A pesar de lo que le había dicho a Brina, no había considerado la invitación de Holly. Bueno, quizá la llego a considerar, pero no más de un par de minutos. Holly Buchanan eran tan hermosa como siempre, pero no se mentía a sí mismo pensando que sólo era su personalidad lo que a ella le había gustado. Y francamente, a él le gustaba ser el que iniciara la persecución.
Entró en el dormitorio y cogió del armario sus botas negras de esquí y metió los pies dentro. La mujer a la que quería perseguir en estos momentos estaba justo al final del pasillo. La noche anterior, cuando ella se le había acercado y le preguntó si quería bailar con él, no estaba tan seguro de hacer un viaje por el recuerdo con Brina MacConnell.
Y entonces tomó a Brina en sus brazos y cuanto más la sostenía, más seguro estaba que estaba manejando mal la situación con Brina, así que decidió descubrir por qué le había fascinado y consumido durante su adolescencia. Mientras crecían, ella no había sido guapa, no hasta los primeros años de instituto y no como ahora.
Thomas terminó de ponerse las botas y se levantó.
Iba a permanecer en el pueblo hasta la tarde siguiente y no tenía realmente planes, así que se debía a sí mismo averiguarlo antes de irse. Una parte de él pensaba que ella también se lo debía por todas las veces que se tuvo que sujetar las manos cuando lo que realmente quería era hacer que recorrieran todo su cuerpo. Quería saborear sus labios y su cuello, quería poner la boca sobre sus pechos y que sus manos descendieran por sus piernas.
Si era completamente honesto, tenía que admitir que una parte de su plan poco tenía que ver con la niña de su pasado y todo con la mujer que había abierto la puerta llevando el pelo envuelto en una toalla, las mejillas sonrosadas por la ducha y los pezones marcándose en la bata de seda. Se sentía atraído por la mujer que enrojeció cuando metió el dinero en sus pantalones de esquí y encontró más de lo que buscaba, al contrario que Holly que metió su número de teléfono en su bolsillo mientras le contaba exactamente lo que quería.
Recordar la cara de Brina en el momento exacto en que se dio cuenta de donde había metido la mano hizo que los labios de Thomas se curvaran en una sonrisa. Cogió los bastones de esquí del rincón donde los dejó el día anterior. Si ella no era cuidadosa, la próxima vez que lo tocara, no sería un accidente.
El último día del año 2000 fue espectacular. El sol brillaba en un cielo casi despejado y la temperatura rondaba los treinta grados. Un tiempo perfecto para esquiar.
– ¿Estás seguro de que no me voy a caer?
– Sí, y si lo haces yo te cogeré.
Incluso aunque Thomas sabía lo que estaba haciendo, Brina todavía estaba un poco insegura. Seguro, él le había ayudado a alquilar la ropa y el equipo adecuado, el largo bueno de bastones y esquís, pero ella no estaba tan segura sobre el telesilla.
La cola se movió un poco y Brina plantó los bastones en el suelo y se dio un poco de impulso. Sólo habían dado unas cuantas lecciones antes de ponerse en la cola.
– ¿No deberíamos intentar primero la «colina de los conejitos»?
– La colina de los conejitos es para miedicas.
En estos momentos ella podría vivir con eso.
– Con este traje es donde encajo -dijo refiriéndose a su traje de una pieza que se cerraba por la parte de delantera y se ceñía en la cintura. Era de un color azul claro y tenía el nombre Patagonia cosido en su pecho izquierdo.
– Estás mona -dijo Thomas tratando de parecer sincero, pero su sonrisa era demasiado divertida. En contraste con Brina, Thomas no parecía un lerdo. Vestido completamente de negro parecía uno de esos esquiadores de los anuncios de Ray-Ban.
– Bueno, no dejo de pensar en la última vez que esquié y no puedo parar de pensar en que me voy a caer y romperme una pierna otra vez, sólo que esta vez cuando los chicos de la patrulla de esquí vengan a por mí, llevaré puesto un traje de conejito. -Se rascó la nariz con la mano enguantada-. Pienso en lo mucho que eso apesta.
