Él se puso de rodillas y el aire frío le rozó los pezones mientras le miraba a la cara y alcanzó el primer botón que cerraba sus Levi’s. Se apoyó sobre los codos y presionó hasta quedar sentada entre sus muslos. Mientras le desabrochaba los cinco botones se arrimó hacia delante y le besó en el ombligo.
Thomas aspiró profundamente. Ella le besaba la tripa, el fino vello de su tesoro y la banda elástica de sus calzoncillos.
– He leído en alguna parte -le susurró mientras sus manos entraban dentro de sus vaqueros y ropa interior-, que una mujer nunca deber dar placer oral a un hombre en la primera cita -le agarró fuertemente y presionó.
– Esta no es nuestra primera cita -dijo él con la voz rasgada.
Le enganchó los pantalones y ropa interior con los dedos y se la bajó lentamente por los muslos. Brina se lo quedó mirando, fascinada por el vello púbico que crecía denso en su ingle. Su pene apuntaba hacia ella, grueso con flagrante deseo. Ella envolvió la mano en su duro miembro, acariciando la piel y sintiendo el increíble calor de él.
– El artículo decía que asustaría al hombre y no volvería a llamar. -Levantó la mirada hacia él, y preguntó-: ¿Estás asustado?
– Sólo de que te vayas -dijo moviendo la cabeza.
– Buena respuesta -dijo y bajó su boca sobre él.
Lamió las gotas de semen que aparecían en la punta. Un desigual gemido le salió de la garganta mientras ella abría la boca y le succionaba dentro. Su lengua lamiéndolo y torturándolo hasta que la apartó de él. Su respiración era pesada y dura, los ojos azul oscuro como dos rajas de deseo, se quitó los vaqueros y le quitó los pantalones también a ella hasta que los dos quedaron desnudos, con las duras puntas de sus pechos presionando uno sobre el otro. Las piernas entrelazadas, su boca alimentándose de la de ella, los calientes cuerpos unidos por la pasión. Movió su mano por el costado y la deslizó entre sus piernas, sus dedos tocando la resbaladiza piel. Brina gimió en la garganta.
– ¿Que decía el artículo sobre las mujeres? -preguntó mientras separaba su boca de la suya-. ¿Las mujeres se asustan?
Le llevó un momento comprender qué le estaba preguntado. No quería llegar al orgasmo de ese modo. Quería llegar con él dentro de ella. Estaba tan cerca ahora mismo, que apretó sus muslos alrededor de la mano que le daba placer para pararle.
.No lo decía. -Se mojó los labios. Parecían hinchados y su voz sonaba como drogada-. Hazme el amor.
Alcanzó sobre su cabeza la caja de condones y puso a Thomas de espaldas. Mientras él miraba, ella extendió el fino látex y lo desenrolló sobre su duro y grueso miembro hasta su oscuro pelo púbico. De pronto se encontró despaldas con él entre sus muslos, la cabeza de su pene tocando el muslo por dentro.
.Esto se puede poner violento -le avisó mientras entraba en ella.
Ella no pudo evitar soltar un suspiro de placer a la vez que él entraba más profundamente en ella.
Thomas apoyó el peso sobre sus brazos y le sujetó la cara con las manos. Mirándola profundamente a los ojos mientras se movía en ella, tocando y rozando el punto exacto donde se centraba su placer, dentro y fuera, volviéndola loca de necesidad por él. Saliendo lentamente y clavándose profundamente. Y con cada embestida llevándola hacia el clímax y cada vez colocándola más cerca del cabecero de la cama.
Ella deslizó las manos por los contornos de su espalda y las duras nalgas de su trasero.
– Más rápido -susurró contra su boca.
Se movía con él, al mismo ritmo en que él embestía con su cadera, duro, profundo y rápido. Calor y deseo en su piel, mezclándose con sus nervios. Ella acercó las manos a su cara y le miro a los ojos.
– Thomas -gimió mientras entraba en ella presionando duramente-. Te quiero -gimió a la vez que un orgasmo la desgarraba desde dentro con un intenso placer.
