La silla descendía según se aproximaban a la cima y Thomas elevó la barra de seguridad.
– ¿Recuerdas lo que te conté para bajarte de la silla?
Ella se pasó los bastones a la mano que estaba en la parte de dentro de la silla.
– Lo más importante es hacer una cuña como practicamos antes.
Ella asintió y sus esquís se deslizaron por la nieve según se ponía de pie. La silla la empujó hacia delante y por unos instantes pensó «lo estoy haciendo bien».
Entonces la rampa se curvó hacia la izquierda. Brina continuó hacia adelante y fue cogiendo velocidad.
– ¡Indica con los esquís la dirección a la quieres ir! -gritó Thomas desde algún sitio detrás de ella.
– ¿Qué?
Enterró frenéticamente los bastones en la nieve para parar pero no sirvió de nada. Se deslizó fuera de la rampa hacia el plástico naranja puesto para alejar a los esquiadores de los árboles. Las puntas de sus esquís atravesaron los agujeros que había en el plástico naranja y ella se enredó con él. No se cayó, pero sólo porque se había agarrado a la parte de arriba de la valla y se sujetaba con fuerza.
– Brina.
Miró por encima de su hombro.
– -¿Estás bien?
Una niña no más alta que la cintura de Brina pasó junto a ellos sobre sus pequeños esquís y movió la cabeza como queriendo decir: «¡Qué patosa!»
– ¿Cómo salgo de aquí?
Thomas se puso detrás de ella, y la agarró del cinturón poniéndola en libertad. Se dirigió a un lado de la colina y le informó sobre el nuevo plan.
Sujétate a mi bastón y yo esquiaré delante de ti. Usa tu cuña y yo dirigiré.
Brina tenía sus dudas, pero el nuevo plan funcionó bastante bien. Sobre la leve inclinación de la pista el controlaba la velocidad y sus esquís perfectamente juntos, moviéndose de un lado a lado y haciendo un elegante dibujo de serpiente en la nieve. Ella sujetaba sus bastones con una mano, la parte de atrás de los de él con la otra y en lugar de mirar a los pinos o a los otros esquiadores que pasaban junto a ellos, estudió la parte de atrás de los poderosos muslos de Thomas. Hacía que fuera tan fácil.
Se pararon junto a una marca, los esquís en posición horizontal y Brina lanzó una mirada a la parte baja de la montaña.
– Pensé que íbamos a esquiar en una pendiente para principiantes.
– Esto es.
Ella envolvió sus brazos con los de Thomas para no deslizarse. Bajó las capas de abrigo sus músculos eran pura roca.
– Esto parece el Monte Everest.
– ¿Tienes miedo?
– No quiero volver a romperme la pierna.
– Vamos a probar con esto -dijo mientras apartaba el brazo de Brina del suyo. La puso delante de él y se pasó los bastones a la otra mano-. Vi esto en la escuela de esquí para niños. – Se puso detrás de ella, sus esquís por fuera de los de ella. Apoyó las manos en su estómago y puso su espalda junto a su pecho, sus muslos rozaban los de ella y la parte de arriba de su cabeza se ajustaba perfectamente bajo su barbilla.
Brina le miró, su boca a pocos centímetros de la de él. El aroma a almizcle de la crema de afeitar y el aire frío de la montaña se metían en su piel. Sus respiraciones se entrelazaban y si Thomas bajaba su boca sólo un poquito, sus labios se tocarían. Ella quería que se tocaran. Quería quitarse el guante y poner su mano caliente contra su fría mejilla. Sentía su calor atravesar el nailon y GoreTex de sus pantalones de esquí. Imposible, pero a pesar de todas las capas de ropa el calentaba su espalda, muslos y la parte debajo de su abdomen.
– ¿Qué quieres que haga? -le preguntó al reflejo de sus gafas.
– Pon los bastones juntos y sujétalos a media altura, enfrente de ti como si fueras una camarera.
– ¿Por qué?
