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– … en 1990 escuchábamos a Robert Palmer, New Kids on the Block y U2 -continuó Mindy.

Thomas no, recordó Brina. El oía a Bob Dylan y a Eric Clapton.

– George Bush fue nombrado el cuadragésimo primer presidente y Lucille Ball murió a la edad de setenta y siete años. En la televisión veíamos Cheers y la «La ley de los Ángeles» y cuando íbamos al cine veíamos Aracnofobia y Ghost. En nosotros…

Los pensamientos de Brina volvieron al alto hombre vestido con un impecable traje de diseño junto a ella. Y una vez más se preguntó porqué habría vuelto después de jurar que no lo haría. Quizá, como ella, vino para mostrar a todo el mundo que no era alguien insignificante, que había logrado el éxito en la vida, pero Thomas nunca le dio importancia a lo que los demás pensaran de él. En efecto, ella nunca había conocido a nadie a quien le importara tan poco impresionar a alguien, pero habían pasado diez años, y la gente cambia. Ella lo había hecho, tanto como él.

– … en 1990 -continuó Mindy- nuestro equipo de fútbol llegó a los estatales y nuestro equipo de esquí consiguió ganar en todos los torneos.

El teléfono móvil de Thomas vibró dentro del bolsillo de su chaqueta y lo sacó para contestar. En voz baja empezó a hablar por teléfono.

– ¿Cómo te sientes…? ¿Qué ha dicho…? Oh… -hizo una pausa y arrugó las cejas-. ¿Lo conectaste al puerto como te dije…? Sí, a ese… ¿la abuela derramó su Postum en el teclado…? Claro que eso es un problema… ¿qué…? espera un minuto -miró a Brina-. Estoy seguro de que te veré antes de que termine el fin de semana -dijo y entonces con el teléfono en una mano y su bebida en la otra salió de la sala.

Brina volvió la mirada hacia el escenario. La última vez que había estado en la sala de fiestas del Timber Creek había sido la noche de la promoción de navidad. Se vistió de rojo también aquella noche. Un vestido rojo de satén que su madre le hizo con una tela que habían comprado en la fábrica de Judy. Se puso flores en el pelo y su pareja, Mark Harris, un esmoquin negro.

Brina había estado enamorada de Mark durante años pero no fue hasta que su novia, Reina de la Promoción y jefa de las animadoras, Holly Buchanan, le dejara dos semanas antes del baile, cuando él se fijó en ella y le pidió que lo acompañara a la fiesta. Salieron juntos unas cuantas semanas hasta que Holly chascó los dedos y Mark volvió corriendo con ella. Brina se sintió fatal.

Y como si pensar en él le hiciera materializarse, Mark Harris apareció delante de ella. Miró el nombre que ella tenía puesto en la etiqueta y sonrió.

– ¿Duendecillo?

Ella frunció en cejo a la vez que él echaba la cabeza para atrás y reía. Siempre había tenido los dientes más blancos que ella jamás había visto, y pasados diez años, no había cambiado mucho. Su pelo rubio se había vuelto de un ligero color castaño y tenía unas pocas arrugas a los lados de sus ojos verdes, en todo caso, se había vuelto más apuesto con la edad. Su corbata verde iba a juego con su camisa, enfundada en unos pantalones de color caqui. No era tan musculoso como ella recordaba pero aun así, estaba bastante bien.

Mindy continuó hablando, la sala aplaudió algo que había dicho y Mark Harris sujetó a Brina por los hombros y la miró a los ojos.

– ¡Dios, estás genial! -dijo con perfecta sonrisa- no puedo creer que te dejara por Holly, debí de ser un idiota.

Se parecía tanto a lo que ella había estado pensando sobre lo que hizo con Thomas que se rió.

– Lo eras, pero no seas demasiado duro contigo mismo. Holly era una Barbie andante y parlante -sacudió la cabeza-. Siempre pensé que os casaríais.

– Lo hicimos y luego nos divorciamos -dijo como si no fuera nada importante y Brina se preguntó cuántos de sus compañeros de clase se habrían casado y divorciado.

– ¿Has venido sola? -pregunto.