En tanto se extendía sobre ella, una y otra vez, su cuerpo se convulsionaba alrededor del de él mientras entraba en ella una y otra vez. Entonces notó como los dedos que el tenía sobre su cara se cerraban y su clímax le arrancaba un profundo y primitivo gemido desde el pecho que parecía durar para siempre.
– ¡Brina! -dijo con una rasgada exhalación mientras sus caderas se paraban. La miró a los ojos, su respiración era áspera y penetró en ella una última vez para quedarse allí-. ¿Estás bien? -le pregunto.
Estaba mejor que bien y sonrió.
– Sí, estoy genial.
– Sí, lo estas. – Le besó la frente y la nariz-. ¿Alguna quemadura por la fricción?
Alzó la cabeza y se dio cuenta de la proximidad del cabecero.
– No que yo sepa.
– Lo miraré por ti en un minuto -dijo mientras se apartaba de ella-, vuelvo enseguida.
La dejó y se fue al baño. Brina se giró sobre su estómago y presionó su mejilla sobre la fría tela. Le había dicho que le quería.
Él no había dicho nada.
– ¡Oye! -dijo desde la otra habitación-. Si tienes hambre, podemos arrasar el bar. Está lleno con algunas cosas bastante buenas.
Y lo arrasaron. Comieron las galletitas y el queso y abrieron una pequeña lata de jamón curado. Para el postre tenían trufas y nueces de macadamia cubiertas de chocolate.
Hicieron el amor en suelo detrás del bar, y en el jacuzzi mientras el agua caliente se arremolinaba alrededor de sus cuerpos desnudos.
Tomás nunca mencionó la palabra amor refiriéndose a ella, pero la tocaba como si lo hiciera. Le secó la piel cuidadosamente con la toalla y le peinó el pelo mojado.
No, él no mencionó la palabra, decía cosas como «Siempre he amado tu pelo. Podría hacer esto para siempre»y «Me encantaría que vieras mi apartamento. Aspen es precioso.»
Alrededor de las cuatro de la mañana la acompañó por el pasillo hasta su habitación.
– ¿Estás segura de que no quieres volver a la cama conmigo? -le preguntó mientras le abría la puerta-. Quiero dormir contigo -abrió la puerta y bostezo-, sólo dormir, lo prometo.
Y despertarse con el pelo revuelto y aliento matutino. Ni loca.
– Llámame cuando te despiertes -dijo mientras apoyaba sus manos en su pecho y se ponía de puntillas.
Con el corazón latiendo rápidamente en su pecho, enredó la mano alrededor de su cuello y le dio un beso de buenas noches.
Nunca se había sentido como se sentía en ese momento. Excitada, eufórica, completamente feliz. Quizá porque nunca había amando a un hombre de la manera en que amaba a Thomas Mack.
Cuando Brina se despertó tarde por la mañana, la luz del teléfono parpadeaba. Eras las once y media y Thomas no había llamado. Probablemente seguiría durmiendo.
– Brina, soy Thomas. Ha pasado algo y he tenido que irme inmediatamente. Son las seis y media y no he querido despertarte pero… Escucha, voy a conducir directamente a Denver y coger un avión a Palm Springs. No se cuando… -soltó un suspiro-, hablaré contigo cuando tenga la oportunidad.
Brina escuchó el mensaje tres veces más antes de colgar el teléfono. Se había ido. Sencillamente se fue. Se fue sin llamar a su puerta y hablar con ella. Se fue sin mencionar cuando le podría volver a ver. Se fue sin decirle que la quería o darle un beso de despedida.
Se apartó el pelo de la cara y se puso los vaqueros. Llamó a recepción y preguntó si tenía algún mensaje de él.
No lo tenía.
Poniéndose una camiseta vieja y los pantalones, cogió la llave y salió al pasillo. La puerta de Thomas estaba abierta y el carro de la limpieza estaba dentro. Los muebles habían sido limpiados, la alfombra aspirada y el bar vuelto a llenar.
Se acercó a la puerta de la habitación y se detuvo. Dos mujeres de la limpieza estaban cambiando las sábanas por unas nuevas.
Todos los rastros de él habían desaparecido. Sus ropas, las sábanas en las que había dormido, las toallas que había usado para secarla.