Выбрать главу

—Y que lo digas —convine—. No creo que le acusen nunca de falsa modestia.

Miró alrededor.

—Bueno. ¿Disfrutas del crucero?

—No. —Suspiré—. Detesto estas cosas —contesté a su expresión interrogante—. Bueno, aparte de lo que pasó con el Marchioness… siempre me siento atrapado. No puedes salir. En una fiesta o un concierto normales siempre puedes coger tus cosas y poner rumbo a la puerta. En estas cosas te chupas el viaje entero, aunque te mueras de aburrimiento o… bueno, de todo lo contrario. Un par de veces me ha pasado de conocer a alguien y, ah, ya sabes, alguien con quien congenias mucho y…

—Ah. Un alguien femenino.

—Un alguien femenino del género complementario a elección, desde luego, y de repente no tenéis ganas de gentío y queréis ir a alguna parte juntos, solos los dos, y… Bueno, esperar al final del crucero es de lo más frustrante.

Me respondió con una amplia sonrisa y sacó un botellín de cerveza de uno de los bolsillos de la chaqueta.

—¿Tienes costumbre de ligarte mujeres en los cruceros?

—De momento solo lo he hecho dos veces.

—Siempre podrías unirte al club subcubierta o como se llame y follar en los lavabos del barco.

—Lo sé —dije frunciendo el ceño como si acabara de ocurrírseme—, pero no sé de ninguna relación que haya empezado en los lavabos y haya durado demasiado. Es raro. Hum…

—¿Por qué me miras así?

—Perdona. Te contaba los piercings.

—¿Y?

—Eh. Siete. A la vista.

—Ja —dijo, y se levantó la camiseta para mostrarme un ombligo asegurado por una varilla en forma de hueso.

—Ocho.

Echó un trago y se secó los labios con el dorso de la mano, dejó la boca abierta, paseando la lengua por el interior de los dientes inferiores al tiempo que asentía y me repasaba sin disimulo.

—En total, nueve. —Hizo un ligero movimiento que en principio me indujo a pensar que se trataba de una reverencia, pero luego comprendí que hacía como si se mirara a sí misma.

—Vaya. Debe de ser divertido pasar por el detector de metales del aeropuerto.

Frunció un poco las cejas.

—Todo el mundo dice lo mismo. —Se encogió de hombros—. No es ningún problema.

—Bueno, parece que hay poca seguridad en los aeropuertos.

—¿No te van los piercings?

—¿Qué quieres que te diga? Soy un macho hetera y orgulloso —sonreí.

Una ceja alzada me dio la impresión de que me había entendido mal. Volvió la vista de nuevo hacia las luces del barco, sus metales relucieron.

—Oye —dijo—, ¿bailamos?

—Uf, pensaba que nunca lo preguntarías.

No nos unimos al club de subcubierta o comoquiera que lo llamara Jo. Esperamos una hora y tuvimos una sesión de sexo enérgico y tempestuoso en otro barco, mi nueva casa, el Bella del templo. Encontré el noveno piercing.

—¡Eh! Hundamos el barco, tío.

Me desperté avanzada la noche, con el brazo dormido debajo de ella. El Bella del templo descansaba sobre un lecho de barro no demasiado equilibrado, de modo que hasta cierto punto podías deducir el estado de la marea incluso de noche, en el dormitorio principal y con las cortinas corridas, por la presencia o la ausencia de una ligera sensación de estar inclinado hacia la cabecera de la cama. Ahora notaba dicha sensación. Respiré hondo, saboreando el olor a decadencia que en ocasiones infestaba el aire de las noches veraniegas, proveniente del barro y capaz, las noches realmente cálidas y tranquilas como esa, de abrirse camino incluso hasta allá abajo. Nada. Solo el perfume de Jo.

La chica siguió durmiendo, despatarrada encima de mí, murmurando bajito en sueños. También le gustaba hablar mientras follaba, y que la mordieran. Bueno, que la mordisquearan, pero bastante fuerte. Se mostró muy sorprendida de que yo no compartiera esa predilección. Emitió un curioso ruidito de exhalación, como un suspiro exasperado, luego se acurrucó más cerca de mí y se quedó quieta y silenciosa, con una respiración lenta y regular.

