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—Lo siento, Chris —dije.

—Dios. ¿Qué cojones pasa?

—Oh, fui a un programa de la tele con un tipo que se merecía una buena torta, así que se la di. No sé por qué se ha montado tanto alboroto.

—Maldita la falta que me hace a mí todo esto.

Glatz suspiró al tiempo que yo saludaba al guardia de seguridad metido en la cabina del principio de la rampa; la barra se alzó y bajamos a más velocidad. Pisé el freno y conseguí que los frenos rechinaran al llegar al final.

El señor Glatz se marchó con aspecto infeliz, resignado a enfrentarse a la muchedumbre de sinvergüenzas gruñones que seguían patrullando a la salida del aparcamiento.

Me encontré con Timmy Mann en el ascensor.

—Timmy —dije muy animado—. Llegas pronto.

—Eh, sí, ah, hola, ah, Ken —contestó Timmy en una muestra del ingenio incisivo que le había convertido en todo un éxito para el programa de los mediodías. Bajó la vista cuando se cerraron las puertas del ascensor. Timmy tenía algo de atávico; mayor que yo, ex presentador del programa matinal de Radio One y con el pelo negro cortado con un estilo peligrosamente cercano al mullet. Era bajo, incluso para un locutor radiofónico.

En cuanto arrancó el ascensor, mi buen humor se evaporó y se me cayó el alma a los pies.

—Ah, claro —dije—. Has venido a presentar mi programa, ¿no?

—Ah, más o menos. A lo mejor.

—Bueno, no te olvides de pedir que te paguen las horas extras.

—Hum… sí.

—¿Dónde cojones estabas?

—Charlando con un tipo sobre una amenaza de muerte —le contesté a la directora de la emisora, Debbie, dejándome caer en un sofá. El sofá estaba en el extremo más alejado del despacho redecorado de Debbie, a una alfombra oval color malva pastel de distancia de su nuevo escritorio de cromo y fresno, donde Phil el productor y Guy Boulen, picapleitos de Mouth Corporation, estaban sentados—. Hola, Phil. Guy.

—No te he dado permiso para sentarte ahí.

—Bien, Debbie, porque tampoco te lo he pedido.

El sofá era grande y mullido y color guinda sin llegar a parecer unos labios. Olía a nuevo.

—¿Qué es eso de la amenaza de muerte? —preguntó raudo Phil mientras Debbie seguía con la boca abierta dispuesta a contestarme.

—Solucionado. Todo ha sido un terrible error; una reacción exagerada. Ya sé de qué va y casi con total seguridad está controlado.

Phil y Boulen se miraron. Boulen se aclaró la garganta.

—¿Has conocido a la persona que se esconde detrás de todo esto?

—Más bien a la organización, Guy; he conocido al tipo en cuya mesa aterrizó el tema después de que sus subordinados no consiguieran los resultados buscados. Y que todo llegara demasiado lejos.

—¿Quién era? ¿Quién es? —preguntó Phil.

—No te lo puedo decir. He jurado mantener el secreto.

—¿Es…? —empezó a decir Boulen.

—¿Puedo recordaros que tenemos que tomar un decisión sobre un programa de radio que empieza dentro de veinte minutos? —dijo Debbie en voz alta, atrayendo la atención de nuevo hacia ella.

—Debs —dije—. Lo de Última hora y Lawson Brierley: lo niego todo. No ocurrió. Es todo mentira. Se lo han inventado. —Miré a Boulen y sonreí—. Pienso tirar por ahí.

El asintió y también sonrió, dubitativo.

—Pero han presentado cargos contra ti —dijo Debbie.

—Ajá.

—Podemos retirarte de antena.

—Lo sé. Y bien, ¿vais a hacerlo?

Debbie me miró como si acabara de cagarme en su sofá nuevo. Sonó el teléfono de su mesa. Le echó una mirada y contestó.

—¿Es que no hablas cristiano, coño? He dicho que no… —Cerró los ojos y se llevó una mano a la frente, haciendo resbalar las gafas nariz abajo. Se las quitó y clavó la vista en el techo con ojos cansinos—. Sí, desde luego. Perdona, Lena. Pásamelo.

