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Sintiéndose vacía y sin nada que se pudiera confundir con entusiasmo, Brina se duchó por segunda vez ese día. Cuando salió estaba vestida con unos vaqueros y una camiseta de manga corta. Las palabras Calvin Klein escritas en plata sobre sus pechos. Se puso un cinturón de cuero y las botas de lana que había llevado antes. No estaban a la moda, pero le mantendrían los pies calientes cuando saliera a ver el espectáculo de fuegos artificiales que cada año el hotel hacía a medianoche.

Se secó el cabello y lo trenzó. Se maquilló un poco para sentirse mejor, más que para estar bien ante cierto hombre en particular. Se colocó unos aros de plata en las orejas y aplicó un poco de gomina brillante en el pelo. Parecía bajita, pero estaba bien.

Antes de salir, cogió el abrigo que se había traído de casa y cuando llegó a las escaleras ya eran las once y media. Pasó de largo por la sala de baile donde la reunión había tenido lugar la noche anterior. Esa noche el hotel ofrecía su fiesta anual de noche vieja y la reunión se había trasladado al final del pasillo, a una gran sala de banquetes.

Atravesó la puerta y pensó quedarse por el fondo no sea que se decidiera a efectuar una silenciosa salida.

La voz de Mindy Burton flotaba por la habitación desde donde estaba, al lado de un gran podio con pequeños trofeos.

– … y nuestro próximo premio es para la pareja con más hijos. Es para Bob y Tamara Henderson. Tienen siete -dijo Mindy poniendo un voz feliz, como si tener siete pequeñajos en diez años fuera una de las siete maravillas del mundo. Todo el mundo aplaudió a los órganos reproductores de Bob y Tarama, y Brina pensó que quizás fuera sólo ella y su espeluznante humor pero creía que dar a luz no era algo tan inusual como para merecerse un premio. Era más bien, como si los del comité de la reunión fueran tan necios que tuvieron que pensar razones estúpidas para dar a sus amigos un trofeo. Lo siguiente probablemente sería el premio al pelo más castaño.

Dejó que su vista vagara por la sala, buscado a Karen y a Jen, pero por supuesto, localizó a Thomas primero. Y por supuesto estaba sentado en una mesa rodeado de mujeres. Y como si sintiera su mirada sobre él, la miró y se le levantó despacio de la silla.

Mientras Mindy anunciaba al siguiente ganador, Brina vio como Thomas se dirigía a ella. Tenía la cara bronceada por el sol y los labios un poquito secos. Llevaba unos Levi's desteñidos, un suéter blanco de algodón con cuello marinero y una simple camiseta blanca debajo. Y con cada una de sus pasos, el corazón de Brina se aceleraba un poquito. Y cuánto más se aceleraba su corazón, más enfada se ponía, y cuanto más se enfadaba, menos le preocupaba si su enfado era irracional. La besó y tocó como si ella hubiera significado algo para él y luego la abandonó haciéndola sentir como si no lo fuera. Le hizo cuestionarse sus motivos y los de él. Se sintió insegura e incierta. Algo que le pasaba desde el instituto.

Thomas no le debía nada, se recordó a sí misma. Ella no le debía nada. Era un extraño. Eran extraños. Ya no lo conocía.

Sólo que no parecía un extraño. Cuando le miraba a sus familiares ojos azules, sentía como si hubiera regresado a casa. Reconocía su alma. Thomas era la única persona viva con la que ella compartía ciertos recuerdos que le podían hacer llevar una sonrisa a los labios, atragantarse o encogérsele el corazón.

Él era el único que conocía todas las inseguridades de su niñez y que en sexto curso había rezado para tener una muñeca «Tarta de Fresa».

– Hola -le dijo mientras se ponía en frente de ella-. ¿Acabas de venir de alguna parte?

– Sí, de mi cuarto.

Mindy anunció el premio para la persona que había cambiado menos y Thomas esperó a que los aplausos cesaran antes de volver a preguntar.

– ¿Has estado en tu cuarto todo la noche?

– Sí.

– ¿Sola?

Lo sabía. Después de lo que pasó esa tarde, él se pensaba que era una promiscua y por supuesto había tenido que admitir lo del sexo extravagante en el Rose Garden, lo que no ayudaba a su imagen.