A la luz del radiodespertador se veía un pequeño frasco de plástico sobre la mesilla de noche; sus lentes de contacto festivas. Jo llevaba lentillas a la moda que hacían que sus ojos parecieran fluorescentes a la luz ultravioleta. Bailar con ella en el barco con su anticuado juego de luces había sido… interesante.

Mirándole atentamente la cara distinguía los tenues reflejos de alguno de los piercings de acero que puntuaban su piel. No me importaba en lo más mínimo que la gente se tatuara o se agujereara el cuerpo con varas de metaclass="underline" ¿era mejor, peor o igual que hacerse un lifting, un implante de colágeno, una liposucción o inyectarse botox? No lo sabía. Pero cuanto más lo pensaba, más raro me parecía atravesarse la piel con bultos metálicos. Hasta dónde llegamos para diferenciarnos de los demás, pensé. Pero por otra parte la gente llevaba pendientes y empastes, y había cosas todavía más extrañas, como aquella tribu que va poniendo anillos alrededor del cuello de las chicas a medida que crecen hasta que se lo han estirado tanto que si se quitaran los anillos, se les rompería el cuello y morirían.

Jo era divertida, con lentillas y todo. Ya habíamos dejado claro que ambos nos encontrábamos implicados en relaciones serias (cosa que en cierto modo quería decir que los dos estábamos dispuestos a iniciar una nueva).

Ya veríamos.

—… de visita en su país, señor, y no podía creerme que lo que estaba escuchando aquí mismo, en la ciudad de Londres, no viniera en realidad de Kabul o Bagdad. No me lo podía creer. Tuve que echar un vistazo alrededor y convencerme de que estaba en un taxi londinense, no…

—Señor Hecht…

—¿De dónde demonios salen ustedes? Dios mío, perdimos a cuatro mil de los nuestros en una mañana, hombre. Todos ellos civiles inocentes. Esto es la guerra. ¿No lo entiende? Ha llegado la hora de despertar. Es hora de elegir bando. Cuando el presidente dijo que están con nosotros o contra nosotros, habló en nombre de todos los americanos decentes. Su señor Blair ha elegido de qué lado está y nos gustaría pensar que habla en nombre de todos los ingleses decentes, pero no sé de qué bando se cree usted que está. Desde luego, no parece que del nuestro.

—Señor Hecht, si la elección está entre la democracia estadounidense y unos misóginos asesinos en un Estado gobernado a golpe de decreto y sharia, créame que estoy de su lado. Vendería… Entregaría a mi propio hermano si descubriera que ha tenido algo que ver con los ataques del once de septiembre. Señor Hecht, sé que normalmente no lo parece y estoy seguro de que no se lo pareció cuando me escuchó ayer, pero adoro muchas cosas de América. Adoro sus libertades, que celebren la libertad de expresión, su amor por… el progreso. Sigue siendo la tierra de las oportunidades, lo sé; no hay mejor lugar en el mundo si eres joven, listo, sano y ambicioso. Muchos británicos fingen perplejidad ante el hecho de que tan pocos estadounidenses tengan pasaporte; yo he viajado por su país y sé el porqué; Estados Unidos es un mundo. Los estados son como países, simplemente la escala del país, su diversidad climática y paisajística es deslumbrante, bello de verdad. Y ¿existe alguna nación o algún grupo étnico que no tenga representación en Estados Unidos? Los americanos no tienen necesidad de salir al mundo, el mundo va a ellos y es comprensible.

»Pero hay muchas cuestiones que me plantean problemas. Tengo un problema con cualquiera que haya votado a ese hombre que proclama ser su presidente, por ejemplo… pero como no todos los americanos tienen derecho a voto y la mitad de los que lo tienen no se molestaron en votar y menos de la mitad de los que votaron lo hicieron por Bush, supongo que eso significa que sencillamente me desconcierta un veinte por ciento o menos de la población, que no es para tanto. Pero se trata de problemas similares a los que tienes con un familiar al que quieres; solo importan porque estáis muy unidos. Lo que digo es que, movidos por la rabia y el dolor del momento, ustedes… su gobierno está cometiendo una serie de errores terribles, errores que en el futuro perjudicarán a Estados Unidos y a todos nosotros. Y no quiero que ocurra.