Los demás nos miramos todos.

Debbie se enderezó en su silla.

—Sir Jamie…

—Chumbawumba y «Tubthumping». Un placer escuchar nuestra vieja sintonía musical entera, un poco de música relajante para estos tiempos tan duros, ¿no te parece, Phil?

—Golpeas a la gente y se levantan como si nada —convino Phil.

—La señora Nutter, el señor Prescott y yo estamos de acuerdo. Pero ¿a qué viene lo de hablar de golpear a la gente, Phil?

—Oh, por nada. —Phil agitó una mano quitándole importancia—. Por la letra de la canción[4].

—Espléndido. Es hora de algunos anuncios de vital importancia. Volvemos enseguida, si mientras no nos suprimen por bajeza moral. De hecho, regresamos con Ian Dury and The Blockheads y «Hit Me With Your Rhythm Stick». Es broma. En realidad serán los Cornershop y «Lessons Learned From Rocky One to Rocky Three». Para ya, Phil. —Activé el efecto especial de chirrido que indicaba que Phil estaba negando con la cabeza.

—¿Cómo estás? —suspiró.

—Tratando de que todo siga igual que siempre, Phil.

—Yo me desespero.

Me reí.

—Sí, lo sé. Ahora parece que la cosa está fatal pero espérate y verás. No será bonito.

—Pincha los anuncios, Ken.

—Ya lo he hecho.

Los dos nos recostamos y nos bajamos los auriculares al cuello mientras sonaban los anuncios.

—Hasta aquí hemos llegado —dijo Phil.

—Vamos tirando —convine.

—Toda la vida. —Phil alzó la vista hacia el retrato de sir Jamie colgado de la pared—. Me he preguntado si nos escucha por internet.

Sir Jamie había telefoneado a Debbie, la directora de la emisora, desde el archipiélago que poseía en el Caribe. Se había enterado de que la prensa había dado cobertura al incidente de Última hora y llamó para decir que le parecía de vital importancia que yo siguiera con el programa de radio a menos que la emisora no tuviera más opción legal que retirarlo. Creo que fue la primera vez que sentí un leve destello de afecto por el tipo. Incluso le había pedido a Debbie que me pasara el teléfono para hablar conmigo. Me dijo que me apoyaba, que me apoyaba al ciento por ciento.

—Solo espero y confío —le dije a Phil— en saber estar a la altura de la fe depositada en mí por nuestro Querido Propietario.

—¿En serio que vamos a aceptar llamadas?

—Tenemos que hacerlo, Phil. Nos debemos a nuestro público.

—Sí, vale. Entonces, Ken, ¿qué es eso de que has zurrado a un tipo en la tele?

—Le han informado muy mal, caballero.

—Entonces, ¿no es verdad?

—En realidad, hablaba en general, Stan; hablas como alguien que compra prensa amarilla, en consecuencia y sin ninguna duda, te han informado mal, bueno, imagino que desde hace años.

—Venga ya, Ken. ¿Le pegaste o no?

—Llegado este punto tengo que recurrir a la costumbre de la vieja diplomacia y decir que no puedo ni confirmar ni desmentir lo que sea que hayas oído.

—Pero ¿es verdad?

—¿Qué es verdad, Stanley? La verdad de uno es la mentira de otro, la fe de uno es la herejía de otro, la certeza de uno es la duda de otro, lo que para uno es contrabando para otro solo son bengalas, ¿me entiendes?

—No se lo vas a decir a nadie, ¿verdad?

—Stan, soy como una carpa de agua dulce egipcia; me niego a mí mismo.

—¿Qué?

—La cuestión a la que creo que podrías estar refiriéndote está sub judice, Stan, o lo estará pronto; la condición legal técnica actual no está del todo clara, pero digamos que es mejor tratar el tema como algo de lo que no debe hablarse.

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4

El grupo Chumbawumba, al que pertenecía Alice Nutter, se hizo famoso cuando uno de sus componentes lanzó un cubo de agua al viceprimer ministro John Prescott. (N. de la T.)