Thomas la observó a través de sus oscuras gafas de sol que le hacían imposible verle los ojos.
– Entonces no pienses en ello.
Ella frunció el ceño.
– Gracias, ojalá pudiera.
Se movieron un poco más en la cola y ella volvió a repasar las instrucciones que Thomas le había dado sobre como montarse en la silla.
Mirar hacia atrás, coger la barra que está en la parte de afuera de la silla con la mano, y sentarse cuando la silla te dé en los muslos.
Fácil.
Para su sorpresa y calma, y con la ayuda de Thomas sentarse en el elevador fue más fácil de lo que pensó. Permanecer en él, era más difícil. Sus botas y los esquís pesaban tanto que la tiraban hacia abajo. El resbaladizo traje tampoco ayudaba. Le entró el pánico y se sujetó a la silla.
– Me estoy resbalando.
Thomas alzó los brazos por encima de sus cabezas y bajó la barra de seguridad. Brina apoyó los esquís en la barra que había en la parte de abajo y se relajó mientras la silla los elevaba cada vez más arriba, por encima de las copas de los árboles cubiertos de nieve. La gente que había debajo parecían hormigas de colores y sólo el ruido del cable del telesilla llenaba el aire que rozaba sus mejillas.
– ¿Qué tipo de detective privado eres? -preguntó Thomas rompiendo el silencio.
Ella le miró, su pelo oscuro y traje negro contrastaban con el azul del cielo, sus mejillas se estaban volviendo rosas y los rayos del sol se reflejaban en sus gafas. Concentró sus pupilas y bajó la mirada hacia sus labios.
– Personas desaparecidas en su mayoría. -Le respondió-. A veces investigo fraudes de seguros.
Su boca formó la palabra «¿Cómo?»
– ¿Investigar fraudes? Bien, vamos a ver, una compañía aseguradora asentada en el Este, necesita que algunos trabajos se realicen en Portland. Ellos llaman a mi oficina y me contratan para que investigue los daños de la póliza. Por ejemplo, el año pasado una mujer se cayó en el lugar de trabajo y supuestamente se dañó la espalda y quedó confinada a una silla de ruedas. Ella pidió el dinero del seguro pero nadie la vio caerse y no había cámaras de seguridad. La compañía de seguros me contrató para que la siguiera durante tres semanas.
– ¿Eso no es peligroso?
– Aburrido generalmente. Pero al final la fotografié conduciendo coches de choque con sus hijos en Seaside.
– Siempre fuiste una cosita muy tenaz -sonrió, dejando ver el contraste de los blancos dientes con los broceados labios-. Pensé que querías ser enfermera.
Mirarle a la boca la revolvía el estómago, y se preguntó cómo seria besarle. Inclinarse y presionar sus fríos labios contra los suyos, besarle hasta que la temperatura cambiara y sus bocas se volvieran calientes y húmedas. Apartó la mirada y la dirigió a las copas de los árboles.
– Y tú ibas a ser médico.
Él se rió un poco y atrajo su atención hacia su boca nuevamente.
– Solías darme «polvos curativos» que hacías aplastando Smarties.
– Y tú solías darme inyecciones en el culo.
– Pero nunca te bajaste demasiado los pantalones. Todo lo que puede ver era la parte de arriba de su trasero.
– ¿Era por eso por lo que siempre querías ponerme inyecciones? ¿Querías ver mi culo?
– Oh sí.
– Estábamos en el colegio.
Él se encogió de hombros.
– No tengo hermanas y después de que se te bajaran las braguitas del bikini una vez, tenía curiosidad.
– Eras un pequeño pervertido.
Una nube tapó el sol y detrás de los cristales de sus gafas ella vio su mirada, traspasándola como si pudiera ver a través de su traje azul de esquí.
– No tienes ni idea -dijo y ella sintió algo caliente y liquido revolviéndose en su tripa. Thomas Mack había querido ver su trasero. No era el pequeño e inofensivo amigo que ella siempre pensó. No el chico inocente que la ayudo a construir un fuerte en un árbol no muy lejos de la carretera de servicio que había cerca de su casa.