– No lo sé -él sacudió la cabeza y su barbilla rozó su frente-, vi al instructor de los niños haciéndolo, creo que tiene algo que ver con el equilibrio. Pero quiero que lo hagas para que no me los claves en la pierna.
Ella se empezó a reír y preguntó.
– ¿Algo más?
– Déjame ser el que dirija y relájate -lo dijo justo por encima se su oreja. Entonces giró los esquís un poco y se deslizaron por la montaña hacienda un elegante «Cs».
Relajarse. Ella lo intentaba pero si no fuera por la pelvis de él presionando en la suya mientras movía los esquís para que fueran más despacio, o sus muslos apretando cuando aceleraban, relajarse quizás hubiera sido posible. Ella se podría haber relajado lo suficiente para disfrutar del viento en su pelo, de la suave brisa en sus mejillas o darse cuenta de que realmente estaba esquiando. Pero era demasiado consciente de la suave presión de su entrepierna en la espalada.
Bajó las manos y presionó sus bastones en los muslos.
– ¿Estás bien? -le preguntó por encima del ruido que hacían sus esquís al deslizarse por la nieve.
– Sí, -pero no estaba tan segura. Mientras Thomas giraba un poco las puntas de los esquís preparado para girar, él la instruyó en el uso de puntas. Pero en lugar de prestar atención, Brina estaba pensando en lo que había pasado esa mañana cuando ella metió la mano en su bolsillo y recordó el calor de su semi-erecto pene contra las yemas de sus dedos. Debajo de su ropa, sus pechos se tensaron y el roce del sujetador contra el traje de nylon irritaba la sensible piel. Él continuaba instruyéndola mientras ella seguía imaginándolo desnudo. Se sentía culpable y una pervertida y de pronto ya no tenía tanto miedo por caerse colina abajo como lo tenía de estar muriéndose por Thomas Mack.
Él extendió los dedos sobre la parte delantera de su traje y le hablo al oído.
– Tu pelo huele a piña colada. En el instituto olía a champú de bebé.
El calor de sus palabras se deslizó por el cuello de Brina y las puntas de sus esquís se cruzaron. Los tacones de sus botas se elevaron y ella se fue hacia delante. Thomas intentó agarrarla del cinturón, «Mierda» maldijo a la vez que los dos se caían al suelo en un lío de piernas, brazos, esquís y bastones. Cayó encima de ella y el aire abandonó sus pulmones mientras los dos se deslizaban unos tres metros antes de pararse en la mitad de la pista.
– ¿Brina?
Ella levantó su cara de la nieve.
– ¿Sí?
– ¿Estás herida? -preguntó a la vez que quitaba su peso de encima de ella.
Brina había perdido los bastones y los esquís en algún momento de la caída y se giró para tumbarse boca arriba mientras Thomas se elevaba por encima de ella, por lo que le dio con el codo en el pecho. A él todavía le quedaba un esquí, el cual estaba justo encima de su pie. Thomas se quito las gafas de los ojos y se las apoyó en la cabeza.
– Estoy bien -respondió Brina-, sólo me he quedado un poco sin aire.
Él sonrió, haciendo que aparecieran unas arrugas al lado de sus ojos azules.
– Fue una buena caída.
– Gracias. ¿Estás herido?
– Si lo estuviera, ¿me darías un beso para que estuviera mejor?
– ¿Sobre qué? ¿Qué tengo que besar?
Él soltó una risita y le toco la cara.
– La frente -dijo.
Brina le puso su enguantada mano en la mejilla y le besó justo entre las cejas.
– ¿Mejor?
Le miró a los ojos y sus labios rozaron los suyos mientras asentía.
Mucho.
A Brina se le quedó el aire en el pecho, la boca abierta mientras esperaba su beso. En cambio, él se puso de rodillas y se giró hacia los árboles, donde unas adolescentes pasaron a su lado esquiando.
– Estás de suerte -dijo mientras se ponía de pie.
El aire frío y la decepción enfriaron la ardiente anticipación que había hecho que su presión sanguínea se alterara. Casi la había besado, ¿no?