– Sí.

– Qué suerte, yo también. -La sonrisa le llegó hasta los ojos-. Ven, vamos a hablar con algunos de los chicos. Todo el mundo se muere por saber quien eres, pero nadie acertó. -Colocó la mano sobre la espalda de Brina y agregó-. Nadie te reconoció cuando entraste, entonces te vieron hablar con Thomas Mack y pensaron que eras su acompañante. No lo eres, ¿verdad?

– No.

Brina echó un vistazo a la sala y vio a Thomas hablar con una alta mujer rubia dentro de un ajustado vestido negro. No había equivocación, Holly Buchanan, la reina del baile. Desde siempre que pudiera recordar, Holly había sido rubia y bonita. No había pasado por ninguna etapa embarazosa o fea, era como si hubiera alguna regla no escrita en algún sitio donde decía que las bonitas chicas ricas tenían que ser graciosas y con clase, Holly nunca la había leído, o quizás nunca le había interesado.

Thomas y Holly estaban de perfil y ella tenía las manos en su chaqueta mientras le sonreía. Brina se preguntó qué había dicho él para hacer que Holly sonriera. No había dicho nada para que ella lo hiciera. Ni un poquito, al contrario, había estado tieso y tenso, no como el Thomas que recordaba.

– Creo que se supone que debemos escuchar a Mindy -dijo a la vez que Mark la dirigía hacia un pequeño grupo de gente que estaba a su derecha. Hubo un tiempo en el que el roce de su mano le hacía tener palpitaciones. Ahora solo era alguien al que solía conocer, uno de esos chicos con los que estaba eternamente agradecida de no haberse acostado con ellos.

– Nadie escucha a Mindy, ni si quiera Brett -dijo mientras la conducía hacia su grupo de amigos. En el colegio, eran el grupo de los chicos con dinero. El grupo que llevaba sus pases de ski en sus chaquetas como un símbolo del estatus que tenían. Brina reconoció a algunos, de otros no tenía ni idea hasta que se los volvieron a presentar. Viviendo en un pueblo tan pequeño, había crecido con ellos, pero nunca habían sido amigos.

Escuchándoles ahora, descubrió que la mayoría de la gente con la que se había graduado todavía vivía en la zona. Muchos de ellos se habían casado nada más terminar el instituto o la universidad pero se habían divorciado pronto y estaban ahora con sus segundas o terceras relaciones. Y mientras que hablaban sobre 1990 como los mejores años de sus vidas, Brina miró más allá de ellos, hacia Thomas.

El instituto no había sido lo más importante en su vida y tampoco lo fue en la de él. Como si Thomas leyera sus pensamientos, levantó la mirada sobre la cabeza de Holly y sus ojos se encontraron. La miró durante varios segundos, su expresión indescifrable, entonces arrugó la frente y miró a otra parte.

Las luces se fueron apagando según Mindy acababa su discurso y Brina ya no pudo ver más la cara de Thomas. Se volvió sólo una silueta en la oscura habitación.

La banda subió al escenario, practicó unos momentos y empezaron una bastante decente versión de «Turn you inside out». Mark cogió a Brina de la mano y la llevó a la pista de baile. Mientras que la sujetaba de los brazos y la apretaba contra su pecho preguntó.

– ¿Qué vas a hacer luego?

Su vuelo había salido tarde y no había pensado en nada, más allá de tomar una ducha e irse a la cama.

– Irme a mi habitación.

– Algunos de nosotros nos iremos a mi casa un rato. Deberías venir.

Ella se apartó y le miró a la cara. Pensó en ellos y vio que era mejor dormir a escuchar más historias sobre las veces que Mark y sus amigos habían esquiado desnudos o asaltado el club de ajedrez y escondido todos los reyes.

– Creo que por hoy prefiero descansar -le contesto.

– Ok, nos vemos mañana. Estaremos en la parte de atrás.

Después de vivir tantos años en Gallinton sabía que eso significaría que todos irían a esquiar a la ladera de detrás de la montaña del «Dólar de plata». Pero que hubiera sido criada en una estación de esquí no significaba que supiera esquiar. No sabía.