Lo último que quería era necesitar a Brina MacConnell.

5

Brina parpadeó en la oscuridad mientras miraba el reloj que tenía junto a la cama. Las 10:30 de la noche. Se había perdido el banquete y el tour por su antiguo colegio. No pasaba nada, pero quería encontrar a Karen Jhonson y a Jen Larkin antes de la ceremonia de premios y asegurarse de que tenía a alguien con quien sentarse y no parecer una completa solitaria.

Se apartó el pelo de la cara y se sentó en el borde de la cama. Después de que Thomas la dejara en el hotel, se cambió de ropa y volvió a bajar al vestíbulo. Karen y Jen estaban a punto de irse de compras por las tiendas del pueblo así que Brina se unió a ellas y compró una camiseta de Gallinton para remplazar a la vieja que usaba para dormir. Pasó un buen rato hablando sobre el pasado con chicas con las que tenía algo en común. Chicas de la banda. Chicas del club de economía doméstica. Chicas lerdas que no sabían esquiar.

Ayudó a Karen a comprar ropa para el bebé que iba a tener y se detuvieron a ver la antigua estación de bomberos que había sido renovada. Se mantuvo ocupada, distrayendo su atención en las compras por lo que no pensó demasiado en Thomas. Bueno, al menos no cada minuto que pasaba.

Cuando regresó al hotel, cogió el equipo de esquí que alquiló esa mañana. No tenía sentido conservarlo cuando no planeaba esquiar más. Mientras hacía fila para devolver el espantoso traje azul de esquí, unas risas desviaron su atención de la tienda de alquileres al salón. Sentados junto a un gran fuego y con una imagen acogedora, como si fueran los mejores amigos, estaban Holly, Mindy Burton y Thomas.

Mientras ella esperaba en la tienda de alquiler, con el estómago revuelto y sosteniendo el traje en el que Thomas había introducido sus manos, éste coqueteaba con otras mujeres.

Observó cómo Thomas se inclinaba y le decía a Holly algo al oído y sintió un pinchazo en el corazón que le hizo mirar hacia otro lado. Él la había dejado para estar con Holly y sus amigas y eso dolía más de lo que era posible.

Después de devolver el traje, se fue a su habitación diciéndose a sí misma que no le importaba. Sus ojos se humedecieron de todas formas, y lo peor era que su corazón no escuchaba razones. Encendió la televisión y vio un poco de las noticias locales antes de prepararse para los eventos preparados para esa tarde. Se tumbó mirando al techo mientas oía un reportaje sobre alguna estúpida asamblea en el ayuntamiento y se quedó dormida. Desafortunadamente, tuvo una pesadilla sobre Thomas y Holly, felices, riéndose, juntos. Ahora que estaba despierta, pensó en regresar a la cama. Volver a ver a Thomas con Holly podría matarla.

La luz de la televisión iluminaba la habitación mientras trataba de imaginar qué estaría pasando en el banquete que de abajo. Sé, ver a Thomas con Holly la mataría, pero quedarse en su habitación imaginándose lo peor también lo haría.