Cuando regresó a su habitación del hotel se tiró en la cama y pasó toda la noche despierta, pensando en Thomas y Holly comportándose como cabras. Y cuánto más pensaba en ello, más enfadada estaba, hasta deseó que Thomas estuviera frente a ella para poderle golpear. No se durmió hasta las 3:00 de la mañana y ahora, a las 8:30 estaba exhausta.
Se sentó en el borde de la cama y retiró la manta a un lado, llamó al servicio de habitaciones y pidió un café con unas tostadas. En la cocina la dijeron que el desayuno tardaría unos veinte minutos así que decidió ducharse. Y mientras el agua caliente le resbalaba por la cabeza, se preguntó por qué el que Thomas se comportara con una cabra le molestaba tanto. Se dijo que quizá era porque esperaba más de él. Por lo menos debería tener mejor gusto con las mujeres. En verdad, Holly todavía era guapa y eso que habían pasado diez años desde el instituto. Quizá Holly se había vuelto una persona agradable, pero Brina lo dudaba.
Alcanzó el shampoo y se lavó el pelo. Quizá su mente convirtió a Thomas en algo que no era. Usó el prototipo del chico que había conocido, el chico que iba al cine con ella para que no tuviera que ir sola, para crear a alguien que quizá fuera igual durante toda la vida. Pero la gente cambia. Thomas cambió. Se convirtió en… un hombre.
Después de ducharse se envolvió el cabello en una toalla y cepilló sus dientes. Un golpe en la puerta la asustó, se puso corriendo un par de braguitas beige. Cogió una bata blanca de seda y dijo «Un minuto» mientras metía los brazos por las mangas.
Tomó diez dólares de su monedero y corrió para atarse el cinturón en la cintura. A las nueve de la mañana pensó que el servicio de habitaciones estaba acostumbrado a ver a gente en bata. Pero cuando abrió la puerta, no se encontró con el servicio de habitaciones.
Thomas estaba al otro lado, con aspecto fresco, limpio y muy descansado, como el de un hombre que se había pasado la noche intentando posturas sexuales de animales con la reina de la promoción. Su camiseta blanca estaba metida dentro de unos pantalones negros de esquí, y la palabra DYNASTAR estaba impresa en cada una de las mangas.
– Pensé que ya estarías lista. -dijo.
Brina se miró a sí misma y se ató más fuerte el cinturón de su bata.
– Ojalá hubieras llamado antes.
– ¿Por qué?
Le miró a los azules ojos y pronunció lo obvio.
– No estoy vestida, Thomas.
– Ya te he visto desnuda antes.
– ¿Cuándo?
– Cuando las braguitas de tu bikini se bajaban.
– Tenía ocho años. Los dos hemos crecido desde entonces.
– Todavía eres bajita.
El servicio de habitaciones llegó y antes de que Brina supiera lo que él estaba haciendo o pudiera protestar, Thomas pagó al camarero e introdujo la bandeja con el desayuno dentro de la habitación. Puso la bandeja sobre una mesita al lado de la ventana y abrió las cortinas haciendo que la luz de la mañana inundara la habitación excepto el pequeño pasillo de la entrada en el que se encontraba Brina.
Brina se apoyó sobre la puerta y estudió su pelo oscuro cortado justo a la mitad del bronceado cuello. Su mirada recorrió los anchos hombros, la espalda, la estrecha cintura y el bonito y redondeado trasero. Su piernas siempre habían sido largas, su pies grandes y de pronto la habitación pareció ser mucho más pequeña. La limpia y fresca esencia de su piel se mezclaba con el aroma del café, y el estómago de Brina se retorció de hambre, pero no sabía cual de los dos había sido el responsable de que tuviera hambre.
La visión del desayuno o la visión de Thomas.
Entonces él se dio la vuelta y la miró, y ella lo supo. Su cara era devastadoramente atractiva, la simetría un poco más perfecta con la luz natural. Su piel parecía más suave y bronceada. Él parecía más… la palabra que le venía a la mente era moreno. La mezcla de sangre anglosajona de su padre y española de su madre había creado una poderosa ilusión de pasión y control.