Con el abrigo colgándole de un brazo se apoyó la mano libre en la cadera.

– ¿Dónde has estado tú toda la tarde?

– Contigo.

Ella ignoró el rubor que crecía desde su cuello.

– Después de que me abandonaras.

Él entrecerró los ojos un poco.

– Después de que los dos regresamos al hotel -dijo lentamente-, me fui a esquiar.

– Sí, te vi esquiando.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Nada.

– Estás enfadada por algo.

– No, no lo estoy.

– Sí lo estás, siempre he podido decir cuándo estabas enfadada. Te salían dos pequeñas arrugas entre los ojos. Todavía lo haces.

Prefería comer hormigas que decirle por que estaba enfadada. Miró tras el y buscó entre la multitud hasta que dio con Karen y Jen.

– Perdóname -dijo-, me voy a sentar con mis amigas.

Caminó entre las mesas y justo había puesto su abrigo en el respaldo de una silla vacía cuando Mindy anunció el siguiente premio.

– … y el premio para la persona que ha cambiado más es para Brina MacConnell.

Brina miró hacia el escenario y se quedó inmóvil. Se asombró de que todavía se acordaran de ella. Vaya, por un momento se sintió especial. Se dirigió hacia donde esta Mindy, que le dio un barato trofeo en forma de montaña hecha de un plástico igual de barato.

– Estás fantástica ahora, Brina -le dijo Mindy.

Brina observó los azules ojos de Mindy y decidió no ofenderse por el comentario. Ella y Mindy nunca habían sido amigas, pero Mindy nunca fue desagradable con ella a propósito.

– Gracias -dijo-, tú también.

Regresó a la mesa y se sentó echando un vistazo hacia la puerta, Thomas ya no estaba allí, pero tampoco seguía sentado con Holly. Miró por la sala y le vio hablando con George Allen. Se había puesto su chaqueta de esquí y apoyaba el peso sobre una pierna mientras giraba sus llaves con el dedo índice. Le vio sacudir la cabeza y salir de la sala de banquetes y Brina no pudo dejar de preguntarse a donde iría y a quien se encontraría.

– ¿Qué premio te ha tocado a ti? -preguntó a Karen en un esfuerzo por apartar su mente de Thomas.

– La chica que tiene más probabilidades de dar a luz en la reunión.

– Supongo que les llevaría horas pensar en eso -dijo y miró a Jen-. ¿Cuál es el tuyo?

Karen se empezó a reír y Brina esperó que no fuera nada desagradable como la chica que más peso había ganado.

– El de más pecas -respondió Jen con ceño-. Quería el del mejor pelo, pero se lo dieron a Donny Donovan.

– ¿No es gay?

– No, pero su novio sí lo es, creo.

– ¿Quien es su novio? -pregunto Brina.

– ¿Recuerdas a un chico que se graduó un año antes que nosotros, Deke Rogers?

– No -dijo Brina-, ¡¡espera!! ¿Deke Rogers? ¿El chico que se parecía a Brad Pitt y hacía carreras de coche? ¿Del que todo el mundo estaba locamente enamorado?

– Sí, incluido Donny.

Sacudió la cabeza.

– Pufff, ¿no podría alguien como George Allen hacernos un favor a todas las mujeres y ser gay? A nadie le importaría.

– Es verdad.

Jen asintió.

– Sí, a nadie le importa que Richard Simmons sea gay, pero sí que lo sea Rupert Everett. -Suspiró y apoyó la cabeza contra su rechoncha mano-. No me importaría hacerle hetero.

Brina se mordió el labio para no reír, pero Karen no lo hizo, se rió tan alto que sobrepasó a la voz de Mindy y Brina tuvo miedo de que estallara su vaso de agua.

Después de que Mindy diera los dos últimos premios, hizo el anuncio final.

– Por supuesto, todo el mundo está invitado a unirse en la celebración de noche vieja. Cinco minutos antes de medianoche, se les proveerá con una copa de champán y sé que algunos de vosotros seréis los primeros en tomar ventaja en el alcohol gratis.

– ¡Puedes estar segura! -gritó alguien desde el fondo de la sala.