Se sentía desnuda delante de él. Se quitó la toalla del cabello y éste, mojado, le cayó por lo hombros cubriendo sus pechos y espalda.
– ¿Por qué no estás esquiando con Holly?
En lugar de responderle, sirvió el café.
– ¿Te fuiste con Mark anoche? – Preguntó a la vez que soplaba en la taza y bebía un trago.
– Fui a su fiesta pero era tan aburrida que me escabullí.
Bajó la taza y levantó sus oscuras cejas.
– Qué pena -dijo sonando muy poco convincente y caminó hacia ella, sus largos pasos acortando silenciosamente la distancia entre ellos. Parecía más relajado esa mañana. Más como el chico despreocupado con el que había crecido y menos como el hombre que había conocido la noche anterior.
En contraste con la aparente tranquilidad de Thomas, los nervios de Brina impactaban como la Stun Máster [2] que en ocasiones llevaba al trabajo. Le quitó la taza de la mano y le ofreció un billete de diez dólares.
– Toma esto.
– Guarda tu dinero Brina.
En lugar de discutir, ella se acercó a él y le metió el dinero profundamente en el bolsillo de la cadera de sus pantalones de esquí. En el mismo segundo que deslizó la mano entre las finas capas de nylon y GoreTex se dio cuenta del error.
Thomas se quedó congelado y ella sacó rápidamente la mano, pero ya era tarde. El aire entre los dos cambió, se volvió espeso por la tensión. Brina escondió la mano tras su espalda, el calor de Thomas todavía emanaba de sus dedos. Estaba segura de que él llevaba poca ropa y no sabía si debía disculparse o fingir demencia. Se decidió por la segunda opción, pero no podía mirarlo a los ojos. Le miró al pecho y preguntó, como si no se estuviera muriendo de vergüenza.
– ¿Has venido aquí a servirme el café?
– Quiero que esquíes conmigo.
Le miró a la cara y la alivió ver que el la observaba como si nada hubiera pasado.
– Te dije que no sabía esquiar.
– Lo se. Te enseñaré.
– No tengo traje de esquí.
– Puedes alquilar lo que necesites.
Ella estaba a punto de discutir que no necesitaba nada porque no quería esquiar cuando el añadió.
– Yo pagaré por todo.
– No. No lo harás.
– Bien, no lo haré -dijo y miró su reloj de plata-. La tienda de alquiler abrió hace cinco minutos.
– ¿Llamaste?
– Por supuesto. ¿Cuánto tardarás en estar preparada?
Brina consideró sus opciones. Podía dejar que Thomas la enseñara a esquiar o se podía quedar en el hotel esperando encontrar a alguien con quien hablar durante las próximas cuatro o cinco horas.
– Treinta minutos.
Thomas echó un breve vistazo a Brina. Se fijó en la bata de seda y en el pelo mojado, en su impecable piel y en las uñas de los pies pintadas de rosa.
– ¿Puedes hacer que sean veinte? La tienda de alquiler se queda pronto sin las tallas pequeñas -dijo mientras pasaba a su lado y agarraba el picaporte de la puerta-. Te esperaré en el vestíbulo -dijo, y salió de la habitación hacia el pasillo seguido del aroma del champú de Brina que dejaba una suave fragancia de coco y kiwi en el aire.
Thomas se dirigió hacia el final del pasillo y entró en su habitación. La pared del fondo consistía básicamente en ventanas que daban a las pistas de esquí que había debajo y las cortinas estaban apartadas para dejar que la luz del día llenara la habitación. La luz incidía en las copas de cristal que había en el bar, disparando prismas multicolores sobre la gruesa moqueta beige.
Sus esquís estaban apoyados contra la chimenea de piedra. El traje de Hugo Boss que había usado la noche anterior colgaba del brazo de un sofá y la servilleta con el número de teléfono de Holly se había caído de sus pantalones y estaba sobre la mesita de café de caoba.